La apropiación
María del Carmen García Aguilar
Decir lo que somos y sentimos las mujeres a partir
del cuerpo, se ha convertido, en las últimas décadas, en
una vía de acceso importante para investigar el tema de la condición
femenina, porque permite sacar a la luz esa historia oculta de las pasiones
y los instintos, sobre todo si se toma en cuenta que el cuerpo de las mujeres,
su tratamiento, ha sido malmirado y desvalorizado durante siglos.
Desde la antigüedad, la división del trabajo
corporal e intelectual no sólo mutiló la relación
mente-cuerpo, sino al cuerpo mismo, al que fue despojando de su sensibilidad,
para verlo sólo como el depositario de las pasiones, como una coraza
a la que se le rechaza, oculta e incluso se niega. Una de las razones encuentra
su fundamento en la relación cuerpo-sexualidad, sexualidad-pasión,
en tanto que como bien apunta Jeffrey Weeks: "la sexualidad tiene tanto
que ver con las palabras, las imágenes, el ritual y la fantasía
como con el cuerpo".
Esta relación abre la problemática, particularmente
sobre el cuerpo de las mujeres, en por lo menos dos vertientes: el ensalzamiento
del cuerpo femenino por su posibilidad de procreación, posibilidad
que además ha hermanado a las mujeres con la naturaleza, y la consideración
de que el cuerpo femenino es la puerta de acceso a las pasiones, por ello
el cuerpo ha estado muy ligado al concepto del pecado, considerándose
que puede ocultar o llevarnos a algo significativamente maligno.
En las culturas patriarcales y androcéntricas,
como las nuestras, al cuerpo femenino se le ha significado con esta polaridad,
puede inspirar, por un lado, los más grandes odios y, por el otro,
las más elevadas adoraciones, situaciones que van desde las blasfemias
contra el cuerpo de las mujeres, hasta la veneración del mismo.
Pero aún dentro de estos dos polos, el cuerpo de
las mujeres sólo ha sido descifrado, por decirlo así, por
los hombres, en tanto que las mujeres han sido expropiadas de su cuerpo,
de su sexualidad y de su subjetividad por la ideología de este ancestral
sistema llamado patriarcado, y sus múltiples claves, signos, artificios,
trampas, costumbres, prácticas, creencias y complicidades, que nos
han determinado y significado.
Históricamente, el cuerpo ha sido condenado y dejado
sólo para el uso de "los inferiores" y por ello "los malos de espíritu"
son quienes utilizan el cuerpo y no pueden dedicarse a lo más valioso
y elevado: la espiritualidad y la razón, de ahí la relación
de las mujeres con el mal. El fundamento para justificar esta concepción
se encuentra en un "engañoso" argumento biologicista: la "debilidad"
corporal de las mujeres las hace más vulnerables a las pasiones
y su menor intelecto las une más al cuerpo.
El contexto imaginario
Uno de los pocos momentos históricos fundamentales
para la apreciación corporal fue la época del Renacimiento.
En la Europa del siglo XV, aparece el desnudo en la pedagogía artística
con una preocupación creciente por la anatomía y el gesto.
En las producciones artísticas anteriores, el cuerpo había
existido con un papel meramente instrumental. Por influencia de la concepción
dinámica, los cuerpos aparecen ahora libres y con movimiento; los
artistas descubren y desnudan los cuerpos como sinónimo de libertad,
dando paso a una nueva relación de los hombres con su cuerpo. Los
cuerpos de modelos y musas sirven de inspiración para dar sentido
a la expresión artística.
En contraste, en el campo intelectual la exaltación
de la razón trae como consecuencia el menosprecio del cuerpo, el
intentar negar las sensaciones para dar paso a la razón excluida
de todo sentir considerado "mundano". De ahí que las manifestaciones
sobre los cuerpos sean cuerpos que no acaban de dominar el miedo. El placer,
el interés, el dolor, la caída, los sentimientos, las relaciones,
le dan al cuerpo un ámbito de inseguridad que no logra superarse.
