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México D.F. Domingo 7 de diciembre de 2003
Rolando Cordera Campos
Amén para el nuevo régimen
Plagada de errores desde sus primeras versiones de hace dos años, la reforma fiscal ve llegar su fin bajo una andanada de despropósitos parlamentarios y burocráticos. Todos a la vez se quitan la palabra o el lugar en el pódium o el ágora electrónica para "proponer su reforma" cargada de números a cual más fantasiosos y de fantasmales saludos a la bandera: es la patria la que está en peligro y es a nosotros, pobladores del panteón republicano y damas de la vela perpetua de la democracia, a quienes corresponde salvarla. Así es que -dirán los priístas a una sola voz, con el coro obligado de panistas, verdes, negociantes y publicistas a sueldo de los cabilderos- déjennos solos. Se trata del sacrificio del Estado en el altar de la libertad, oficiado solemnemente por los nuevos sacerdotes del individualismo a ultranza habilitados como demócratas por los vigilantes del otro lado de la línea fronteriza.
La petición debe leerse en sus términos: lo que la autobautizada clase política de la democracia que nos rescató del infierno populista redivivo como neoliberalismo suicida quiere ahora es quedarse sola en el escorado barco del Estado. Ni democracia con masas ni mercado con consumidores provenientes del empleo y la producción, sólo vacío y soliloquios y uno que otro autista para confirmar que "no hizo igual con ninguna otra nación" y la volvió ánima perdida en medio de la globalización inclemente y voraz que todo lo quita y sólo a pocos da. Es éste ya, sin remedio ni trapito, el escenario para el fin del gobierno que pretendió inaugurar época; para un sistema de partidos que pretendió perpetuarse a costa de la amplitud participativa de los ciudadanos, dejando a éstos en manos de un imperio mediático impresentable y ávido; para un combinación burocrático-político-empresarial que se dedicó a devorar la gallina de los huevos de oro del petróleo, de la cascada de dólares que nos cayó con la apertura y el TLCAN, de la docilidad y disposición al trabajo y a la adaptación de unas clases trabajadoras hambrientas de empleo, hartas de atraso y abuso, sedientas de progreso aunque fuese a retazos y a altos y letales riesgos, como en Ciudad Juárez.
Se anunció el fin de un régimen pero de inmediato se buscó la anuencia de sus protagonistas y usufructuarios principales para apresurar su muerte. Se ofreció el cielo en materia económica y abandonar cuanto antes el purgatorio en materia social. Se dibujó un paisaje bienaventurado que la democracia traería como dote para las bodas del país con la modernidad... y aquí estamos todos, asistiendo al mutis del PRI, al cotidiano asesinato del lenguaje y con él de la política, mientras todavía algunos mentecatos se desgañitan y alertan contra el populismo y la debacle nacional si no se acepta este peculiar reformismo que quiere acentuar la inequidad fiscal, hacer venta de garaje con los recursos energéticos y hasta cambiar las manecillas del reloj para ver si así aumenta en verdad el desempleo y nos alivia de las presiones alcistas en el mercado de trabajo, teoría con la que el imperdible Abascal busca abrir su camino a Suecia y el premio Nobel de esgrima bíblica.
La punta no podía sino corresponder al PRI, en esta frenética carrera al desastre. Se festinó su derrota y se la vio como la entrada triunfal al nuevo régimen, pero se olvidaron cuestiones elementales, como el relevo político, la institucionalidad acompañante del cambio, el compromiso de los de arriba con un proyecto nacional de por sí inexistente en las cabecitas locas de los arrogantes arquitectos de la alternancia. Y pronto se pudiera atestiguar las falacias de los transitócratas: el IFE fue puesto contra la pared por los émulos de Arturo Ui investidos de constitucionalistas y juristas de pro, en verdad defensores de la corrupción y la impunidad desfachatadas; la política se volvió botín y, como nunca, y vaya que sabíamos de esto, compra y venta de protección; pero no se cedió un ápice en el cortejo a los prudentes del PRI con los que el gobierno del cambio podría hacer de éste una realidad permanente y blindada, ordenada y generosa como la patria prometida. Reformismo de nueva generación, con Chanel y champaña, del brazo y por la calle con los dueños del dinero viejo.
Cuando todo esto se reveló como fantasía ingenua y destructiva, el PRI tomó nota de su orfandad irremediable y algunos de sus personeros buscaron rápido y generoso sustituto y se aprestaron a cogobernar con papá presidente prestado. El derrumbe no podía tardar y aquí lo tenemos ya, presentado como bufonada en los canales de la televisión y como pesadilla en las columnas financieras que se sueñan parte de "los mercados" que a diario nos descalifican y aprueban, según vaya el precio del petróleo.
Cuesta abajo el otrora pilar de las instituciones, no podía sino ocurrir lo mismo a los que querían gobernar sin ellas, ilusionados con la limpieza electoral y las promesas de una globalización edulcorada por la amistad del poderoso. Dejadas a su propia dinámica, ni la primera, torpemente entendida como democracia tal cual, ni la segunda, neciamente vista como mercado urbi et orbi, pueden llevarnos sino a la autoinmolación nacional.
Y es esto lo que las bandas priístas y sus grotescos jurisconsultos han puesto a circular como horizonte nada lejano del país de las maravillas. Amén.
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