México D.F. Miércoles 31 de diciembre de 2003
En Karada muere un civil en bombazo de la guerrilla
contra fuerzas de ocupación
Afectados por ataques contra invasores, los iraquíes
temen caminar por las calles
"Estábamos mejor con Saddam; no éramos
libres, pero (los soldados) trajeron la anarquía"
ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL
Bagdad, 30 de diciembre. Los vendedores de cigarrillos
no tienen nombre. Dicen que se llamaba Fouad, pero el tendero cuyo sobrino
llevó al hospital al herido que gritaba no conocía su apellido.
Sólo quedó un montón de paquetes de Marlboro y la
abundante sangre que le brotó del brazo medio cercenado en el lugar
donde explotó la bomba, en el centro de la localidad de Karada.
Estaba dirigida a los estadunidenses, como sucede a menudo, y los iraquíes
pagaron el precio. Nada más que el hombre de pantalón negro
y camisa blanca que quedó destrozado por la explosión fue
retirado en una carretilla de madera. Otro día de día y muerte
en Bagdad.
Como
siempre, se hicieron presentes algunas ironías propias de la violencia.
El hombre muerto, a quien nadie conocía porque llegó en taxi,
iba rumbo a un banco local a cambiar monedas y billetes del viejo dinar,
que ostentaban la efigie de Saddam, por los nuevos dinares, en los cuales
se sustituyó el rostro del capturado ex dictador por el del antiguo
matemático iraquí Al Hassan Ibn al Gaithman.
En cierto sentido, el hombre realizaba su transición
del viejo al nuevo Irak cuando murió. El dueño de un café,
llamado Anwar Al Shaaban (los vivos siempre tienen nombre), cree que el
hombre se llamaba Ahmed.
También está Yassir Adel. Es un niño
de primaria de 12 años de edad que llevaba a la escuela a sus dos
hermanos cuando la bomba explotó en el centro de la avenida llena
de gente. "Acababa de pasar la patrulla estadunidense y uno de los vehículos
estalló", me dijo con madurez. "Ya es así en estos días
(...) Todos los días. Alguien le puso al hombre una bandera encima,
que encontraron en la calle, antes de que se lo llevaran."
Reconocí la tienda de alimentos en la esquina.
En los últimos días de la invasión angloestadunidense
yo solía comprar ahí huevos y agua. En una ocasión
tuve que esconderme detrás del mostrador, junto al propietario,
cuando un jet estadunidense que volaba a baja altura dejó caer una
bomba sobre un edificio al final de la calle.
Este martes los huevos estaban convertidos en lodo amarillo
grisáceo y las botellas de plástico del agua quedaron regadas
por todas partes. El dueño masculla mientras saca las astillas del
marco de su destrozada ventana.
Un grupo de soldados estadunidenses y de encapuchados
de la fuerza civil de defensa iraquí, que es una milicia en todo,
excepto en el nombre, apareció más tarde a bordo de sus vulnerables
Humvees. Sus compañeros habían sido el objetivo de
la acción, y en una hora ya estaban repartiendo panfletos a colores,
creados por las autoridades de la ocupación especialmente para estas
ocasiones. Los tenderos que barrían los vidrios de sus comercios
los arrojaron furiosos a la banqueta.
Uno de esos folletos mostraba un grupo de niños
con la siguiente leyenda: "Los terroristas y provocadores están
poniendo bombas en ambos lados de caminos y carreteras, y no les importa
que usted salga herido. Usted y los ciudadanos de Irak tienen la llave
para poner fin a esta violencia contra su pueblo".
Pero es muy difícil vender este discurso a las
personas que presenciaron la explosión. "Los terroristas desean
convertir a cualquiera en víctima: mujeres, niños, madres,
padres", continúa el folleto. "A estos terroristas no les importa
nada, excepto el temor y la oscuridad. Su propósito es destruir
su nueva libertad y autogobierno (sic). Comunique a la policía y
a las fuerzas de la coalición cualquier información que tenga."
Fue un mal momento para pedir la colaboración de
la gente de Karada. A los insurgentes, quienes a diario matan jóvenes
estadunidenses, evidentemente les tiene sin cuidado si mueren iraquíes
en sus ataques, pero todos saben que el objetivo son los estadunidenses,
y esto es algo que los panfletos omiten mencionar.
Los explosivos del martes estaban escondidos de manera
muy ingeniosa en el centro de la carretera. Había un bache, justo
antes de que el camino doblara a la izquierda, que estaba cubierto con
piedras. Alguien sacó las rocas, colocó la bomba y volvió
a ponerlas. Cuando pasó la primera patrulla estadunidense alguien
detonó la bomba, sin lograr matar a los soldados.
¿Habrá visto al hombre de los dinares cruzar
la avenida con sus pantalones negros y su camisa blanca? ¿Habrá
visto a Fouad, el vendedor de cigarrillos, con sus Marlboro? Sin duda los
vio. Pero un joven se me acercó y de inmediato culpó a los
estadunidenses. "Al menos en el régimen de Saddam teníamos
seguridad. No teníamos miedo de ir a trabajar", gritó. "Al
menos en el régimen de Saddam los inocentes no sufrían."
Yo lo contradije en este punto. El sabía que lo que dijo era mentira.
Llegó un hombre mayor y más educado. "Estábamos mejor
con Saddam", expresó. "No, no éramos libres, pero ustedes
trajeron la anarquía."
Una anciana chiíta que estaba en la acera del otro
lado, comprando limones en un puesto de verduras, se volvió para
maldecir a los estadunidenses.
Es la misma historia de todo ocupante extranjero: maldito
seas si haces algo y maldito seas si no lo haces, especialmente cuando
los inocentes mueren.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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