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México D.F. Jueves 27 de noviembre de 2003

Olga Harmony

El diccionario sentimental

Las comunidades artísticas -y, a lo que entiendo, el reglamento del INBA- siempre piden que los funcionarios culturales sean artistas en ejercicio, lo que es muy sano pero de muchas maneras limita a los teatristas en sus proyectos personales. Sería el caso del dramaturgo Luis Mario Moncada al frente del Centro Cultural Helénico y del director escénico Mario Espinosa como responsable del FONCA quienes, con su pulcritud a toda prueba, no utilizaron algún espacio de las instituciones oficiales y ahora estrenan en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz de la UNAM El diccionario sentimental en el que por primera vez conjugan sus respectivos talentos. La obra de Moncada roba el título al filósofo español José Antonio Marina y López, uno de cuyos textos, posiblemente el núcleo de la propuesta -me parece que de El laberinto sentimental-, incluye como uno de los monólogos que se dicen en escena (los otros corresponden a Carlos Castillo del Pino y Hanif Kurcishi, según consta en el programa de mano). La interacción en que pensamientos, sentimientos, acciones y entornos se modifican recíprocamente según el texto de Marina son presentados escénicamente en su complejidad.

Moncada discurre por varias vías para presentar su texto. Uno, el de esa noche decisiva de encuentros y desencuentros de sus personajes, detonados por la adicción al tabaco que tiene el músico más bien fracasado Hanif, que les es reprochada por su mujer, Marisa, y que él confunde con un ansia de libertad. Otra sería acerca de los daños que hace el tabaco -que no tiene nada que ver con el famoso monólogo de Chejov- y que se le hacen evidentes a Hanif en el viaje de drogas a que lo conduce la muchacha a la que él llama su duende azul. La tercera, que unifica a todas sobre todo al final, es la referencia a los marcianos, tanto en el amigo imaginario del niño Charly como en el recurso mercadotécnico que propone Antonio para dar cuerpo al diccionario que ambos lingüistas -él y Marisa- están elaborando. El auténtico marciano, Usbeck, es visto por el espectador pero no por los personajes, reacciona a todas las situaciones y tiene en su intervención irónica con que termina la obra un momento difícil y destacado. El texto tiene muchos entresijos, que no menciono para que el posible lector no conozca de antemano la trama, y a mi ver es uno de los mejores del dramaturgo.

Mario Espinosa dirige con un trazo muy certero apoyado por la escenografía y la iluminación de Philippe Amand. El escenógrafo aprovecha los recursos del Foro, como ya antes lo había hecho con Ahora y en la hora de Rascón Banda con dirección de Luis de Tavira, para subir y bajar la plataforma del escenario, de tal forma que da pie para los cambios de los tres diferentes escenarios (la estancia de Marisa, Hanif y Charly, con sus distintos acomodos de mobiliario, el bar y el cuarto de Duende azul). Espinosa usa el recurso lo necesario para esos cambios, pero también para marcar las diferentes pulsiones emocionales del texto, de tal forma que el espectador puede ver la acción escénica a la altura de sus ojos, pero también hacia abajo -como vimos Habitación en blanco de Estela Leñero que también él dirigió. En un par de momentos los desplazamientos obedecen a que la pared a la altura del público debe quedar despejada para la proyección de sendos videos, uno un monólogo de Marisa, el otro una graciosa disputa entre ambos pulmones -uno mujer y el otro hombre- que reproducen la relación marital y que son parte del ''viaje" aterrador del músico, en diseño y creación de Sergio Carreón.

El trazo limpio y sobrio y la dirección de actores de Mario Espinosa se ve complementado con el vestuario de Cordelia Dvorak y la música original de Eduardo Piastro. Cecilia Suárez da todos los matices que requieren los ambivalentes sentimientos de Marisa. Muy bien Víctor Huggo Martín como el confundido Hanif y graciosa Giovanna Zacarías en su Duende azul. Joaquín Cosío excelente como Antonio, a cuyo cargo ocurren los difíciles soliloquios casi dichos al espectador. Bien el niño Jean Paul Lander y Lorena Glintz, como el marciano Usbek logra que deseemos, una vez más, verla en más escenificaciones con papeles de mayor complejidad.

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