.. |
México D.F. Jueves 27 de noviembre de 2003
Envía el sup Marcos un mensaje
por la apertura de 69 miradas contra Polifemo
Ver al zapatismo es mirar al fuego y a la palabra
Ejército Zapatista de Liberación Nacional
México Noviembre del 2003.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Es un
honor para mí compartir la mesa con las personas que, supongo, me
han antecedido a la palabra. No digo los nombres por si ha habido algún
cambio de última hora en el programa y resulta que no se miran quienes
responden a esos nombres. Porque la mirada es importante. Una forma de
referirse al movimiento zapatista tiene qué ver con el mirar. En
alguna ocasión hemos señalado que la dignidad se puede definir
en relación al mirar al otro, al ser mirados por el otro, y al mirarnos
a nosotros mismos.
El Poder, ese cíclope que ha globalizado la miseria
y la desesperación, tiene un su modo de mirar. El se mira como uno,
único y eterno, y mira al otro con ese apetito antropófago
que ha caracterizado al poderoso a lo largo de la historia y que ahora,
en la época del neoliberalismo, ha alcanzado niveles bestiales nunca
antes vistos. El Poder sólo admite una mirada si ésta es
sumisa y le profesa admiración. Cualquier otra mirada es para él
un desafío.
Al mirar, el Poder cataloga al otro y archiva esa mirada:
acá tenemos al Poder mirando a la mujer y catalogándola como
objeto de decoración, de satisfacción y de desprecio. Archívese
entonces esa mirada, si es aceptada por la mujer, en el rubro de "mujeres
de éxito". Si, en cambio, la mujer se resiste a esa mirada, archívese
en la sección de "pendientes por eliminar". Y por "eliminar" no
me refiero sólo a la eliminación física, también
al mirar condenatorio, a la mirada de una sociedad que sigue dócilmente
las indicaciones del Poder. Si, por ejemplo, una mujer reclama su derecho
a decidir sobre su cuerpo, entonces es una disoluta, una criminal. Y en
política el Poder es sospechosamente masculino, porque las mujeres
que incursionan ahí tienen éxito si reproducen las pautas,
los modos, las maneras y hasta el lenguaje de los políticos varones.
Tómese, por ejemplo, la reunión de féminas del Poder
que trivializó, por la alquimia de los medios de comunicación,
la lucha femenina en el reciente aniversario del voto de la mujer. Lo menos
que se puede decir es que lucían muy masculinas, es decir, impostadas.
Carpeta de rebeldías momentáneas
Cuando el Poder mira a un joven, o a una "jóvena"
(para usar el término empleado por el comandante Zebedeo),
lo o la cataloga en la carpeta de "rebeldías momentáneas",
y deja que el reloj corra junto al arrepentimiento para que ambos, el tiempo
y la contrición, hagan madurar al objeto mirado. Si el tiempo pasa
y el joven o la "jóvena" no sienten culpa alguna por la rebeldía
que les ilumina la mirada propia, entonces el Poder archiva su mirar en
el cajón de "delincuente en potencia". Para el Poder, la juventud,
y la rebeldía que suele acompañarla, son tolerables si prescinden
de la conciencia. Que los jóvenes se revienten en los antros,
vaya y pase; pero que luchen por educación, trabajo, cultura, o
que abracen alguna causa, eso sí nomás no.
Para
los indígenas el Poder no tenía programada una mirada. En
el mundo que su ojo único imaginaba, esos seres extraños
del color de la tierra nomás no aparecían. Ergo, no eran
mirados, tal y como no se mira a los muertos. Si, entre otras cosas, el
alzamiento zapatista de hace 10 años los hace visibles no deja de
ser una molestia. Desconcertado, Polifemo recurre entonces a su archivo
de "miradas del pasado" y descubre en él las miradas de curiosidad
turística o antropológica, de lástima (que es una
de las formas elegantes del desprecio) y de objeto de chistes y limosnas.
Quiero decir que las únicas imágenes que tenía en
su archivo eran las de Pedro Infante en Tizoc y las de la India
María. Fuera de eso, había imágenes de artesanías,
pero no de quien las producía. Al mirar a los indígenas ahora,
Polifemo se desconcierta y archiva esas miradas en el cajón de "¿What?"
o en la "I" de "Incógnitas", "Incomprensibles", "Irreverentes".
Sí, porque la mirada del Poder es una especie de religión
y quienes faltan a ella son unos irreverentes.
