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México D.F. Martes 23 de diciembre de 2003

Elena Poniatowska

Enrique Bostelmann (1939-2003)

Algunos, quizá la mayoría, prefieren la fotografía a la realidad. "Man cannot bear too much reality", escribió Eliot, y allí está la fotografía para demostrarlo. Es mejor ver el sufrimiento en fotografía, conviene más ser testigo que juez y parte. Jesusa Palancares, soldadera en la Revolución Mexicana, dijo en alguna ocasión: "A mí que no me cuenten, yo lo viví", pero era una mujer de una extraordinaria valentía. También Enrique Bostelmann había vivido todas y cada una de sus fotografías, las había caminado, las había padecido, las había rescatado del abismo, se la había jugado por ellas como lo haría un corresponsal de guerra. Claro, le ayudaba su estatura, su vigor, su imponente presencia.

En fotografía no hay objetividad, al menos en términos políticos. El fotógrafo sigue su instinto, escoge y nos da su opinión, su modo de ver el mundo, eso que solemos llamar punto de vista.

Parado a la mitad del mundo, Enrique Bostelmann lanzaba su mirada de águila sobre montes y collados. Todos éramos sus ovejas y podía hacernos suyos a la primera. šAy de aquel que se descuide! Bostelmannn nos traía entre ojo y ojo, o, como decimos los mexicanos, entre ceja y ceja.

Enrique Bostelmann parecía teutón. Entraba en la casa y creía yo que iba a tirarla con toda su gigantesca humanidad. Nacido en Guadalajara, Jalisco, en marzo de 1939, tenía relaciones con Alemania, ya que estudió en la Bayerische Staatehranstalt de Photographie en Munich. Buscaba la luz y la buscó desde niño. Preparaba un libro de 150 fotografías de distintos artistas de América Latina que le editaría la Universidad Autónoma Metropolitana y retrataba a cada uno con sus totems, sus objetos más queridos, aquello que los hacía vivir: Carlos Monsiváis con sus gatos y un Garfield de plástico que usa para hablar por teléfono, Carballido con la máquina de escribir color lila que Salvador Novo puso en sus manos, Vicente Leñero con una maquinita de escribir diminuta que le regaló su hija, Luis de Tavira con una caja de música. Y así cada uno de ellos con alguna chingamusita entrañable. Ese día, en el sofá de la casa, Bostelmann estaba emocionado con su proyecto. " Tengo mucho trabajo, corro de un lado a otro, me está saliendo muy bien esta serie." A ninguno de los dos podría habérsele ocurrido jamás que uno de los dos iba a morir.

Hace dos meses vino a la casa a enseñarme sus fotografías tomadas en Cuba, donde a su vez lo retrató en toda su imponente altura otro fotógrafo notable, Pedro Meyer, en La Habana. Preparaba una exposición.

El niño solitario tiene como interlocutor a un José Martí de yeso blanco. ƑSabrá que su patria entera se concentra en esa figura? ƑSabrá Martí de las preguntas sin respuesta que se hacen los cubanos en esas casas de techo de lámina, en esas calles abandonadas?

Luego me enseñó una foto de dos limpiadores de ventanas tomada tras del vidrio del bar del World Trade Center. ƑO sería el edificio de la Latinoamericana?

Las sillas vacías de quienes levantan sus copas en el bar del rascacielos no sentarán jamás a los limpiadores de vidrio del Paseo de la Reforma. Sin embargo, aquellos que miran la ciudad detrás de los ventanales tampoco sabrán lo que es volar y, sobre todo, dominar el espacio, pasar por encima del precipicio.

Bostelmannn seguía a su cámara, que por lo visto tenía vida propia. Conducía al fotógrafo por calles desconocidas y se detenía frente a escenas inesperadas. A lo largo de la vida nos persiguen nuestras acciones. A la mujer gorda sentada en la acera de la ciudad más atribulada del mundo, Nueva York (por el odio que suscita), la persigue su gordura, y ella la convierte en acción afirmativa. Aquí estoy y soy como soy. Mi existencia soy yo. Yo soy mi casa.

