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México D.F. Jueves 27 de noviembre de 2003
REMESAS, RETRATO DE LA DESIGUALDAD
De
acuerdo con datos del Pew Hispanic Center (PHC) y el Fondo Multilateral
de Inversiones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), difundidos
por este diario en su edición del pasado martes, casi 20 por ciento
de la población adulta del país recibe dinero enviado por
parientes que trabajan en Estados Unidos. Roberto Suro, de la primera de
esas instituciones, destacó que tales flujos monetarios "representan
una nueva forma de integración internacional, impulsada no por negociadores
comerciales, sino por personas comunes que buscan aliviar sus penurias
económicas".
El Banco de México dio a conocer ayer que la suma
de los envíos monetarios que realizan los trabajadores mexicanos
en el país vecino superó, en los primeros meses del presente
año, el total de 2002, con lo que se situaron como la segunda fuente
de divisas para la nación, después del petróleo y
antes que la inversión extranjera directa y el turismo internacional.
La cifra contrasta con el orden de prioridades que las
instituciones nacionales -el gobierno federal, los estatales, los organismos
legislativos, el Poder Judicial- se plantean para atender los requerimientos
de esos tres sectores disímiles: los inversionistas extranjeros,
la industria turística y los connacionales que laboran al norte
del río Bravo.
La política económica, la diplomacia y la
actitud misma de las autoridades privilegian invariablemente, casi como
acto reflejo, a los propietarios de capitales externos. Los funcionarios
económicos se desviven por presentar macroindicadores que permitan
sueño tranquilo a empresarios y especuladores extranjeros, aun si
para producir cifras elegantes se sacrifican las expectativas de crecimiento
nacional, de reactivación del mercado interno y de mejoras salariales
sustantivas, y se busca denodadamente abrir a la inversión privada
los únicos ámbitos económicos que siguen siendo por
mandato constitucional exclusivos del Estado: la industria petrolera y
la generación y distribución de energía eléctrica.
En contraste, la defensa de la dignidad, la integridad
física y los derechos humanos de los mexicanos en Estados Unidos
ha sido casi completamente abandonada, merced a un "realismo político"
rayano en la claudicación nacional, a la espera de un cambio incierto
en el escenario político estadunidense.
Los argumentadores oficiales de siempre -es decir, los
de este sexenio y los de los anteriores- suelen justificar esa monstruosa
desigualdad mediante la supuesta estrategia de propiciar, por la inversión
foránea, la creación de empleos en el país que anclen
de este lado de la frontera a los trabajadores migrantes y hagan innecesario
su viacrucis. Pero, por lo que dejan ver las cifras, tal estrategia ya
fracasó, toda vez que el flujo de mano de obra hacia la nación
vecina se ha incrementado en forma sostenida y es, precisamente, uno de
los factores que explican el incremento de las remesas y su colocación
como segunda fuente de divisas.
Debe entenderse que, en tanto las asimetrías económicas
entre México y Estados Unidos no experimenten una sustancial atenuación
-perspectiva irrealizable en las próximas décadas-, el flujo
migratorio de uno a otro país no va a detenerse ni a reducirse,
por más que Washington implante fronteras inteligentes, instale
cámaras infrarrojas y despliegue policías fronterizos asesinos.
Millones de mexicanos seguirán acudiendo al mercado laboral de la
nación vecina porque, por ilegales que sean los cruces, representan
un importante factor de estabilización y desarrollo para las economías
de Estados Unidos y de México.
Si al poder público no le resulta atractivo ni
interesante el tema de los derechos humanos, si ha claudicado en los principios
y si ha perdido toda noción de solidaridad entre mexicanos, debería
de todas formas, así fuera con mero propósito pragmático
y utilitario -la preservación de la segunda fuente de divisas para
el país-, recortar un poco la alfombra roja para los inversionistas
extranjeros y poner en el primer lugar de sus prioridades (y en el centro
de las negociaciones bilaterales con Estados Unidos) la demanda de un acuerdo
migratorio que proteja las garantías individuales y los derechos
básicos de los connacionales que trabajan en ese país.
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