México D.F. Sábado 22 de noviembre de 2003
EU: PROTECCIONISMO Y GUERRAS COMERCIALES
Mientras
en Miami la cumbre ministerial sobre la creación del Area de Libre
Comercio de las Américas (ALCA) llegaba a un prematuro y, a decir
de algunos, infructuoso final, en Europa y China se encienden los ánimos
contra las medidas de proteccionismo comercial que Estados Unidos aplica
a numerosos productos y países del mundo.
En la urbe de Florida, las negociaciones del ALCA apenas
si pudieron disimular su fracaso, pues la negativa de Washington a eliminar
-o al menos reducir- los subsidios y barreras que aplica para proteger
a sus productores, en especial a los agrícolas, y acotar la entrada
a Estados Unidos de productos del sur, impidió cualquier avance
consensuado. Finalmente, ese país optó por una vía
lateral: negociar tratados separados con los gobiernos más dóciles
y mantener, así sea sólo en apariencia, la idea de que se
está construyendo un amplio espacio de libre comercio en el continente.
La oposición de los países del Mercosur,
el rechazo tajante de Venezuela y la tibia postura de México suscitaron
este movimiento de flanco de la estrategia estadunidense; determinación
que, lejos de construir un contexto justo y realmente libre para el intercambio
comercial en toda América, constituye una vuelta más al cerrojo
impuesto por Washington a las exportaciones latinoamericanas y la ampliación
de las ventajas asimétricas para los productores del norte. En este
contexto, es claro que el gobierno de Bush jamás deseó un
ALCA verdaderamente abierto a la competencia internacional. Su intención
fue imponer los intereses de sus industrias, ampliar los privilegios de
sus trasnacionales e incrementar su hegemonía comercial y política
en la región.
Por otra parte, el proteccionismo de Washington ha comenzado
a suscitar, también, conflictos con la Unión Europea (UE)
y China. La propia UE ha amenazado con imponer sanciones económicas
a Estados Unidos si este país no elimina los aranceles impuestos
al acero del viejo continente.
Estos impuestos a los productos europeos y los beneficios
fiscales otorgados por Washington a sus industrias acereras fueron considerados
ilegales por la Organización Mundial de Comercio. Ni siquiera la
reciente visita de Bush a Londres y su encuentro con su aliado Tony Blair
sirvieron para atemperar el proteccionismo estadunidense. Así, una
eventual guerra comercial a ambos lados del Atlántico norte podría
ser el siguiente episodio de la hipócrita obstinación de
Washington: exigir a terceros países las liberalizaciones que Estados
Unidos no está dispuesto a aplicar en su ámbito interno.
Finalmente, en el caso de China, país que tampoco
se caracteriza por su respeto a las normas del comercio internacional,
el gobierno de Bush estableció cuotas a ciertos productos, en especial
los textiles, para frenar la inundación del mercado estadunidense
de las mercancías del país oriental.
Curiosamente, frente al coloso asiático, Washington
y la UE -o al menos su actual presidencia, en manos del primer ministro
italiano Silvio Berlusconi- parecen hacer causa común: contener
de manera frontal la expansión comercial de Pekín. Como corolario,
cabe señalar que la UE ha emprendido, en ciertos casos, sobre todo
en el rubro agropecuario, prácticas proteccionistas similares a
las que le incomodan en el ámbito del acero.
La liberalización comercial propugnada por Bush
no es, así, realmente libre ni mucho menos justa o equitativa: es
tan sólo una estrategia más en la lucha por la hegemonía
económica y política a escala mundial, contienda en la que
la UE y China participan también con todos sus claroscuros.
Por ello, conviene a las sociedades latinoamericanas mantenerse
alerta y no aceptar que, una vez más, sus economías resulten
expoliadas por la depredación neoliberal con el falso argumento
de participar de un comercio cuya única "libertad" es la que Washington
busca para apropiarse de las riquezas y los mercados del continente.
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