México D.F. Jueves 18 de diciembre de 2003
Leonida Zurita habla de sus experiencias como
lideresa de cocaleros
Factible, la lucha común de ''mujeres y hombres''
indígenas en Bolivia
La dirigente quechua participó en las ''guerras''
del agua, de la coca y del gas
Carecen de mercado los productos alternativos propuestos
por el gobierno, señala
ARTURO JIMENEZ
A Leonida Zurita, dirigente de cocaleros de la región
del Chapare, en Cochabamba, Bolivia, le apasiona hablar acerca de las luchas
de los indígenas, de las mujeres y de los productores de esa planta
para que se respeten sus derechos ancestrales y culturales.
Ella
se explaya y cuenta y recuenta y repasa los detalles, y con ello ilustra
el carácter de esas luchas en las que se encuentra inserta como
indígena, como mujer y como productora de coca en un país
que la consume desde hace siglos, pero que desde hace unos años
ha sido tipificada como ilegal por el gobierno boliviano a instancias de
Estados Unidos.
''Como los hombres, las mujeres también luchamos
por la tierra, porque es nuestra madre, que nos da vida, valor, alimento.
Y la defendemos porque las mujeres también damos vida. Defender
la tierra es defender la coca, que también nos da vida. Y defender
la coca es defender a nuestra madre tierra."
La dirigente quechua, presidenta de las seis Federaciones
de Mujeres del Trópico de Cochabamba y ex cabeza de la Federación
Nacional de Mujeres Campesinas de Bolivia-Bartolina Sisa, cuenta con una
experiencia fraguada en muchas luchas, como la ''guerra del agua" en Cochabamba,
en el 2000; la ''guerra de la coca", en 2002; y, hace unos meses, la ''guerra
del gas", que derrocó al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada.
Zurita habla en entrevista durante un receso de América
Profunda, reunión de representantes e intelectuales indígenas
y no indígenas que concluyó hace unos días en el Antiguo
Colegio de San Ildefonso.
La coca, base cultural y económica
La dirigente cocalera retoma su reflexión: ''Para
nosotros la coca es nuestro alimento, nuestra cultura, nuestra medicina
natural. Con ella hacemos jarabes, vinos, chicles, galletas. Pero el gobierno
más bien nos dice que nuestra coca es ilegal, que se va directo
al narcotráfico."
Pero ''nosotros no tenemos la culpa que haya narcotráfico",
señala, y argumenta que aunque son más de 7 mil elementos
del ejército y las policías bolivianas, así como de
la DEA y la CIA estadunidenses, los que no han podido frenar a los narcotraficantes.
Zurita denuncia que los militares ya no destruyen sólo
las siembras de coca, sino de otros productos como la yuca o los propios
cultivos alternativos propuestos por el gobierno. Pese al fracaso de los
cultivos alternativos, dice que el gobierno insiste en que se siembren,
''pero no hay mercado para ellos".
En cambio, con la coca los indígenas hacen compra-ventas
y trueques con otros productos en las diversas regiones bolivianas, a las
que acuden porque son sus lugares de origen, pues el Chapare es una zona
de inmigrantes del país.
Aunque sí cultiven otros productos, prefieren la
planta de coca, ya que con ésta se cosecha cada tres meses, mientras
con el arroz, por ejemplo, es sólo una vez al año.
Leonida cuenta que en las poblaciones de las seis federaciones
de mujeres existen unos 17 mercados de intercambio y venta, además
de uno en Cochabamba, que son reconocidos por el gobierno.
Sin embargo, muchas veces las autoridades deciden clausurar
esos mercados mediante la intervención del ejército. Todos
sufren la represión legal, inclusive los transportistas, quienes
al ser detenidos pueden ser condenados hasta ocho años de prisión.
El frente femenino
Leonida Zurita comparte experiencias y reflexiones sobre
la lucha de las mujeres. ''Antes se pensaba que la organización
sólo era de los varones y que sólo ellos peleaban. Había
machismo y a las mujeres no nos dejaban que participáramos en las
reuniones". Sólo las viudas tenían derecho a estar en las
reuniones, luego de un año de licencia tras la muerte de su pareja.
