México D.F. Martes 30 de diciembre de 2003
Nuevas posiciones militares contra el EZLN
Aumenta el número de elementos del Ejército en la zona de conflicto
HERMANN BELLINGHAUSEN
Dicho en sus propios términos, la guerra de los zapatistas de Chiapas no ha concluido, pero se movilizó hacia el terreno de la palabra. En esa oposición ha basado el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) la conmemoración de su doble aniversario: el fuego y la palabra. Los rebeldes indígenas han usado la palabra, y le han tomado la suya al gobierno mexicano. El intercambio ha sido desigual. Mientras los zapatistas "así como dicen, hacen", los gobiernos han "usado" la palabra para emboscar, fingir ante el público, dar largas y mentir.
Oficialmente se ha hecho creer que el Ejército "se replegó" o "abandonó" la zona de conflicto de Chiapas al asumir la presidencia Vicente Fox. En los hechos, según documenta una minuciosa investigación reciente (que se publicará en 2004), el total de efectivos desplegados en selva Lacandona, Altos de Chiapas, zona norte y franja fronteriza es ahora más elevado que durante el zedillismo. Se han creado nuevas posiciones y se han reforzado las existentes.
La relativa ausencia de patrullajes, y la reducción numérica de los puestos de control en las bases de operaciones mixtas desparramadas en la región, permiten un espejismo que se disipa en cuanto uno recorre las montañas y la selva de Chiapas, donde el Ejército mantiene el despliegue bélico más grande desde la Revolución mexicana. El dispositivo de los estrategas castrenses permitiría, eventualmente, efectuar alguna blitzkrieg (guerra relámpago) en caso de agotarse la "paciencia infinita" del gobierno.
Hasta ahora, no obstante, la guerra gubernamental ha tenido sus mayores dividendos en el terreno de la contrainsurgencia civil. Esto, entre otras razones, porque el propio movimiento zapatista adoptó desde 1995 un carácter civil, comunitario, y han sido los pueblos -con su resistencia y la construcción de municipios autónomos- los verdaderos actores de la rebeldía indígena. Su ejército campesino aguarda en las montañas.
La máscara del vértigo
El primero de enero de 1994, un pequeño ejército indígena, hasta entonces desconocido, tomó cinco ciudades del estado mexicano de Chiapas y lanzó un grito de "šya basta!" que se escuchó en el mundo entero. Con el rostro cubierto, modestamente armados con rifles, escopetas y hasta palos, los integrantes del EZLN detuvieron el pulso de la nación y proclamaron: aquí estamos, existimos.
La audacia de su acción y lo contundente de su mensaje impidieron que el gobierno tuviera tiempo de exterminarlos. Los zapatistas asomaron la misma noche triunfal que entraba en vigor un Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que prometía poner a México en el primer mundo. Los insurrectos, pertenecientes a los pueblos mayas de la región (tzeltales, tzotziles, tojolabales y choles), demostraron ante el mundo que millones de indígenas mexicanos vivían en la miseria, el olvido, y sufrían el genocidio paulatino, y que, al menos ellos, habían decidido no dejarse.
Chiapas pasó de ser el último rincón de la patria a ocupar el centro. Esa misma noche -pocos lo notaron- empezaba a morir el régimen del Partido Revolucionario Institucional, que gobernó casi absolutamente el país durante siete décadas. El PRI, mayoritario por las buenas y por las malas, inhibió con variable pero suficiente éxito la democracia y las alternativas políticas de la nación, en especial de los pueblos indios, "los olvidados de siempre", como se denominaron los zapatistas desde los orígenes de su insurrección.
Luego de los primeros días de enero de 1994, las Fuerzas Armadas gubernamentales lanzaron una gran ofensiva para rodear a los rebeldes en sus territorios: los altos de Chiapas y las cañadas de la selva Lacandona. Los medios de comunicación del mundo entero revelaron entonces que, en la base de ese modesto ejército campesino que desafiaba al poder, se encontraban centenares de pueblos y comunidades que habían guardado el secreto durante 10 años, mientras el EZLN maduraba en la montañas y dejaba de ser una guerrilla más o menos tradicional para convertirse en parte de los pueblos e instrumento de su lucha. Juntos darían un audaz salto a la modernidad que sorprendió y desenmascaró a un país que se preciaba de contemporáneo, si no "de todos los hombres", como soñó Octavio Paz, sí al menos de Estados Unidos.
Los zapatistas marcaron definitivamente el fin de siglo. Sus demandas fueron adoptadas y legitimadas por millones de indígenas del país entero, y respaldadas por diversos grupos sociales, que adoptarían el papel de "sociedad civil" descrito en los libros. El gobierno priísta de Carlos Salinas de Gortari se vio obligado a negociar con los insurrectos.
En 1995, el último presidente del PRI, Ernesto Zedillo Ponce de León, deshonró la tregua, ocupó militarmente las comunidades rebeldes, provocó el desplazamiento de millares de campesinos mayas y reactivó la guerra, en su modalidad de "baja intensidad". Desde entonces, una nueva forma de lucha se adueñó de los días y territorios de miles de hombres, mujeres, niños y ancianos: la resistencia.
El ejército zapatista se replegó a las montañas de donde había salido, y desde enero de 1994 no ha efectuado ninguna acción ofensiva. A diferencia de las guerrillas latinoamericanas tradicionales, el EZLN ofrece paz mientras demanda justicia y dignidad. Centenares de simpatizantes y bases de apoyo del EZLN, sin embargo, han sido asesinados durante la frágil "tregua", y muchos de los que han sufrido exilio hasta hoy siguen sin retorno.
El monstruo paramilitar fue implantado fríamente por el gobierno zedillista y los estrategas militares, lo que dañó gravemente la convivencia interna de los pueblos. El monstruo no ha desaparecido, sólo cambia de aspecto (y eso, muy apenas).
En un mundo de tradiciones milenarias siempre cambiantes, en el corazón de un movimiento social extraordinario, los pueblos bailan, sus jóvenes se enamoran, sus niños y niñas acceden al encantamiento del mundo en las inmensas montañas verdes donde nacieron libres, y bajo la amenaza permanente de una guerra de exterminio.
El maíz nace de sus campos. El Popol Vuh, libro que recoge una parte del pensamiento antiguo de los mayas mesoamericanos, dice que estos pueblos están hechos de maíz. En sus campos y pueblos la vida cotidiana florece en el riesgo y la resistencia activa, que son las formas que tienen de aprender los pueblos zapatistas. También así enseñan al mundo a ser contemporáneo suyo.
La influencia de la rebelión indígena en los albores del siglo XXI demuestra que nadie en México ha puesto más velocidad rumbo el futuro que ellos, "los más pequeños, los olvidados de siempre". Su tiempo avanza tan aprisa que parece detenido. Es la máscara del vértigo.
Ninguna historia del México moderno se ha contado más y más constantemente que la de la rebelión en las montañas del sureste mexicano. Lo han hecho los mismos insurrectos, los medios de comunicación de diversos países, pensadores y analistas que simpatizan o no con su causa, historiadores, cineastas (sin faltar un sinnúmero de libelistas y falsificadores a sueldo).
La máscara que los hizo visibles ha protegido a los zapatistas del exterminio. También su palabra, y la construcción de alternativas comunitarias a nivel local, mas con un valor en ocasiones universal. Es frecuente la afirmación de que el zapatismo "adelantó" los nuevos movimientos sociales como el altermundismo antiglobalizador y algunas incipientes luchas populares y de liberación en diversas regiones del mundo.
|