Estamos aquí para presentar una exposición
fotográfica. En ella se presentan una serie de fotografías
que se refieren al periodo que va del primero de enero de 1994 al 10 de
agosto de 2003, es decir, 10 años. La década referida ha
contenido muchas cosas, una de ellas es el alzamiento zapatista protagonizado
fundamentalmente por indígenas, en las montañas del sureste
mexicano, con miles de pueblos indios en su eje articulador, el zapatismo
ha hecho uso, en estos 10 años, del fuego y de la palabra.
Una foto es una mirada. No sólo una mirada, pero
también una mirada. Es, sobre todo, una mirada que se muestra, que
dice: "esto miro". Pero también dice: "esto miro de esta manera".
Mirar al zapatismo de los pasados 10 años es mirar
el fuego y mirar la palabra. Y las fotos sobre el zapatismo actual (o "neozapatismo")
son miradas al fuego y a la palabra.
En esta exposición, 68 fotógrafos han sido
generosos y nos comparten sus miradas a los zapatistas en estos 10 años.
No sólo. También han colaborado económicamente para
que esta exposición sea posible. Digo sus nombres, pero en realidad
estoy nombrando sus miradas:
Adrián Mealand, Alberto Contreras, Alejandro Meléndez,
Alfredo Estrella, Angeles Torrejón, Antonio Turok, Araceli Herrera,
Arturo Fuentes, Arturo Talavera, Carlos Cisneros, Carlos Ramos Mamahua,
Cecilia Candelaria, Claudio Cruz, Cristina Rodríguez, Eduardo Verdugo,
Elsa Medina, Emiliano Thibaut, Eniac Martínez, Erik Mesa, Ernesto
Ramírez, Fabrizio León, Félix Cúneo, Fernando
Castillo, Fernando Luna, Fernando Villa del Angel, Francisco Mata, Francisco
Olvera, Fred Jacquemont, Frida Hartz, Georges Bartoli, Gildardo Magaña,
Guiomar Rovira, Heriberto Rodríguez, Javier García, Jesús
Ramírez, Jesús Villaseca, Jorge Claro, José Angel
Rodríguez, José Carlo González, José Núñez,
Juan Ramón Martínez León, Julio Candelaria, Leonor
Solís, Lourdes Grobet, Luis Cortés, Luis Jorge Gallegos,
Marco Antonio Cruz, Marco Peláez, Marco Ugarte, María Meléndez,
Omar Meneses, Oriana Elicabe, Pascual Gorriz, Patricia Aridjis, Paulo Vidales,
Pedro Valtierra, Rafael Seguí I Serres, Raúl Ortega, Ricardo
Deneke, Rosaura Pozos, Simona Grannati, Tim Russo, Víctor Flores
Olea, Víctor Mendiola, Xóchitl Zepeda, Yazmín Ortega
Cortés, Yolanda Andrade y Yuriria Pantoja Millán.
Ojalá y no se me haya escapado algún nombre,
es decir, alguna mirada. Y ojalá todos hayan colaborado económicamente,
porque si no, pues todos los van a "mirar", pero al modo de las comunidades
zapatistas.
Fuera de la inmediatez de los medios de comunicación,
del impacto noticioso, del dramatismo del fuego y la palabra. Estas 68
miradas se declaran irreverentes y desafían la mirada única
del Polifemo del Poder.
No miran al indígena menesteroso que tanto añoran
Marta Sahagún y Xóchitl Gálvez. Tampoco al indio politeísta
que aterra a Abascal y sus Legionarios. Ni al precolonial sacrificador
con un corazón sangrante en una mano y el pedernal en la otra, la
imagen preferida de Aznar y sus anexos de letras agonizantes. No miran
al indio dócil y domesticado sirviente que prefieren Creel y Fernández
de Cevallos.
Son miradas honestas. No esconden que miran desde fuera
y que, junto a la lente de su cámara, descubren algo que estaba
ahí y que, sin embargo, no era mirado. O, más bien, que no
quería ser mirado.
Sin el frenesí de los acontecimientos, estos fotógrafos
y fotógrafas nos dicen, con su ahora serena mirada, "mira lo que
yo miré".
Clave para entender dos lustros de neozapatismo
Pero no nos contentemos con mirar lo que miran. Miremos
también su mirar, porque ahí está una de las claves
para entender estos 10 años del neozapatismo. Miremos su mirar y
descubramos que tiene mucho de irreverente desafío. Su mirada es
distinta a la del Polifemo del Poder y es, así, una cuarteadura
en el código visual que se impone y que establece que el indio debe
verse siempre de arriba hacia abajo, y debe estar o sumiso o muerto.
