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México D.F. Domingo 16 de noviembre de 2003
ANDANZAS
Colombia Moya
¡Ah que la danza mexicana!
SIN ANIMO DE desvirtuar lo que de valor tiene,
y con todo el respeto que se merecen, parece que soy la única persona
que se atreve de vez en cuando a presentar al respetable la "otra versión"
de nuestra maltrecha historia, ante esta ya preocupante avalancha de gas
que padecen quienes, protegidos por la virtual coraza del poder al que
han llegado, creen que todos debemos comprar sus versiones maquilladas,
infladas y colocadas a su antojo y conveniencia para arrebatar de manera
irresponsable el mérito y honor a quien lo merece, así como
el derecho a la verdad y el respeto que nos merecen las nuevas generaciones
de estudiantes, coreógrafos y hasta funcionarios interesados en
la danza y sus infinitos vericuetos. De sobra sabemos el precio de la disidencia,
la violencia laboral y el sabor de la jettatura, comparada sólo
con el gusto de la libertad y libre albedrío, la satisfacción
de no sumarme a las filas del miedo y el conformismo, sin más obligación
que comunicar con toda verdad a quienes tienen a bien escucharme o leerme,
la historia y los hechos que conozco y he vivido.
DE
SEGUIR ASI, todos los aerostáticos del mundo parecerán
pequeños al lado de nuestros enormes globos históricos, sin
mesura alguna, tal vez hasta llegar a registrar como propia el agua tibia
y el hilo negro con tal de "ser". Y van y vienen más y más
amarres, candados y complicidades, en un monopolio ridículo, hijo
de la ambición sin límites de unos cuantos muy, muy listos,
tanto, como poco artistas y creativos en realidad, pues da más la
grilla que el verdadero talento.
BAJO EL LEMA si no puedes vencer al contrario,
únete, la Compañía Nacional de Danza, cuya verdadera
historia aún no se cuenta con su verdadero origen, implicaciones,
consecuencias culturales, y un somero análisis estético y
artístico, pues en realidad a nadie parece importarle demasiado...
(no le muevas); a pesar de diferencias y objetivos completamente divorciados,
el maridaje entre la danza contemporánea y el ballet clásico,
que hoy a nadie sorprende, hace 40 años sonaba a aceite de ricino
con huevos, y sin embargo, habiendo surgido dicha compañía
de un capricho emocional, llamémosle "coyuntura" política,
por parte de la autoridad encargada de la danza en aquella época,
sólo los cuates tendrían el derecho de pasar a la posteridad
mediante la conservación de sus obras única y exclusivamente;
todas las demás, pilares asimismo de una concepción de la
vida, del arte y el mundo, descansan en paz para dar el crédito
de artífices de la danza moderna mexicana, o rementada época
de oro, a sólo una pequeña fracción de aquel formidable
intento, precisamente a quien en particular degolló el fruto de
años de esfuerzo de la danza mexicana cristalizada en una compañía
de danza contemporánea, oficialmente representativa y apoyada por
el subsidio oficial como reconocimiento a su importancia.
DE ESTE MODO, sobre el cadáver de dicho
movimiento, nace el esplendor rebasado de una fusión de bailarines
clásicos, como la flamante Compañía Nacional de Danza
que hoy trata por todos los medios de, aunque sea tantito, salvar la responsabilidad
histórica de mantener vivo el espíritu de la danza mexicana
por medio de un par de obras de aquella época como Zapata,
sin mencionar de modo alguno la importantísima participación
de Waldeen y Rocío Sagaon en su estructuración, así
como aquella saga nacionalista que inspiró dicho ballet como fue
Nellie Campobello, con sus Cartuchos y guerrilleras en su ballet
30-30; la Coronela, de Waldeen; Tostatl, de Xavier Francis;
Tierra, de Elena Noriega; El Demagogo, de Guillermina Bravo,
y tanta danza viva que traduce un México apasionado y vibrante que
difícilmente podría compararse a lo que hoy intenta mantenerse
vivo en repertorio de manera tan diferente, en un confuso tutti frutti
del ayer y el presente para quedar bien con todos.
POR ESO, A través de la historia, como premio
de consolación, el gobierno subsidia a tres compañías
cuyos integrantes habían o eran parte de aquel movimiento de "oro"
de la danza mexicana: Raúl Flores y Gladiola Orozco, que luego se
dividen formando el Ballet Independiente, y Gladiola quedándose
con Descombey, el Ballet Teatro del Espacio que hoy se suma a la cuerda
floja de la guillotina laboral, y el Ballet Nacional de Guillermina Bravo,
mientras Nieves Paniagua, con la protección del nombre López
Mateos y el respaldo de su tesón y disciplina, logra la representación
oficial para su Ballet Folclórico. Los demás en edad de merecer
obtienen puestos notables en la burocracia cultural de este país,
convirtiéndose en masa todos, en una fuerza poderosa que desde entonces
ha regido los destinos de la danza, con cabida para dóciles aliados
y aduladores extranjeros, que adoptan credo y nacionalidad para venir a
contarnos quiénes somos de manera conveniente.
MESURA, DAMAS Y caballeros, que no todo el mundo
se traga el espectáculo que tan hábilmente van construyendo,
aunque penosamente, muy pocos se atreven a hablar, pues saben el precio,
mientras Zapata, Campobello, Waldeen, Limon, Francis, Noriega y otros en
sus tumbas, así como generaciones y generaciones de bailarines,
tal vez sólo esbocen una despectiva sonrisa por 40 años de
"historia" en la danza mexicana.
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