Creerse espectador es una falacia, porque la vida no es un espectáculo, así como un año de sufrimiento no es un teatro y un hombre que llora no es un idiota. Shakespeare se equivocó cuando nos dijo que la vida era un cuento contado por un idiota. Entonces, Ƒqué importa para un presidente una pose más? ƑDe frente, de perfil, de tres cuartos? Las condiciones materiales vuelven a darse. El hombre puede reinvestirse presidente y creérselo. El ex presidente Luis Echeverría posa tieso (siempre lo fue) frente a Oswaldo Guayasamín y se manda hacer un traje de bronce para la posteridad.

Enrique Bostelmann puso entre mis manos la foto de dos mujeres cubiertas con abrigos de tigre.

Hijo de tigre pintito, aquí las pintitas son tigresas durante el tiempo que dure el engaño, el clic del fotógrafo. Un ser que juega a ser una niña-anciana, una niña-anciana que recuerda que alguna vez jugó a la muñeca antes de que a ella se la comieran de un solo bocado los tigres que andan sueltos en el mundo.

Basta una pose coqueta, para creerse "femme fatale". Basta sentarse a tomar el sol con una sombrilla de flecos y una muñeca en los brazos para regresar a la infancia.

El último viaje podría parecer un viaje a la eternidad, pero es el de la convivencia, el del placer del camino compartido, el recuerdo de otras travesías, cuando los huesos lo aguantaban todo y los músculos no se habían aflojado. La eternidad cabe en una nota del periódico de ayer.

"ƑQuién se atreve a desafiarme?" "Yo". "ƑQuién eres? "El otro". El diálogo entre el hombre y su sombra es el delirio del solitario que se reinventa en sí mismo para no enloquecer a la orilla del camino.

2003. Las utopías neoliberalistas han borrado de golpe cien años y en algún lugar de la tierra dos campesinos de huaraches, sombrero y gabán fuman su cigarrito. "ƑTe acuerdas?", se preguntan el uno al otro. Los bigotes zapatistas o villistas están a la altura de la historia. La únicas diferencias entre la fotografía de Bostelmann y las de la Revolución son los tonos sepias que el gran fotógrafo canjea por magistrales blancos y negros.

Si José Martí pedía trato equitativo, Ƒqué es lo que ha sucedido? ƑPor qué en Cuba hay pordioseras de blanca palangana y cobija raída? ƑPor qué hay niños de la calle? ƑPor qué muertos de hambre? Pobrecita gente de toda la gente, escribió alguna vez el poeta Miguel Hernández, y no sólo hablaba de los pies descalzos. Son ellos quienes deberían darle la cara al mundo, como la dan los white necks de blanquísimo cuello que la prensa halaga en las secciones de sociales. ƑSon ellos quienes prefieren las fotografías a la realidad?

La gente cree en lo que ve; por lo tanto la gente cree en las fotografías. Por eso los fotógrafos quieren tomar imágenes poderosas, como si se tratara de lo último que sus espectadores van a ver antes de morir. Algunos fotógrafos buscan que sus imágenes ejerzan determinado impacto, fascinar o repeler, sacar a los que las ven de su pequeño paraíso personal. ƑVer es creer? Enrique Bostelmann era, desde luego, un fotógrafo creíble. Sus fotos se las daba la calle, la ciudad, la tierra entera. Incluso el ex presidente Luis Echeverría no posaba para él, posaba para Guayasamín.

De ellos el único que hoy vive es Luis Echeverría.

La fotografía persuade. Sus hombres y mujeres, sus expresiones y sus abrigos (šcuántos abrigos en Bostelmann!) no parecen venir de ninguna parte, no son referencias en el sentido estricto de la palabra.

Si uno las ve durante largo tiempo, se dará cuenta que las imágenes de Bostelmann iluminan como lo hacen los grandes poemas.

Enrique Bostelmann falleció el 3 de diciembre de 2003 a los 64 años. Ha ido a encontrarse con Mariana Yampolsky y con Manuel Alvarez Bravo, a quienes admiró y cuya obra divulgó. A él todavía no le tocaba morir. Tenía muchos proyectos, una exposición y su libro de 150 fotografías. Ojalá y ambos proyectos sigan adelante. Estaban casi, creo, terminados.

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