México D.F. Sábado 29 de noviembre de 2003
El narrador español busca recuperar la
memoria de los vencidos en la Guerra Civil
Veinte años y un día marca el
regreso de Jorge Semprún a la lengua materna
La democracia en España se consolida con los
valores del bando republicano, expresa a La Jornada Se trata de
la primera novela que escribe directamente en castellano
ARTURO GARCIA HERNANDEZ
El caso del escritor Jorge Semprún es singular:
nació en España el 10 de diciembre de 1923; vive en Francia
desde los 14 años; ha escrito toda su obra de ficción en
francés y ahora, a punto de cumplir los 80, acaba de publicar su
primera novela escrita directamente en castellano, Veinte años
y un día. Todo un reto, expresa vía telefónica
desde su casa en París.
Hasta
ahora Semprún sólo había escrito en castellano ensayos
y un polémico libro de memorias, Autobiografía de Federico
Sánchez: ''Pero no es lo mismo que escribir una novela. Yo que
me pasaba todo el tiempo diciendo que era bilingüe, o sea, un poco
esquizofrénico. Ahora he tenido que ejercer de esquizofrénico
y realmente ser bilingüe. Quería demostrarme a mí mismo
que sigo siendo esquizofrénico".
El razonamiento del autor parte de la premisa de que una
lengua es una cultura: una forma de vivir, pensar, mirar el mundo y representarlo.
En tanto bilingüe, él es habitante de dos culturas, pero había
pasado más tiempo en una que en otra. Veinte años y un
día fue su retorno a la lengua materna.
De acuerdo con la experiencia de Semprún, hay un
momento del proceso creativo literario en el cual no importa el idioma:
''Es toda la parte conceptual de la novela, pero en el momento de ponerse
a escribir de verdad, cuando los personajes y la trama básica ya
han ido dibujándose en la imaginación, la diferencia es enorme.
El francés es una lengua espléndida, muy concisa, muy precisa,
muy escueta. Es una lengua que se domina más a sí misma,
por su gramática, por su léxico, por su sintaxis".
La sintaxis del castellano, en cambio, ''es mucho más
libre, y su gramática y fonética son más sencillas.
Por lo mismo es más grandilocuente y barroco, y el escritor corre
el riesgo de desbocarse más fácilmente. En cambio, le ofrece
una mayor sensualidad para hablar de los olores, los sabores, los colores,
los paisajes, las pasiones. Es en ese momento cuando se percibe la diferencia
que hay entre el francés y el español como instrumentos lingüísticos".
Pero escribir en castellano no fue una decisión
del autor, sino una exigencia de la historia y del ambiente social y geográfico
en el que se desarrolla la novela; la España de la posguerra civil.
Sólo en español podía recrearse el habla de los protagonistas;
sólo en español podían describirse sus vestidos, los
sabores de su comida, sus costumbres y la exaltación del momento.
Especie de auto sacramental
Veinte años y un día tiene su origen
en una anécdota real que le narraron a Semprún: ''Me fue
contada por Domingo Dominguín (hermano del torero Luis Miguel Dominguín),
muy amigo mío y en aquella época militante clandestino del
Partido Comunista en España".
La anécdota se refiere al asesinato del joven propietario
de una finca a manos de unos campesinos, el 18 de julio de 1936, al comienzo
de la Guerra Civil española. Los hechos ocurren en una provincia
de Toledo: al enterarse del alzamiento militar contra la República,
los empobrecidos campesinos se levantan ''con la ilusión de conquistar
la tierra y colectivizarla".
Paradójicamente, el hombre al que asesinan es el
único liberal de la familia. Al término de la guerra, el
18 de julio de cada año los familiares del difunto empezaron a organizar
una conmemoración. Escribe Semprún en la novela: ''No sólo
una misa o algo por el estilo, sino una verdadera ceremonia expiatoria,
teatral. Los campesinos de la finca volvían a repetir aquel asesinato:
a fingir que lo repetían, claro. Volvían a llegar en tropel,
armados de escopetas, para matar otra vez, ritual, simbólicamente,
al dueño de la finca. A alguien que hacía su papel. Una especie
de auto sacramental, así era la ceremonia".
Sobreviviente de un campo de concentración nazi
en Francia, miembro de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra
Mundial, Jorge Semprún se define como ex comunista, critica la vertiente
dogmática y opresiva de esa doctrina pero refrenda sus principios
humanistas y emancipadores. Entre 1988 y 1991 fue ministro de Cultura de
España durante el gobierno de Felipe González. De esta experiencia
escribió el libro Federico Sánchez se despide de ustedes.
Federico Sánchez era su seudónimo de militante comunista
clandestino y ahora aparece como personaje de Veinte años y un
día.
Sin espíritu de revancha
Uno de los propósitos de Semprún a la hora
de escribir la novela fue ''resucitar un poco, en la medida en que una
novela pueda lograrlo, ese periodo de la posguerra civil en España,
de la dictadura franquista, de las ilusiones y de las desilusiones, de
los encantos y los desencantos, de las luchas y de las derrotas, de la
relación con el comunismo, que es una relación conflictiva
y al mismo tiempo enternecida en mi memoria".
Otro objetivo fue ''recuperar la memoria de los vencidos".
El escritor considera que ''la democracia actual en España se ha
construido y se ha ido consolidando sobre los valores democráticos
de los vencidos, los del bando republicano. No obstante, a la memoria colectiva
aún le quedan cicatrices de la Guerra Civil y sin embargo queda
la impronta de los vencedores en muchos aspectos de la vida. No es una
contradicción, hay una doble figura de la realidad social y por
consiguiente es interesante volver sobre la memoria de los vencidos para
reforzar la democracia española sin espíritu de revancha,
sino con espíritu de apaciguamiento, pero con claridad sobre el
pasado para saber a qué atenernos".
-¿Por qué hace aparecer a Federico Sánchez
en esta novela?
-Porque era una forma de continuar parte de mis libros
autobiográficos. Aunque, como decía el escritor Boris Vian,
en este libro todo es verdad porque me lo he inventado todo. En otros hay
una base autobiográfica. Ahora me pareció interesante transformarme
en personaje, aparecer en tercera persona. Federico no es el que habla,
no es el que escribe, sino que ahora es personaje de mi novela.
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