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México D.F. Martes 30 de diciembre de 2003

Marcos Roitman Rosenmann

El triunfalismo en la captura de Hussein

La alegría se refleja en los rostros de los invasores. Los responsables de las fuerzas de ocupación se congratulan buscando nuevos aliados para justificar la sinrazón de la muerte en Irak. La presentación de Saddam Hussein, sucio y piojoso, abandonado a su suerte, es el símbolo de la victoria final. Se trata de capitalizar su captura y obtener réditos políticos. Es el anuncio de una nueva etapa para un moribundo proceso de reconstrucción. Las calles de Bagdad y otras ciudades iraquíes se llenan de gente rebosante de felicidad. Personajes anónimos captados por las cámaras de enviados especiales -los de siempre- recorren las televisiones del mundo occidental, regurgitándose hasta la saciedad. Un relato jubiloso, lleno de improperios, emerge de las fauces de los presentadores. Rítmicamente el guión desarrolla la trama: son iraquíes jubilosos de la noticia. El día después los sorprendidos ciudadanos agotan la prensa y piden saber cómo se produjo el operativo. Entre más putrefacto se presente el hecho más menosprecio al capturado. Estamos en presencia de un cobarde: no opuso resistencia, se entregó mansamente. La satisfacción en las entrañas del imperio se desata. Celebra la llegada de la libertad permanente. Las promesas de un futuro de parabienes podrá realizarse, el obstáculo último fue superado. La bestia negra no podrá seguir atemorizando a un pueblo deseoso de incorporarse a las tareas diseñadas desde el Pentágono y la Casa Blanca. Un lenguaje inquisidor emerge. A partir de ahora nada quedará sin factura. Los opositores a la guerra se quedan sin argumentos y son ridiculizados. Como si se tratara de un juego, la detención de Saddam permite avanzar tres casillas en el tablero. Según se insinúa, representa un duro golpe para la vieja Europa y los escépticos. Risas cómplices entre Bush, Blair y la comparsa. Aplausos de sus acólitos y champaña para los festejos. El mundo y la humanidad completa y toda, según la ministra de Exteriores de Aznar, Ana Palacios, está de enhorabuena.

Ya no se repiten escenas del despeño de una estatua gigantesca y fría de Saddam: ahora él se desploma. Qué más se puede desear, han pasado ocho largos meses de sequía donde la resistencia y las bajas han diezmado la moral de las tropas invasoras. La victoria está cada vez más cerca, se huele en el ambiente. Es momento para dar un golpe de efecto y pasar al contraataque. Se impone mostrar otra cara del conflicto y revertir el sentido de los caídos en defensa de la libertad permanente. Cariacontecidos, los ministros de Defensa y los patrocinadores de esta guerra bajan sus rostros en señal de duelo. Las víctimas de los ejércitos de ocupación pasan a la posteridad como héroes que han batallado desinteresadamente contra el terrorismo internacional. Así se callan las voces levantadas en nombre de la dignidad pidiendo que se vayan. Sólo queda dar el golpe final. Ahora se solicita un voto de confianza. Si se capturó a Saddam se conseguirá hacer lo mismo con el resto de sus cómplices. La baraja incompleta, lentamente recupera su identidad. Ases o reinas de picas, diamantes, tréboles o corazones se completan. Todo indica que llegó el tiempo de resarcirse, un punto de inflexión obligado. Esta interpretación, desplegada por los estrategas del Pentágono y los servicios de inteligencia británicos, verdaderos artífices de la guerra, debe ser acatada por los gobiernos que han apoyado militar y económicamente a Bush y Blair: los teloneros, Aznar-Berlusconi y los bufones latinoamericanos que mandan sus escuadrones de la muerte, ahora con menos trabajo en la guerra sucia anticomunista para dar la nota de color tropical al conflicto. Nunca se es suficientemente pusilánime. Sin embargo, para Estados Unidos y Gran Bretaña la captura puede ser el momento idóneo para reducir la frecuencia de noticias procedentes de Irak. Con Saddam en sus manos, la resistencia habría perdido, en la lógica del poder, su principal baza. Hay que favorecer el discurso triunfalista y señalar el ocaso de la resistencia hasta provocar su disolución, evitar nombrarla. La persistencia de acciones en contra de las fuerzas de pacificación ya pueden ser reinterpretadas como acciones de terrorismo focalizado y esporádico. Un nuevo actor debe entrar en escena y la población civil iraquí juega un papel importante en los esquemas tácticos de las fuerzas invasoras. Se trata de provocar su participación de forma masiva en sus propuestas de reconstrucción. Si no había sufrido ataques de la resistencia, ahora puede ser objetivo militar de actos terroristas. No olvidemos que hasta la captura de Saddam no hubo víctimas ni atentados contra la población iraquí. Un par de atentados sin dueño, atribuidos a la resistencia, podría coadyuvar al cambio de imagen. Mujeres llorando y cuerpos infantiles despedazados son buen comienzo. Ya no habría que soportar imágenes de soldados muertos siendo pateados, ahora serán cuerpos de los iraquíes. Las piezas del puzzle encajan perfectamente. Todas las energías positivas provienen del campo de las fuerzas del bien, empeñadas en la tarea de democratizar Irak; las fuerzas del mal se aglutinan en torno del terrorismo internacional. La mano de Bin Laden se alarga y penetra en Irak. Ya puede ser invocada para satisfacción de Estados Unidos en su lucha contra el imperio del mal. Sólo queda juzgar al criminal de guerra. Que sea en Irak o por un tribunal internacional en nada cambia la orientación del juicio. La farsa está servida. Como en Guantánamo la posibilidad de que goce de un juicio justo son las mismas que se pueden albergar de sentar junto a Saddam, en el banquillo de los acusados, a Bush, Blair, Aznar, Solana, Berlusconi y un largo etcétera.

Saddam será convenientemente ridiculizado hasta la saciedad. Muchos se sentirán aliviados y convencidos de que un criminal menos está libre. Pero los más peligrosos siguen libres, campeando a sus anchas en la confianza que les da sentirse dueños del mundo e inmunes a la justicia y el derecho internacionales. Perseverar en lograrlo dignifica la condición humana y forma parte de la lucha por la democracia

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