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México D.F. Domingo 28 de diciembre de 2003
ƑLA FIESTA EN PAZ?
Leonardo Páez
Don Pedro Yllana, testimonio
HAY SERES HUMANOS a los que la vida les concede el don de ser testimonio, de demostrar a lo largo de su fructífera existencia que lo realizado ha sido bueno y para bien no sólo propio, sino de los demás. Tal es el caso de don Pedro Yllana, restaurantero de prosapia que en su feudo El Tío Luis, de la colonia Condesa, acogiera con humanismo desbordado, desde hace casi siete décadas, la fiesta de los toros, entendida como otra manifestación del pensamiento y la cultura de algunos pueblos.
DE ELEGANTE SENCILLEZ y proverbial profesionalismo, don Pedro poseía además el arte de la amistad, cultivado lo mismo con figurones internacionales como don Rodolfo Gaona o Alí Chumacero, poeta mayor de México adicto al Tío Luis, que con modestos comensales de su restorán, donde el pollo deja de ser ave ordinaria para convertirse en apetitoso manjar. De allí que lo apodaran El Rey del Pollo.
DECORADOS LOS MUROS de sus salones con incontables fotografías -en una de ellas el propio Yllana toreando magistralmente a la verónica en un festival-, carteles, cabezas de toro, óleos y acuarelas -el espléndido retrato que el maestro Navarrete hiciera del incomparable cronista Federico Garibay-, vitrinas con trajes de luces de diestros famosos o entrevistas enmarcadas pero, sobre todo, un insólito ambiente añejo que ha logrado combinar lo bohemio con lo familiar.
EN SEPTIEMBRE PASADO tuve la satisfacción de que en El Tío Luis se reencontraran, cerca de las 11 de la noche, dos viejos amigos que allí se conocieron: don Pedro y el concertista mexicano, radicado en Viena hace 25 años, Salvador Neira Zugasti, quien emocionado comentó: "Recuerdo que en ese piano toqué algunos nocturnos de Chopin y, al terminar, el cronista José Alameda me dijo, aludiendo a mi origen saltillense, que yo sería el Armillita del piano".
"TOQUE ALGO, SALVADOR", pidió esta vez don Pedro, melómano irredento, y Neira, conmovido con la fresca longevidad del patrón del lugar, interpretó algunas danzas españolas de Enrique Granados. Cuando se despidieron, sus miradas reflejaron un silencioso y perturbador "hasta siempre".
LA ULTIMA VEZ que saludé en su restorán a don Pedro Yllana fue el pasado miércoles 12 de noviembre. Con el rostro descompuesto por la pena, se acercó a mi mesa para decirme con voz entrecortada: "Esta mañana se pegó un tiro David Silveti". Lo invité a sentarse y traté de confortarnos diciéndole que la vida es más misteriosa que la muerte. No sirvió de nada, sobre todo porque aún estaban frescas en la mente de todos los aficionados las memorables actuaciones de David en la Plaza México en enero y febrero de este año.
TEPITEÑO DE ORIGEN, don Pedro trabajó en una imprenta, luego fue boxeador, intentó ser torero y posteriormente se desempeñó como mesero en el Frontón México, donde también atendió el bar. Allí trabó amistad con toreros como Pepe Ortiz, Cagancho, Lorenzo Garza, Samuel Solís, Carlos Lombardini y Rodolfo Gaona, que tiempo después sería su compadre y a quien en sus últimos años "arroparía de amistad", al decir de Alameda. Con su partida física, don Pedro Yllana nos deja a muchos desarropados del inolvidable, cálido y refrescante testimonio de su rica y útil existencia.
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