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México D.F. Domingo 16 de noviembre de 2003
Néstor de Buen
La solución: exportar pobres para hacernos ricos
Hay noticias que apantallan. Y a las que, de repente, les encuentras un sentido que no habías pensado antes. Entre ellas, de manera notable, el anuncio del presidente Vicente Fox de que las remesas de los emigrantes son clave en la reducción de la pobreza.
El Presidente menciona la cifra de 14 mil millones de dólares en este preciso y precioso año de 2003. šCualquier cosa! Es el dinero que han enviado los trabajadores mexicanos desde Estados Unidos y que, nos dice el Presidente, es una cifra que implica "mucho más del total que el gobierno federal invierte en el campo mexicano" (La Jornada, 12 de noviembre, nota de Juan Manuel Venegas, p. 53).
Creo que estamos en presencia de la solución perfecta a los problemas económicos que enfrentamos. De ahora en adelante deberemos seguir con entusiasmo la tesis de que para obtener mayores ingresos debemos despedir a más trabajadores para que busquen chamba en Estados Unidos. En esa tarea el gobierno desempeña ya un papel extraordinariamente eficaz. A unos con la oferta, no siempre cumplida, del retiro voluntario. A otros, simplemente porque son de confianza y esa es una especie burocrática que no tiene derecho alguno, los despiden con entera frescura.
Al menos esa es la tesis que sostiene nuestra activa Suprema Corte de Justicia de la Nación, basándose en una interpretación más que discutible de la fracción XIV del apartado B del artículo 123 constitucional, que sólo dice que los trabajadores de confianza disfrutarán "de las medidas de protección al salario y gozarán de los beneficios de la seguridad social", sin olvidar que la fracción IX dispone que "los trabajadores sólo podrán ser suspendidos o cesados por causa justificada en los términos que fije la ley" y que "en caso de separación injustificada tendrán derecho a optar por la reinstalación en su trabajo o por la indemnización correspondiente, previo el procedimiento legal".
Es evidente que la Constitución no distingue entre trabajadores de confianza y de base para otorgar el derecho a la indemnización o la reinstalación, y también lo es que tener derecho al salario y a la seguridad social no quiere decir que sean los únicos derechos. Pero la ley burocrática, con entera frescura, los excluye de sus disposiciones (artículo 8), claro está que aceptando que lo no previsto en la ley se sujetará a lo dispuesto en la Ley Federal del Trabajo (artículo 11) en la que, por lo mismo, tendrían que aterrizar los trabajadores de confianza, pero no los dejan.
Gracias a esos despidos, que ahora sí me parecen una solución inteligente del gobierno, agregados a los que con frescura semejante ponen en práctica las empresas particulares, nuestros trabajadores sin empleo o se lanzan a la economía informal (la famosa ocupación, que no es empleo, pese a lo que diga el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática), incrementan la delincuencia o se la juegan cruzando la frontera norte, con todos los riesgos. De lograr un resultado adecuado, trabajan por allá pero, buenos hijos o buenos maridos o buenas esposas o lo que sea de bondad, de los dolaritos que se ganan envían un cachito a México. Y ese cachito parece que es mayor que el producto de las exportaciones petroleras y, dicho por el propio Presidente de la República, mucho más que las inversiones gubernamentales en el campo.
Nuestros pobres nos están haciendo ricos. Como es natural, con ese resultado, lo que es evidente es que cuanto más pobres pongamos en circulación con la política de despidos, más ingresos tendremos y, además, en una moneda que pese a los vaivenes de la economía estadunidense, tan pésimamente manejada por Mr. Bush, aún inspira respetillo.
Por ahí hay una empresa que con inteligencia ha sabido hacer del control de las remesas un pingüe negocio. Lo que parecería un servicio a los emigrantes por la vía de las comisiones debe ser una maravilla de resultados.
Habrá que reformar la LFT lo antes posible para que los despidos sean gratis, sin mayores avisos, como pretende el proyecto Abascal, y sin causas justificadas, que siempre son una lata para probarlas. Y a partir de allí se podría inventar una política de subsidios: a las empresas o simples patrones que despidan trabajadores se les podrá premiar con una reducción del impuesto al valor agregado, en proporción a sus esfuerzos despedidores, o del impuesto sobre la renta, o cualquier otra cosa.
Por lo visto, exportar hombres y mujeres es el mejor negocio del mundo para México. Nuestros heroicos pobres están resolviendo el problema económico del país que los expulsa.
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