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México D.F. Lunes 5 de enero de 2004
TOROS
En la décima corrida, toros bravucones y disparejos
de presentación de Javier Garfias
Triunfa el venezolano Leonardo Benítez por su
entrega total y espectacularidad
Manolo Mejía lució con uno de regalo
Oscar San Román, mermado de facultades
LEONARDO PAEZ
Aún quedan toreros que logran remontar la dura
cuesta de las combinaciones, precisamente porque saben competir consigo
mismos antes que con los alternantes y con los toros que les tocan en suerte.
Ayer,
sin ir más lejos, en la décima corrida de la temporada, el
diestro Leonardo Benítez, nacido en Caracas pero hecho torero en
México, en Sudamérica y, recientemente, en cosos españoles,
desplegó no sólo una tauromaquia larga, dominadora de los
tres tercios, sino además una mentalidad triunfadora y motivada.
A su primero, Mascatuercas, corrido en tercer lugar,
lo recibió con dos largas cambiadas en tablas, luego vio cómo
iba en dos ocasiones al caballo, pero sin recargar hizo un quite por caleserinas
y cubrió gallardamente el tercio de banderillas, certero y sobrado
de temple y oficio para cuadrar en la cara, no a cabeza pasada como acostumbran
los juleros.
Fueron tres cuarteos precisos y solventes, adornados los
palos con los colores de la bandera venezolana, que al chocar recordaban,
melancólicos, las posibilidades inexploradas de un mercado común
taurino latinoamericano.
Con la muleta, Benítez desplegó un esclarecido
criterio tauromáquico frente a un toro que, repito, aparentaba bravura
pero sin tenerla, lo cual hacía más difícil la transmisión
de ambos con el público. Se trató de una faena pensada y
pausada por ambos lados, sin forzar al burel, pero aprovechando cabalmente
las embestidas a media altura y ligando los muletazos con gran sentido
de estructuración, concentrado, fogueado y entregado.
Cuando el toro pidió su muerte, Leonardo se fue
por derecho tras el acero,dejando una estocada entera de efectos rápidos,
que hizo al respetable demandar la oreja, felizmente concedida por el juez
Eduardo Delgado, menos amenazado o amedrentado que su colega Balderas.
Con Talismán, sexto de la tarde, el toro
más hecho de la corrida, que tumbó al piquero en el primer
viaje y luego recibió una vara, Leonardo Benítez, insatisfecho
con la oreja obtenida, volvió a cubrir enjundioso el segundo tercio,
sobre todo un comprometido quiebre al hilo de las tablas, brindó
a su compañera, ejecutó importantes tandas con la derecha
a un astado con media embestida y que desarrolló sentido, dejó
un metisaca y una casi entera y fue premiado con sonora ovación
por un público emocionado, siempre, con la entrega sin atenuantes
de los toreros auténticos.
Los otros
Heredero de la tradición antiadministrativa taurina
de los coletas mexicanos, digamos de Ponciano Díaz a Jerónimo,
pasando por Armilla, Liceaga, Ponce de León o El Glison,
Manolo Mejía tuvo una actuación más que decorosa...
cuando debía haber salido con las orejas del emotivo Pastorcito,
también de Javier Garfias, obsequiado por el diestro de Tacuba.
Sigue
Mejía con un concepto poco claro de la duración que debe
dar a sus faenas -escuchó un aviso en cada uno de sus toros de lidia
ordinaria-, con un sello académico que poco dice a los tendidos,
y con un celo que no consigue despojarse de la monotonía en la expresión.
Y si a ello se añade un ganado hace varios años a la baja,
soso y deslucido, el resultado es más o menos predecible.
(No le censura el público a Manolo haberse autoproclamado
el número uno la tarde en que bañó a Miguel Espinosa,
sino el no haberse sabido mantener en esa tesitura torera.)
En su lote instrumentó tandas suaves y templadas
por ambos lados, sin transmisión de los bureles, pero también
sin el mínimo histrionismo por parte de Mejía ni la menor
intención de vender las suertes. Se deshizo de ambas reses luego
de varios pinchazos y entera.
Con el de regalo, cuyo trapío y embestida contrastaron
con los de los dos últimos, Manolo hizo abrigar firmes esperanzas
de que se alzaría con el triunfo ante la clara y repetidora embestida
del garfieño, pero tras ser prendido en un derechazo la faena perdió
el ritmo. Pinchazo, entera, petición y vuelta fue el modesto saldo
de lo que debió ser un triunfo apoteósico.
Sólo el amiguismo arbitrario del intocable promotor
pudo anunciar a un torero mermado de facultades y carente de expresión
interior como Oscar San Román, y sólo el particular criterio
de su apoderado Arturo Torres Landa aceptar que viniera a la México
"a las atinadas".
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