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México D.F. Sábado 22 de noviembre de 2003
Immanuel Wallerstein
Bolivia, Bush y América Latina
El levantamiento boliviano que derrocó a un presidente atrajo enorme e inusual cobertura en la prensa estadunidense y europea. Esto es sorprendente, de algún modo, pues a países como Bolivia se les ignora (o se les da menor cobertura) incluso en los mejores periódicos. Esto puede ser tan sólo el efecto de la acumulación de hechos que en los pasados dos años reflejan la cambiante política en América Latina. Es probable que dicha región sea de nuevo foco de la política mundial.
En los años 60, la "revolución" fue un tema recurrente en el área. Cuba se volvió símbolo de la marcha al socialismo. El Che Guevara simbolizó y practicó lo que se dio en llamar "foquismo" o la "revolución dentro de una revolución" (que condujo a la muerte de Guevara en Bolivia). La dependencia era el nuevo eslogan de los intelectuales latinoamericanos, que evolucionó a partir de los conceptos de centro-periferia y del "desarrollismo" elaborados por Raúl Prebisch y la Comisión Económica de Na-ciones Unidas para América Latina. Abiertamente, estos intelectuales comenzaron a oponerse a los partidos comunistas latinoamericanos, por considerarlos reformistas, antirrevolucionarios y colaboradores de facto de Estados Unidos y el capitalismo mundial. Los movimientos de guerrilla es-tallaron en muchos países y parecían ser muy poderosos. En Chile, Salvador Allende fue electo con un programa de transición al socialismo.
Para frenar la ola, Estados Unidos co-menzó a favorecer golpes militares contra un número de regímenes (Brasil, Chile, Argentina, Uruguay). Esta ola revolucionaria comenzó a menguar en los años 70, pese a que los sandinistas en Nicaragua representaron el último envión de avance. En los años 80, el estancamiento de la economía-mundo comenzó a cobrar su cuota en América Latina. México condujo la banda latinoamericana al inaugurar la "crisis de la deuda" en 1982 (pese a que Polonia pudo sortearla cuando comenzó en el mundo en 1980). En los años 80 ocurrió una retirada de las posiciones del desarrollismo y un nuevo impulso a la "democracia" (es decir, política electoral) y las aguas, en términos generales, se calmaron. Los variados movimientos guerrilleros en Centroamérica fueron cediendo y obtuvieron derecho a reintegrarse a la política electoral, lo cual les salvaba la cara. El co-lapso de la Unión Soviética y de los comunismos en Europa del este y central desorientaron y desarmaron a mucha de la izquierda latinoamericana.
Los años 90 fueron un periodo en que Estados Unidos sentía que podía respirar con facilidad en América Latina. México aceptó ser parte del Tratado de Libre Co-mercio de América del Norte (TLCAN). Finalmente, medio siglo después de tener un gobierno de un solo partido, el Revolucionario Institucional, sin interrupción alguna, México eligió como presidente al líder de un partido conservador, orientado al libre comercio y pro estadunidense, Vi-cente Fox. Es cierto que, inmediatamente después de firmar el TLCAN, México experimentó la emergencia y la sobrevivencia de un nuevo tipo de movimiento sociopolítico sorprendentemente novedoso, los zapatistas de Chiapas, que defienden los intereses de las poblaciones indígenas reprimidas. Pese a atraer mucha atención y apoyo en todo el mundo, Estados Unidos no les prestó atención alguna, tal vez porque proclaman no estar interesados en la toma del poder. Estados Unidos comenzó a promover la idea de un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), y persuadió a Chile a ser el primero en firmar un acuerdo bilateral de este tipo.
Tiempo después comenzó una lenta avalancha de descontento político en América Latina. Las formas que asumió en Ecuador, Perú, Venezuela, Brasil y Argentina son diferentes en sus detalles, pero todos comparten un rasgo crucial: el descontento tiene sus raíces en las poblaciones indígenas y mestizas o en los sectores sindicales o campesinos. Son las clases medias las que parecen relativamente desorientadas o inseguras de dónde están sus intereses. En ninguno de los casos mencionados llegó al poder un gobierno que fuera "revolucionario" en los términos comunes en los años 60. Pero en cada caso hubo oposición, más o menos abierta, a los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI) y a la creación del ALCA. En cada caso, Estados Unidos se mostraba insatisfecho, pero no parece que haya sido capaz de incidir en la situación tan rápida y directamente como en los años 70. No hubo golpes de Estado del ala derecha al estilo Augusto Pinochet.