En el siglo XX, el cuerpo de las mujeres se presenta como
lo bello, el objeto del deseo, del goce de la mirada, es decir, se convierte
en el espacio del placer, pero desde luego, del placer del otro. El cuerpo
femenino empieza a adaptarse a las necesidades de lo imaginario, es la
representación de un destino y el cuerpo deja de ser tal para extraviarse
en la historia, pues siempre se le acompaña de un contexto imaginario
que lo exenta de simbolismos y elementos tradicionalmente arraigados. En
el siglo XX también resultó importante la consideración
del cuerpo como objeto de análisis teórico, su visualización
conceptual permitió a las feministas concebirlo y emprender una
nueva vía para su conocimiento.
Ser madre, símbolo ético por excelencia
La investigación del cuerpo por parte de las mujeres
se ha acrecentado, sobre todo por el vertiginoso desarrollo de la tecnología.
Dentro de los distintos campos teóricos, se busca el camino de un
nuevo humanismo, con el que se intenta recuperar ciertos valores mágicos,
míticos y terapéuticos que fueron expulsados durante mucho
tiempo de las culturas occidentales y que son básicamente femeninos.
Entre los factores que destacan en el tránsito
hacia la apropiación del cuerpo, encontramos primeramente que el
cuerpo de las mujeres al ser descrito, explorado y explotado en sus elementos
fundamentales por "los otros", ha adquirido en su significación
dos dimensiones, una arraigada en la naturaleza, en donde el cuerpo es
visto por su función de procreación como sublimación
máxima de "la mujer" y a la que "deben" aspirar todas las mujeres.
En este nivel el ser madre es el símbolo ético positivo por
excelencia que ha identificado a las mujeres, reconociendo a la maternidad
como un "deber ser".
El cuerpo para "los otros"
La otra dimensión es el lado considerado negativo
o pernicioso del cuerpo femenino. Se le considera un espacio de placer,
deseo, pasión y debilidad. Sin embargo, no son las mujeres las depositarias
del deseo y del placer, sino sólo quienes pueden provocarlo.
Así, en los dos niveles, el de la procreación
y el del erotismo, el cuerpo de las mujeres es un cuerpo "para los otros"
y, por ello, se considera que las mujeres son expropiadas de su sexualidad,
de su subjetividad y desde luego de su cuerpo; no existe realmente en las
mujeres una coincidencia de su sentido de vida con el cuerpo, pues al ser
un cuerpo para los otros, las mujeres pierden su protagonismo como personas,
quedando sujetas a los poderes encarnados por los hombres, por las instituciones
y por los otros, de tal suerte que su cuerpo siempre es un cuerpo sujeto
y es a partir de esta sujeción que se ha tratado de explicar su
sometimiento. De estas dos formas de expresión del cuerpo femenino,
la que identifica a las mujeres es el sentido de la procreación
por el carácter ético positivo que se le ha dado.
La liberación del placer
Cuando se subvierten y entremezclan estas formas de expresión
corporal tradicional inmediatamente surge la culpa, lo demoníaco,
el loco amor, la vergüenza o el pecado. Pues en los sistemas patriarcales
lo erótico está firmemente ligado a la reproducción
y en el caso de las mujeres supeditado a ésta: de tal manera que
al subvertir esta relación, la experiencia de la culpa, el pecado
o el mal es inevitable.
La apropiación del cuerpo, es decir, su paso del
"para otros" al "para sí", significa tener una visión de
mujer como sujetos sociales, morales y políticos autónomos
por sí mismas, y ésta no es una meta ya alcanzada, el camino
para su consideración y expresión está abierta y toca
a cada una contribuir, con la apropiación y valoración de
su propio cuerpo, a alcanzar la tan anhelada autonomía y por extensión
su liberación del placer, en tanto que como apunta Graciela Hierro,
"el placer depende del cuerpo y sólo se alcanza si nosotras decidimos
sobre nuestro cuerpo; nuestro deber moral básico es apropiarnos
de nuestro cuerpo; el cuerpo controlado por otros no permite el goce y
nadie puede llamarse a sí misma libre si no decide sobre su cuerpo".
Investigadora del Centro de Estudios de Género,
Facultad de Filosofía y Letras. Benemérita Universidad Autónoma
de Puebla. |
La percepción
Mauricio List Reyes
Nachas, nylons, pompis, pompas, posaderas, asentaderas,
trasero, cachetes, la peor cara, donde la espalda pierde su honorable nombre,
fundillo, culo, cola, son sólo algunos de los términos y
eufemismos con los que suele designarse a las nalgas. Nalgas, palabra difícil
de pronunciar en público. ¿Por qué cuesta tanto trabajo
nombrarlas, si indudablemente les ponemos atención?
