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México D.F. Viernes 28 de noviembre de 2003

La patria se defiende, mensaje reiteradamente coreado y con dedicatoria al Presidente

Pasada por agua, la megamarcha fue de la consigna a la mentada

En Reforma, unos jóvenes gritaron ''¡oportunista!'' al senador Manuel Bartlett

MIREYA CUELLAR

Los contingentes avanzaban festejando la toma de la calle. Brincaban, porque ''el que no brinque es amigo de Fox''. Iban de la consigna a la mentada; tarareaban aquello de ''sacaremos a ese buey de la barranca'', a ritmo de banda oaxaqueña, porque el gobernador José Murat se trajo hasta a los músicos... Todo iba bien hasta que empezaron a caer las primeras gotas, que se volvieron aguacero. Y la lluvia conspiró contra la marcha, porque en menos de una hora el agua hizo que disminuyera la enjundia.

Pareció diluirse el gusto por ir hasta la emblemática plaza, el Zócalo de la ciudad de México, a gritarle al Presidente que ''¡la patria se defiende!'', que ''¡no pasará la reforma eléctrica''. Nadie dejó de llegar hasta la plancha, porque aquí, gritaban algunos, "nadie se raja". Pero entraban corriendo y, algunos, se dispersaban hacia los portales o las aceras buscando resguardo. Otros se amontonaban bajo las mantas. Sólo los trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) aguantaban como los buenos. Mantuvieron hasta el último momento la valla que rodeaba el templete y muchos de sus contingentes compactos. Las camisetas pegadas al cuerpo y el agua escurriendo por sus cabellos.

murat_bartlett_gdgEl senador Manuel Bartlett no resistió. Apenas empezaban las muestras de que no se trataba de una llovizna, cuando buscó la salida del Zócalo. Había dejado atrás a José Murat y al tabasqueño Oscar Cantón Zetina, con quienes marchó por Reforma con tal número de guaruras que ellos solos -más los fotógrafos que los rodeaban- formaban un pelotón.

¿Cuándo fue la última vez que marchó y por qué causas? La pregunta incomoda al senador que, sin detener el paso, dijo que tenía en su haber 35 años de político y muchas marchas. Ya algunos jóvenes le habían hecho endurecer el gesto cuando al pasar frente a la esquina de Reforma y Juárez le gritaron "oportunista".

Nadie sabía si era por los rezos de algún funcionario panista del gabinete o los cohetes lanzados a unos pasos del asta bandera, pero se desató la tormenta cuando empezaban a llegar al Zócalo los primeros grupos. Unos minutos después de las cinco de la tarde. Porque los marchistas caminaron rápido. Salieron más que puntuales de los puntos de reunión. Los convocados al Monumento a la Revolución se dividieron en dos al llegar a la cuchilla de Reforma y Juárez. Unos por 5 de Mayo y otros por Madero, de tal manera que alcanzaron la plancha de cemento en menor tiempo.

Cuauhtémoc Cárdenas y su grupo eligieron el Eje Central Lázaro Cárdenas para marchar hacia la Plaza de la Constitución. En el camino se les sumaron Leonel Godoy y Rosario Robles. Ese contingente también se vio mermado. Ya en el Zócalo, el presidente del Partido de la Revolución Democrática no subió al templete; tampoco lo hizo la ex jefa del Gobierno del Distrito Federal. Cárdenas, como todos los que tuvieron un lugar en el entarimado y los que permanecieron en la plancha, estaba empapado. Un sombrero de paja con ala ancha le cubría apenas el rostro. Rodolfo Echeverría, del PRI, se mantuvo siempre junto al perredista. A unos pasos de ellos, bastante más incomodo con la lluvia -a juzgar por sus gestos- aguantó también el ex gobernador de Nayarit, Celso Humberto Delgado.

Los otros manifestantes, muchos campesinos, habían venido del rumbo de San Lázaro. Todos para reunirse en un solo punto. Esa plaza que ha visto pasar a zapatistas y carrancistas, sesentaiocheros, zapatistas de los noventa... esos que según algunos no votan, pero que han cambiado el contorno del país bastante más que algunos partidos.

De cuando en cuando todos los que estaban en el templete miraban al cielo. Los diez oradores programados despacharon consignas y discurso en tiempo récord. Si alguien empezaba a quedarse con el micrófono, la gente chiflaba. El maestro de ceremonias alentaba a los manifestantes a permanecer atentos para demostrar que "la lluvia no nos asusta", pero por momentos lo que golpeaba era el granizo.

''Cuando no hay desmanes, nos llueve. ¡Total que se nos estropea la marcha!'', se quejaba una señora que obligó a su esposo a permanecer bajo la lluvia, sin más impermeable que unos plásticos con improvisado capuchón. Todos marcharon en estricto orden. Como una medida preventiva más, el Gobierno del Distrito Federal colocó a sus trabajadoras en valla, en las calles que desembocan en el Zócalo, para persuadir a quienes quisieran cometer algún desmán. Pero los comerciantes ya habían tomado sus propias medidas; la mayoría bajó sus cortinas. Sólo los meseros de La Opera o de los viejos cafés como El Popular, estuvieron atentos, tras los cristales, al paso de los manifestantes.

Las mantas, que daban cuenta del repudio de sindicatos y campesinos a los intentos privatizadores del Ejecutivo, fueron usadas como carpas. Las pancartas acabaron en el piso deshechas por la humedad, como el ánimo de muchos. Y es que esa nube oscura que permaneció sobre la plaza se ensañaba. Podía verse el cielo azul de los alrededores; seguro que unas cuadras más allá, ni gota de agua, pero esa nube insolente no dejó de mojar. Pero eso sí, terminaron los discursos y se acabó la lluvia.

El Himno Nacional hizo que el murmullo se apagara. Las señoras con niños ya habían desaparecido -se subieron a los camiones en cuanto inició la lluvia-, pero los del SME, y de las demás organizaciones que permanecieron, alzaron el puño y cantaron a todo lo que da. Muchos otros manifestantes iban y venían sobre la plancha, pero cantando. Era curioso tropezar con gente que se movía en todas direcciones sin dejar de entonar ese grito de guerra. Fue el único momento de fusión, no hubo más: ''Señor Presidente. ¡La patria se defiende!''.

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