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México D.F. Sábado 10 de enero de 2004
Armando Bartra
2003: un año en vilo
Hace 12 meses escribí en estas páginas que 2003 empezaba a tambor batiente, pero hoy puedo decir que terminó en tono mayor.
La escasa decena de ateridos líderes agrarios que en enero del año pasado protestaba en el puente internacional de Ciudad Juárez, en menos de 30 días se transformó en un enorme movimiento nacional capaz de llenar el Zócalo de la capital con 100 mil campesinos provenientes de toda la República; capaz de forzar la incorporación de todas los agrupamientos agrarios nacionales -priístas incluidos-; capaz de formular y consensuar una propuesta de reforma rural integral, sostenible y para el largo plazo, que constituye un programa campesino estratégico; capaz de convocar a la movilización solidaria de los gremios obreros más combativos; capaz de llevar el campo al horario AAA de las televisoras y al centro de la problemática nacional; capaz de imponer al gobierno la negociación de toda la agenda agraria y de obtener un limitado Acuerdo Nacional para el Campo que, sin embargo, reconoce la emergencia rural y nacional, proclama la soberanía alimentaria y plantea la necesidad de sacar del TLCAN el maíz blanco y el frijol.
La primera oleada del nuevo movimiento campesino mexicano terminó en abril, pero de inmediato retomaron la estafeta los obreros, que en la segunda mitad del año intensificaron las movilizaciones contra la política antipopular del presidente Fox, en particular la entrega del sector energético a las trasnacionales mediante la privatización descarada o sigilosa de Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad, pero también del intento por aprobar una reforma patronal y antiobrera a la Ley Federal del Trabajo y la pretensión de imponer una reforma fiscal regresiva, que al reducir el ISR e incorporar al IVA alimentos y medicinas aligera la contribución de los ricos y aumenta la de los pobres.
Las sucesivas movilizaciones culminaron el 27 de octubre con una gigantesca marcha en la capital del país, con réplicas importantes en una decena de estados de la República, cuya importancia no está sólo en los más de 100 mil manifestantes, sino en que supone la alianza de las convergencias sindicales más significativas: Frente Sindical Mexicano, Unión Nacional de Trabajadores y algunos sectores disidentes del oficialista Congreso del Trabajo, con las más importes agrupaciones campesinas: movimiento El campo no aguanta más y El Barzón, además de numerosas organizaciones de otros sectores, entre las que destaca la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Actores que, en su mayoría, convergen en una gran convención obrera, campesina y popular, inédita tanto por el número y representatividad de los participantes, como porque la pluralidad de las posiciones no impide el acuerdo en lo fundamental: detener la política neoliberal del gobierno e impulsar reformas democráticas y justicieras en la tesitura de la soberanía popular.
En diciembre las insurgencias que nos tuvieron en vilo todo el año se condensaron en una lucha importante por lo que estaba en juego, pero decisiva por lo que representaba políticamente: la definición en el Legislativo de la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos para 2004. La propuesta de Fox, apoyada por el PAN y por la coordinadora de la bancada priísta en la Cámara de Diputados, era la expresión más clara del reformismo neoliberal y sintetizaba -en términos fiscales y presupuestales- todo aquello por lo que obreros y campesinos protestan en las calles. Pero la decisión estaba en manos de la malhadada "clase política", es decir, las fuerzas partidistas representadas en el Congreso de la Unión.
El 11 de diciembre la propuesta que dramatizaba la debutante y ominosa alianza entre PAN y PRI fue derrotada por una inesperada convergencia del PRD con una fracción mayoritaria de los diputados priístas que se negó a respaldar la política del gobierno. Más allá de la enconada lucha por el poder en el PRI, es evidente que el rechazo de la mayoría de sus diputados al IVA en alimentos y medicinas -como el rechazo de la mayoría de sus senadores a la privatización de la electricidad- responde a las multitudinarias insurgencias populares, que evidencian el ingente costo que para cualquier partido significa respaldar la política de Fox. Así, el 11 de diciembre no sólo ganó el PRD -consistentemente opuesto a la política foxista- y ganó la corriente priísta que circunstancialmente rompió la alianza con el PAN; ganaron también los miles de obreros, campesinos, maestros, colonos y estudiantes, que esperaban el desenlace en la calle; ganó la convención obrera campesina y popular, cuya persistente insurgencia se ha transformado en referente imprescindible de todas las fuerzas políticas del país.
El mitin a las afueras del búnker legislativo, con que los manifestantes recibieron a los 30 diputados del PRD que salieron a informarles del desenlace, es emblemático de una realidad política emergente e inédita entre nosotros: la acción concertada de los gremios y los partidos; la convergencia del movimiento social y la acción política institucional, de la lucha en las calles y el combate parlamentario, de la resistencia abajo y arriba, fuera y dentro.
Los combates sociales y políticos de los meses recientes son inéditos por su intensidad y trascendencia, pues en ellos no se juegan las reivindicaciones de un sector, sino los grandes intereses nacionales. No es una batalla de ángeles contra demonios -que no existen-, sino de los pecadores e imperfectos protagonistas realmente existentes. Pero no es una lucha que se pueda soslayar, pues en ella se juega el destino del país. Resulta preocupante, entonces, que mientras esto sucede en calles y campos el zapatismo esté enfrascado en la celebración de los 10 años del estallido y 20 de que se fueron a la selva. Una jubilosa exaltación de la lucha libertaria y justiciera, que resultaría más plausible si no fuera acompañada por un persistente silencio respecto de realidades políticas que no pasan por Las Cañadas
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