El papel que juegan las nalgas en las sociedades contemporáneas
tiene mucho de visual. Pero no sólo se ven, también se tocan
y su contacto es intencionado, o al menos siempre se le percibe de esa
manera, incluso cuando es accidental. ¿Cómo se tocan? En
primer lugar están los toques festivos. Las nalgadas juguetonas
entre adolescentes, quienes se encuentran en la etapa de definición
de su identidad genérica y a la vez ansiosos respecto a su propio
cuerpo. En los varones adultos puede ser una manera de decir "hola", y
en los deportes de equipo una forma de celebrar una buena jugada. El castigo
es otra modalidad, ya sea de padres a hijos con la palma de la mano extendida,
o en una situación de subordinación en la que los golpes
en las nalgas se utilizan para no dejar secuelas en los sujetos. En los
encuentros sadomasoquistas la nalgada puede tener un sentido erótico
que estimula tanto a quien la propina como a quien la recibe.
Los procesos de construcción de la masculinidad
atraviesan las formas culturales de organización jerárquica
de la sociedad. Es decir, para llegar a ser hombre se transita por un más
o menos prolongado proceso, y por ello los varones más jóvenes
también se encuentran en una posición de subordinación,
hasta que logren superar los procesos de construcción de la masculinidad,
lo cual nos habla de una más de las formas de ejercicio del poder.
La masculinidad --elemento intersubjetivo-- no es una
identidad que pueda ser incorporada fácilmente, pues pasa por el
ámbito de la interacción social y por tanto del reconocimiento
que el entorno mismo hace del sujeto. En este sentido, cuando las actitudes
y comportamientos de un sujeto no son considerados masculinos, se vuelve
difícil para éste incorporarse e interactuar socialmente.
En cuestión de glúteos se rompen géneros
Al hablar del cuerpo y la masculinidad salen a relucir
una serie de aspectos relativos a la manera en que los sujetos viven, perciben
y entienden sus propios cuerpos. Las sociedades contemporáneas han
llevado cada vez más a generar modelos corporales fabricados, construidos
a base de muchos productos, desde ropa diseñada cuidadosamente para
resaltar redondeces donde no las hay, hasta la cirugía plástica,
utilizada para corregir determinados rasgos que se consideran indeseables,
sin olvidar las horas de gimnasio, los anabólicos, las prótesis
y los silicones que permiten moldear los cuerpos.
Más allá de todos estos procedimientos para
transformar los cuerpos, es un hecho que los sujetos se encuentran cada
día más preocupados por lograr un control y un manejo de
su apariencia. ¿Cuál es el objetivo? Lucir bien ante una
sociedad cada vez más exigente, lograr la aceptación y ser
atractivo sexualmente ante los demás. ¿Qué es lo que
quiere lucir el hombre? Sin duda eso cambia de uno a otro. Para unos es
el rostro lo que deben mejorar, para otros su atuendo, su musculatura,
su pene y por supuesto... sus nalgas.
Las nalgas son una parte importante del cuerpo y en la
masculinidad marcan su papel dentro de la construcción de identidades
sexuales. Ya sea de manera consciente o inconsciente, los varones se preocupan
por la apariencia de sus nalgas.
Dentro de los imaginarios genéricos, las nalgas
corresponden a una parte de la anatomía asociada a la recepción
pasiva de contactos, así como una vía de acceso en la penetración,
ergo, dentro de la sexualidad es considerado femenino recibir y disfrutar
el placer ahí generado. Para Robert Connell, "ni la relajación
de esfínteres ni la estimulación prostática exigen
una relación con un hombre. Una mujer puede hacer el trabajo sin
problema alguno. El sexo anal es una pieza clave de la homosexualidad masculina
occidental, aunque la investigación derivada de estudios relacionados
con el sida muestra que se realiza mucho menos de lo que la importancia
simbólica que se le ha asignado sugiere."
