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México D.F. Domingo 16 de noviembre de 2003
Guillermo Almeyra
Bolivia. El punto débil del cono sur
Todos los países del cono sur están afectados, en mayor o menor grado, por una crisis profunda. En Chile hay protestas sociales, en las elecciones de la Federación Universitaria que presidiera Salvador Allende gana sin atenuantes el neopinochetismo ante la impotencia de la izquierda y aparece, como diversivo, el episodio del espionaje en el consulado argentino, llevado a cabo con el mejor estilo del inspector Clouseau de Peter Sellers.
La deriva política y la crisis uruguaya prosiguen, a pesar de la perspectiva del turismo del verano austral, y aparece casi segura la victoria del Frente Amplio. En Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva y la dirección del Partido de los Trabajadores siguen empeñados en borrar con el codo lo que escribieron con la mano y, junto con la Argentina de Néstor Kirchner, marchan hacia una Area de Libre Comercio de las Américas negociada en la cumbre de Santa Cruz, en Bolivia, aunque el gobierno brasileño libre una batalla de retaguardia contra Washington planteando una política sudamericana militar común para evitar la colombianización de la región y la intervención militar estadunidense en ella. (Dicho sea de paso, muchos sentimos curiosidad por saber cómo el ejército pinochetista chileno, empeñado en buscar en consulados ajenos secretos sobre las Malvinas para pasárselos a Londres y Washington, como hicieron durante la guerra por las islas, podrá colaborar en línea antiyanqui con el ejército argentino, por ejemplo.)
Los gobiernos de Perú y Ecuador bailan en la cuerda floja y el hombre fuerte de Washington, el colombiano Alvaro Uribe, no sólo sufre tremendo fracaso en las elecciones por él convocadas, que dan paso a una centroizquierda importante en Bogotá, sino que ve desgajarse día a día su dispositivo político (sus analistas dicen que las continuas renuncias de sus piezas clave lo refuerzan: si se sigue reforzando así va a renunciar él mismo).
Por último, en Argentina, memorioso de los estallidos sociales de diciembre de 2001, Kirchner toma medidas preventivas. Por ejemplo, manda ocupar permanentemente con grandes refuerzos policiales los barrios marginales, da marcha atrás a su proyecto de enjuiciamiento penal a los líderes piqueteros que hayan cometido actos de violencia (como el secuestro durante horas, en su propia oficina, del ministro de Trabajo), hace presentar por los diputados fieles un proyecto de amnistía a 3 mil piqueteros procesados, da aumentos (misérrimos) a los jubilados y a los salarios mínimos, y regala un ŨaguinaldoŨ de 50 pesos argentinos (unos 200 mexicanos) a los desocupados que cobran el Plan Trabajar (150 pesos mensuales), que en su mayoría son piqueteros. Mientras tanto, juega a dividir a estos últimos entre duros, blandos y tiernizados, recibiendo casi todos los días a los más blandos (el socialcristiano Luis DƀElia, de la Confederación de Trabajadores Argentinos, y el maoísta de la Corriente Clasista y Combativa, Juan Carlos Alderete), trata de ganar alas de los ex duros (de la corriente Aníbal Verón, de la Teresa Rodríguez, de Barrios de Pie) y de aislar a los duros, que son los que siguen cortando puentes y rutas u ocupando para conseguir más lugares en el Plan Trabajar, con los cuales hacerse de una base clientelar y negociar con el gobierno. Como en plenas vacaciones, en enero, deberá renegociar las tarifas públicas y aplicar lo resuelto con el Fondo Monetario Internacional, que puede llevar a despidos masivos en la educación y en el funcionariado público, Kirchner trata de adelantarse a la protesta que inevitablemente vendrá.
La cumbre de Santa Cruz, empezando por el anfitrión, el boliviano Carlos Mesa, parece un hospital de lisiados o el pabellón de los condenados. No tienen plan común, ni siquiera planes bilaterales realistas. Hizo muy bien Fidel Castro al darle la espalda a esa reunión de la que saldrán torrentes de aire frito. Evo Morales, en nombre de la realidad social y de las aspiraciones del proceso revolucionario boliviano que no ha desaparecido, obligará allí, sin embargo, a Lula y a Kirchner a discutir qué hacer para que el fuego boliviano no se propague a sus vecinos.
Porque Bolivia, en este panorama de crisis y debilidades, es el punto más débil, y Argentina y Brasil por ahora aprovechan el alto precio de la soja, el trigo y la carne, así como la obligación en que se encuentran los inversionistas europeos de mantener sus posiciones en la región, dada la debilidad de la economía de la Unión Europea. Es posible, pues, que de Santa Cruz salga alguna ayuda de emergencia para mantener a flote a Mesa frente a un movimiento de masas que no se ha tranquilizado y que vigila cada paso del gobierno sometido a libertad controlada.
Ni el gobierno del Planalto, ni el de la Casa Rosada, ni Lula, ni Kirchner encaran ninguna medida social importante favorable a los trabajadores en el problema agrario, del empleo, de la deuda pública y el sistema financiero, que está en manos extranjeras y sigue recibiendo fondos públicos. Los cambios que puedan ser impuestos desde abajo en Bolivia, país mucho más politizado y con un Estado mucho menos fuerte, podrían ser contagiosos, sobre todo la ocupación de tierras. La cumbre de Santa Cruz dentro de unos meses quizá sea vista con nostalgia por muchos de sus participantes como la calma que precedió a las tempestades.
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