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México D.F. Domingo 7 de diciembre de 2003
Carlos Bonfil
Retrospectiva Ingmar Bergman
Hace apenas dos meses la Cinemateca Francesa en París exhibió una retrospectiva de la obra completa del realizador sueco Ingmar Bergman, en tanto que el National Film Theatre, de Londres, prepara un evento similar para enero del próximo año. Esto representa la exhibición de casi 50 largometrajes, que incluyen trabajos para la televisión sueca, desde su primera película, Crisis, de 1945, hasta Zarabanda, de 2003, actualización televisiva de Escenas de un matrimonio, de 1973, con los mismos protagonistas, Liv Ullman y Erland Josephson. La retrospectiva de 16 largometrajes que propone hoy la Cineteca Nacional tiene alcances más limitados, representa la tercera parte de la obra del autor sueco, y su criterio representativo en la selección se atiene sin duda a lo disponible. En México se conocen muy poco los 10 largometrajes realizados entre 1945 y 1950, con títulos capitales como La prisión, La sed, El puerto y Juegos de verano. Algunas cintas han pasado por la televisión cultural, otras en cine-clubes de los años 60, y ninguna ha sido rescatada en video. Los intercambios con otras cinematecas y el recurso al subtitulaje electrónico bien podría colmar después esta deficiencia, tal vez en un nuevo ciclo dedicado al primer periodo del cineasta.
El ciclo tuvo un arranque espléndido con la proyección de Sonrisas de una noche de verano, de 1955, juegos del amor y el azar que concentran en varios relatos entrecruzados las recurrencias temáticas del autor: la inconstancia amorosa, la incomunicación humana, el sometimiento pasional y ese elogio del hedonismo que encarna Harriet Anderson, la doncella pícara que transmite vitalidad y arrojo a los miembros de una burguesía desencantada. En Un verano con Mónica, de 1952, el escepticismo gana terreno y la huida al campo de una pareja de amantes jóvenes concluye en el tedio y la amargura. Esta cinta fue clave seminal para Pierrot el loco, de Godard, realizada 13 años más tarde. Noche de circo (1953), tercera cinta del ciclo, lleva el desencuentro amoroso a los límites de la mezquindad moral. El retrato de dos parejas desavenidas es cruel, y el fondo circense una metáfora de la grotesca teatralidad de los intercambios afectivos. Siguen dos obras maestras, El séptimo sello (1956), expresión definitiva de las obsesiones metafísicas del autor, en particular su reflexión sobre la muerte y la ausencia de Dios, y Fresas silvestres (1957), retrato de un anciano, cubierto de honores académicos, cuyo egoísmo y obstinación narcisista se disuelven en la contemplación melancólica de su propia infancia.
La mayor revelación del ciclo es, sin embargo, la proyección de Persona (1966), obra fascinante y compleja, analizada de modo magistral por Susan Sontag en su libro Estilos radicales (Muchnick editores), la cual no se exhibía en México desde hace varios años. Análisis de una relación conflictiva llevada al extremo del desdoblamiento de personalidades, en la que la salvación de un personaje supone fatalmente la condena del otro, y la soledad el único bien compartido y perdurable. En tres cintas más, El rito, El ojo del diablo y El rostro, reaparece el gusto del realizador por el teatro y la recurrencia a simbolismos metafísicos; son obras ásperas, maliciosas, sin mayor reconocimiento crítico y sin mucha incidencia en el público de la época. Tres almas desnudas y Gritos y susurros analizan -la primera de manera casi experimental, la segunda, de modo magistral- la conducta femenina y su confrontación con el misterio de la soledad y de la muerte. La segunda película confina lo sobrenatural al develar la desesperación de un personaje (Harriet Anderson) quien luego de morir revive estrepitosamente para reclamar la respuesta afectiva de sus dos hermanas insensibles. La retrospectiva en la Cineteca cierra, en su última semana, con títulos más familiares para el cinéfilo joven, Escenas de un matrimonio, larga disección de una pareja conyugal que reflexiona sobre sus 10 años de vida común, en la que el realizador traslada al ámbito doméstico algunas de sus preocupaciones metafísicas. Es el tránsito del silencio de Dios al insoportable hermetismo de una pareja que verifica su propio fracaso. Dos ambientaciones históricas, Fanny y Alexander y El huevo de la serpiente, señalan la maestría de Bergman y de su colaborador, el fotógrafo Sven Nykvist, para capturar las atmósferas de las primeras décadas del siglo pasado, desde una cálida visión intimista hasta el perturbador fresco social que coincide con la llegada del nazismo. La flauta mágica y De la vida de las marionetas marcan un regreso al ámbito escénico, a la ópera de Mozart, que es reminiscencia del juego fáustico de las primeras comedias de Bergman, y a la teatralidad, de nuevo grotesca, de un suceso de nota roja en el que los protagonistas se mueven como peones inesperados de aquel ajedrez metafísico en El séptimo sello. La retrospectiva se proyectará nuevamente en el Centro Cultural Universitario en enero del próximo año. La Cineteca Nacional exhibe hoy Fresas silvestres.
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