Todo esto son los antecedentes de Bolivia, tal vez el país más pobre de Sudamérica. Bolivia fue, de hecho, pionero en la anterior ola "revolucionaria" en América Latina. Una revolución en 1952 condujo a la nacionalización de las minas de estaño. La revolución la condujo la Central Obrera Boliviana (COB), organizada por los mineros del estaño, la mayoría de ellos indígenas. Dicha revolución fue un gran golpe para Estados Unidos, pues combinaba una militancia sindical con los reclamos de la mayoría indígena: jugar un papel político en el Estado. Conforme el estaño cayó en el mercado mundial, muchos de los mineros indígenas buscaron en la producción de hoja de coca una alternativa, lo que trajo consigo la ira de Estados Unidos, embarcado en una campaña antidrogas.
En las pasadas elecciones el dirigente de los cocaleros, Evo Morales, a la cabeza del Movimiento al Socialismo, con el apoyo de la COB y de los movimientos indígenas, perdió por escaso margen ante el candidato conservador, Gonzalo Sánchez de Lozada. Se dice que cuando éste se encontró con George W. Bush en Washington, bromeó diciendo que haría lo que le pe-dían, pero que la siguiente vez que se vieran seguro sería en calidad de exiliado en Estados Unidos. Y así ocurrió. Cuando Sánchez de Lo-zada ofreció vender gas boliviano a muy bajo costo, y propuso además que tendería un gasoducto hasta un puerto que fuera alguna vez parte de Bolivia pero que le fue arrebatado por Chile en la guerra entre ambos países en el siglo XIX, el país hizo erupción, primero que nada en las barriadas del altiplano, para después alcanzar la capital. Repentinamente los estudiantes y obreros que marchaban por las calles (y la COB en un documento oficial) gritaban alabanzas al Che Guevara.
Estados Unidos proclamó su apoyo a Sánchez de Lozada e hizo que el secretario general de la Organización de Estados Americanos hiciera lo mismo. Pero el levantamiento fue muy fuerte. Y el vicepresidente retiró su respaldo al gobierno, lo que pavimentó el camino para que se tomara el poder. Luego, muy poco tiempo después, para sorpresa de todos, el gobierno conservador de Colombia, el aliado más fuerte de Estados Unidos en el continente, perdió las elecciones mayoritarias en Bogotá (así como en Medellín, la se-gunda ciudad del país) ante un dirigente sindical y ex comunista, Lucho Garzón. Los descontentos eran básicamente los mismos: el daño acarreado por el neoliberalismo y su pretensión de erradicar la coca, además de enojo por la línea dura del gobierno en las negociaciones con el ya muy antiguo y sobreviviente movimiento rebelde de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.
Así, no han ocurrido "revoluciones" pero sí una serie de fracasos de las fuerzas conservadoras y la línea política estadunidense. Revisemos lo ocurrido. En Brasil, Lula y el Partido de los Trabajadores finalmente ganaron una elección presidencial. En Argentina, portafolio de muestra del FMI, el colapso económico y la turbulencia política produjeron a fin de cuentas un presidente -Néstor Kirchner- que desafió al FMI, se salió con la suya y luego logró el respaldo de su electorado en las elecciones principales. En 2003, en votación crucial en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en torno al caso de Irak, Estados Unidos no pudo contar con el respaldo de México y Chile. En Cancún, la oposición a las propuestas estadunidenses fue conducida, con éxito, por Brasil. Y en todas partes hay un despertar político de las poblaciones indígenas, que, en la mayor parte de los países latinoamericanos, son la mayoría de la población.
Este surgimiento es posible por dos fenómenos que se han conjuntado. Por un lado, Estados Unidos no tiene ya el poder de dictar resultados en América Latina, especialmente ahora que está entrampado en compromisos militares en Medio Oriente. Por otra parte, los líderes políticos latinoamericanos, especialmente aquellos de centroizquierda, aprendieron la lección de que no tienen el poder para lograr avances grandes y rápidos, pero sí para lograr avances medianos, que pueden acumularse. América Latina se encuentra en el proceso de tomar ventaja de las debilidades estadunidenses. Las batallas clave son dos: el grado en que los movimientos indígenas o los de base campesina o gremial mantengan su vigor e incrementen su influencia política; y la posibilidad de que las negociaciones del ALCA fracasen a causa de la rigidez estadunidense en torno a las concesiones significativas. Traducción: Ramón Vera Herrera
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