''La primera movilización en la que participé
fue luego de una matanza, cuando tenía como 18 años, en Villa
Tunare. Se estaba aprobando la ley 1008 (que penaliza el cultivo de coca)
y nosotros no la queríamos. Nos movilizamos miles de compañeros
y murieron como 18 personas."
Cuenta que como su madre era viuda, ella, como hija, también
tenía que asumir una responsabilidad. ''En 1990 o 1991 ya participaba
en la 'vinculación femenina'. Cuando había reuniones teníamos
que barrer lo que se ensuciaba con la coca o el cigarro, debíamos
cocinar para la fiesta de la comunidad, o el 6 de agosto, día de
la patria, o cuando había un trabajo comunal o los albañiles
laboraban en la escuela".
Pero después de 1994 su madre se hizo de unos chacos
(tierras) para la familia. De manera paradójica, a partir de ese
logro la joven Leonida tuvo que abandonar sus estudios, cuando cursaba
el ''primero medio". Explica las causas:
''A mi mamá la engañaron. Le dijeron que
cambiara el cultivo de coca por otro producto alternativo, que le daría
mejor producción. Pero el cultivo de piña, palmito, banano,
maracuyá o pimiento no le resultó porque, por ejemplo, con
la palma africana se debe esperar tres años para poderla cortar.
Lamentablemente la plata se invirtió en las plantaciones y ya no
alcanzó para que los hijos estudiáramos."
Fue así como Leonida Zurita comenzó a tener
mayor intervención en los asuntos sindicales y en el trabajo comunal,
pues además había asumido la responsabilidad del chaco familiar
porque sus cuatro hermanos varones mayores ya se habían ''hecho
de mujer".
En 1994 más de 150 varones y algunas viudas la
eligieron secretaria de actas de su sindicato cocalero. ''Yo tenía
miedo, pero mis hermanos, que habían sido dirigentes, me ayudaron
la primera y la segunda vez".
Ahora Leonida tiene compañero, dos hijos y es una
activa dirigente, en un trabajo afin al líder cocalero y cabeza
del partido Movimiento al Socialismo, Evo Morales, quien en 2002 quedó
en segundo lugar de las elecciones presidenciales.
Sangre de hombres y mujeres
Los hombres y mujeres indígenas de la región,
señala Leonida Zurita, han sufrido muchos atropellos y han realizado
varias movilizaciones de protesta.
''Antes no había ni siquiera respeto a las mujeres
embarazadas; los militares nos pegaban, nos pateaban. Cuando pasamos por
Ibigarzama pisaron los pies de una mujer embarazada, y cuando su hijito
corrió hacia ella igual lo patearon. Para nosotros era delito tener
100 dólares, de-cían que éramos narcotraficantes,
igual si tenías una bicicleta montañera o un radio.
''Cuando llegaba la noche teníamos temor de dormir
porque venían los militares a tomar la casa y el marido tenía
que escaparse al monte porque, si lo agarraban, se lo llevaban preso. Algunas
de nuestras compañeras han pasado por los chequeos militares y hasta
las han violado sexualmente.
''He aprendido en la Constitución política
del Estado que tenían que pedirme permiso para ingresar a mi casa,
pero no era así. En el colegio no nos enseñan leyes, lo que
nos enseñan son las historias que han pasado. Yo he aprendido mucho
de mi organización sidical.
''Hemos visto cómo los militares le pegaron al
Evo Morales, lo amarraron de las manos y lo arrastraron, casi lo matan.
Y vimos que derramaba sangre, y hemos pensado también que, si los
varones están derramando sangre, y si las mujeres, al dar a luz,
también derramamos sangre con dolores muy fuertes, ¿por qué
no podemos organizarnos y pelear juntos, hombres y mujeres? Esa idea ha
sido muy grande."
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