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México D.F. Viernes 14 de noviembre de 2003
LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Unas dulces mentiras
Sobriedad y limpieza del relato Metáfora de
una pérdida
LA JOVEN DOCUMENTALISTA Julie Bertucelli, hija
del realizador francés Jean Louis Bertucelli, revela en Unas
dulces mentiras (Quand Otar est parti) una triple deuda: con
su padre, quien en Los muros de arcilla, estupenda cinta de 1970,
exploró la problemática social argelina; con su maestro,
el cineasta georgiano Otar Iosselani (La caza de las mariposas),
y con Krysztof Kieslowski, de quien también fue asistente de dirección.
Estas influencias se manifiestan en la sobriedad y limpieza del relato
que la directora construye en colaboración con el guionista Bernard
Renucci, a partir de una historia real. Esa anécdota es la de una
familia en Tiflis, capital de Georgia, ex república soviética,
integrada por tres mujeres, cuya vida afectiva, entusiasmos y rencores,
giran en torno de la figura ausente de Otar, el hombre de la casa, que
emigró a París en busca de mejores oportunidades.
CUANDO
OTAR SE marchó, título original
del filme, podría ser la frase inaugural de este relato melancólico,
evocación a lo Chéjov (Las tres hermanas) de una pérdida,
una orfandad, que representa al mismo tiempo el ritual de iniciación
para una nueva vida. Eka, la abuela (una magistral Esther Gorintin), su
hija Marina (Nino Khomasuridze) y la nieta Ada (Dinara Drukarova) encarnan
tres generaciones y también tres posturas y estados de ánimo
contrastantes: el conservadurismo moral y político de la abuela,
que añora el pasado estalinista; la resignación de su hija,
ya viuda, recelosa del mundo masculino, relegada a un segundo plano por
la adoración que se tributa a su hermano Otar, y Ada, joven romántica
a punto de asfixiarse en un país en ruinas, cómplice de la
abuela francófila a quien lee pasajes de Proust mientras le da masaje
en los pies. Ada, personaje del ruso Nabokov, y también gaviota
chejoviana.
JULIE BERTUCELLI SUGIERE de modo similar la metáfora
de otra pérdida, a la vez intimista y social, la de una patria,
Georgia, en vías de desintegración, liberada de la tiranía
del socialismo real, pero sumida en la pauperización y la desesperanza.
A sus 90 años y con una salud endeble, Eka pertenece a una generación
a punto de partir, sin asideros ya en la sociedad nueva, y así se
aferra al cariño de Otar, su única ilusión tangible.
CUANDO OTAR SE marcha, cuando se pierde en definitiva
la posibilidad de su regreso, comienza el teatro de mentiras que habrá
de preservar la ilusión en el ánimo alicaído de la
abuela. Las dos mujeres escriben cartas falsas, ensayan montajes fotográficos,
simulan alegrías y tristezas relacionadas con el hombre desaparecido,
hacen de la mentira un estilo de vida. Mentiras para la mujer nonagenaria
que durante décadas convivió con ellas al punto de volverlas
realidad y negar hasta la fecha los crímenes de Stalin, ''el santo
padre de los pueblos".
UNAS DULCES MENTIRAS guarda semejanzas con
otra comedia de la simulación, muy popular hoy en Europa, Good
bye Lenin!, de Wolfgang Becker, en la que una madre berlinesa, comunista
convencida, ignora al despertar de un coma que su mundo ha cambiado, y
por amor su hijo transforma artificialmente la realidad doméstica
a fin de preservar, también por la mentira, la ilusión materna.
Bertucelli lleva, sin embargo, mucho más lejos su anécdota
inicial. Del diseño complejo de sus personajes femeninos, a las
derivaciones sociales del relato intimista, y hasta el desenlace sorpresivo,
de emotividad kieslowskiana, la realizadora firma una primera obra de ficción,
cuyo tema es precisamente el arte de la ficción o lo que Milan Kundera
llama el arte de la mentira.
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