El uso de los orificios
"No uso pantalones entallados porque parecería
puto", fue la frase que un hombre que suele tener sexo con hombres me dijo
en Tlaxcala. Así expresaba su temor a que se identificara su interés
por llamar la atención de otros varones para lograr un encuentro
sexual. Por extensión, suele considerarse que un encuentro sexual
entre varones necesariamente implica la penetración. No hay duda
de que existe una referencia directa a la sexodiversidad cuando se habla
de sexo anal, aun cuando sea una práctica que se dé también
entre parejas heterosexuales.
Uno de los aspectos inquietantes en torno a la sexualidad
gay y el uso de los cuerpos es el llamado en la jerga local "beso negro".
Esta práctica no es tan común como se cree, ya que supone
la estimulación anal por medio de los labios o la lengua. Los testimonios
de jóvenes entrevistados por nosotros indican que si bien disfrutan
recibir este tipo de estimulación, llevarla a cabo ellos mismos
no es algo que les entusiasme. Ello tiene que ver con los discursos repetidos
desde la infancia que indican que todo lo relacionado con el ano es algo
sucio. Así, mientras las nalgas son una parte atractiva de la anatomía,
el ano y su contenido están vedados a todo acercamiento sensorial.
Por otra parte, la penetración anal con los dedos,
la mano u otro tipo de objetos es una práctica recurrente en el
medio gay, aun cuando a partir de las incertidumbres que se desarrollaron
con la aparición del VIH/sida empezó el cuestionamiento a
las formas en que esto debía realizarse. Muchas campañas
que promueven "la erotización del sexo seguro" propusieron la utilización
de guantes y dedales de látex, el uso de condones y hasta la incorporación
del plastipack en este tipo de encuentros y prácticas sexuales,
no obstante, ni siquiera el condón ha logrado mantener su presencia
en la mayoría de las prácticas de riesgo.
Muchos de los textos literarios o científicos sobre
sexualidad hacen referencias al sexo anal como la práctica primordial
de los varones gay. Así se ha difundido la idea de que todo encuentro
entre varones necesariamente tendría ese sentido. Todo este imaginario
parte de un hecho evidente: la sexualidad falocéntrica y el coito
como única forma de acceder al placer. Esto nos remite nuevamente
a los discursos de la masculinidad y a la manera en que desde ésta
se ha definido el placer sexual, es decir, el placer del varón se
concentra en sus genitales y la penetración, que en el caso del
sexo gay sería anal, establecería el ordenamiento no sólo
de la sexualidad, sino del ejercicio del poder a partir de una definición
de roles en la pareja y con ello todos los elementos que dentro de las
subculturas homosexuales se conocen como el activo y el pasivo, es decir,
el penetrador y el penetrado.
Trascender los roles, liberar los cuerpos
La configuración genérica de los sujetos
supuso durante mucho tiempo un tipo de comportamiento y una relación
particular con sus propios cuerpos, que en general era de índole
restrictiva. Con ello se establecieron valoraciones distintas en relación
con cada una de las partes del cuerpo, a partir de consideraciones que
aún suponen que un hombre heterosexual no debería permitir
que nadie toque sus nalgas y mucho menos las disfrute.
El papel que han jugado estos aspectos en la construcción
de la masculinidad ha planteado la necesidad de establecer una distinción
que haga evidente la heterosexualidad, ya que durante mucho tiempo se consideraron
determinados estereotipos como específicos de cada una de las preferencias
sexuales; sin embargo, dentro de los sectores gay se fueron creando modelos
que retomaron aspectos considerados previamente como exclusivos de la heterosexualidad:
el vaquero, el rudo, el musculoso, cada uno con una estética determinada.
Es claro que la percepción y uso del cuerpo varía
en función de la preferencia sexual, lo cual tiene que ver en gran
medida con los imaginarios de la heterosexualidad que suponen un mayor
control y restricción en relación con el disfrute del placer
sexual.
Las restricciones establecidas por los imaginarios de
la heterosexualidad son las que limitan las posibilidades de disfrute del
cuerpo. Por tanto, en la medida en que los sujetos se sientan menos amenazados
por el fantasma de la homosexualidad, otorgarán menos importancia
a esos límites culturales y podrán permitirse explorar las
posibilidades de disfrute del placer a través de todo el cuerpo
y todos sus sentidos.
Profesor-investigador, Colegio de Antropología
Social, Facultad de Filosofía y Letras, Benemérita Universidad
Autónoma de Puebla. |