Una foto es una mirada. Y una mirada es una manera de
iluminar algo. Como sol, la lente de estos fotógrafos ilumina diversos
momentos del zapatismo. No agotan, ni pretenden agotar, la totalidad de
lo mirado. Son honestos y declaran con su mirada que sólo miran
una parte de lo mirado. Pero ahí está su principal virtud,
porque así puede uno interrogar su mirada y preguntarse sobre lo
que no es mirado. Con las respuestas se va completando el rompecabezas
de miradas que el neozapatismo reclama desde aquella fría madrugada
del inicio del año de 1994.
He dicho que una foto es una mirada. Pero también
es una forma de mirar. Y una forma de mirar es una forma de preguntar.
Con sus fotos, es decir, con sus miradas, estos fotógrafos y fotógrafas
preguntan, por ejemplo, ¿quiénes son?, ¿por qué
luchan?, y, sobre todo, ¿qué miran?
Y éstas son preguntas fundamentales.
He hablado de 68 fotógrafos y, sin embargo, la
exposición habla de 69 miradas. Resulta que el sup ha agregado
una mirada más, sin más intención que conseguir que
la suma diera 69, número universal y generoso, como el mundo que
queremos para todos.
En concreto, esta exposición fotográfica
se llama 69 miradas contra Polifemo. En la carta que les dirigimos
los zapatistas a cada uno de ellos y ellas, para agradecerles su participación,
escribimos:
"El cíclope del Poder, el Polifemo neoliberal,
nos impone la mirada de su único ojo. No sólo para que nos
veamos como él nos ve, también para que lo veamos como él
quiere que lo veamos. Y sobre todo, nos impone la mirada para ver al otro.
68 fotógrafos y un antifotógrafo (o sea yo) se rebelan contra
la imagen que Polifemo impone sobre los indígenas zapatistas y,
generosos, nos ofrecen otros ojos, los suyos, para mirar, para mirar su
mirada, y para mirar su ser mirados por estos indígenas rebeldes
que se hacen llamar 'nadie' con la malicia de quien sabe que el mañana
incluye muchas y distintas miradas".
La mirada agregada por el autodenominado "antifotógrafo"
se llama Las Cuatro Jinetas del Apocalipsis y es una foto de cuatro
niñas. Sus nombres son, de izquierda a derecha, la Chelo, la Maricela,
la Grabiela (y no "Gabriela") y la Chagua. La foto debe ser de por ahí
de 1996, así que debían andar las cuatro en los ocho años
en promedio. Ellas viven en La Realidad y en la realidad, es decir, en
el poblado de La Realidad y en la realidad zapatista.
Especie de terremoto
Juntas eran entonces una especie de terremoto, cuyo epicentro
se movía por todo el pueblo. La Chagua era respetada inclusive por
los niños varones de más edad. Claro que algo tenía
que ver su habilidad con la tiradora. La Chelo suspiraba y provocaba tormentas
con el aletear de sus pestañas. La Maricela era como la intelectual
de la banda porque ya iba a la escuela, y la Grabiela era veloz como ninguna,
sobre todo a la hora de huir. Hasta el Olivio y el Marcelo se hacían
a un lado cuando en el horizonte aparecían las cuatro.
La última vez que estuve en La Realidad encabecé
a un grupo de niños en el asalto a la tienda La Naná, en
el extinto Aguascalientes. El plan era sencillo: se trataba de distraer
al encargado de la tienda con un pedido imposible de satisfacer, es decir,
alguien debía preguntar si tenían galletas pancrema y, puesto
que no había (porque yo había decomisado todas), debía
trincarse en que quería las pancrema y hacer una chilladera. Con
el encargado aturdido, el resto debíamos introducirnos subrepticiamente
a la tienda y sacar todas las bolsas de "totis" (que son una especie de
fritura de harina y es lo único que tenían en abundancia).
El Ismita debía pedir las pancrema, apoyado por
el Olivio y el Marcelo, quienes se encargarían de pellizcarlo para
que la chilladera fuera más real. El resto de la columna estaba
formado por la Chagua, la Chelo, la Grabiela, la Maricela, la Yeniper.
Por supuesto que a la hora de la verdad los varones se quedaron a distancia
prudente, esperando el desarrollo de los acontecimientos, y sólo
las hembras se mantuvieron firmes y en la primera línea de combate.
Tuvimos que entrar usando el tráfico de influencias, o sea que yo
charolée con las tres estrellas de subcomandante, y no corrimos
con mucha suerte porque todos los "totis" estaban aguados.
Contra lo que se pueda pensar, las niñas no se
empacaron lo que habían "recuperado" de la tienda. No, fueron adonde
estaban los niños varones y les dieron a cada uno lo que les tocaba.
Después fueron a sus casas para compartir lo que tenían con
sus familias.
|