ƑLA FIESTA EN PAZ?

Leonardo Páez

Se llamaba Gloria y la amamos muchos

HAY MUJERES QUE no se conforman con ser amadas por un solo hombre. Su disposición a la libertad, a la vida y al goce levanta una saludable barrera ante las exclusividades y los dogmas, útiles a los comunes y corrientes, no a espíritus habituados al desafío.

GLORIA RIZZO RAMIREZ nació en la hoy taurinamente secuestrada Aguascalientes un día de 1922. Con un destino extraño que habría de ligarla a la fiesta de los toros y a no pocos de sus exponentes, casi niña ingresó a un internado de monjas, de donde saldría a los 15 años para casarse con un noble de origen español, "más que por amor para librarme de las presiones eclesiásticas", recordaba Gloria divertida.

POSEEDORA DE UNA personalidad que rebasaba la belleza de sus increíbles ojos azules y la esbeltez de su figura, La Güera desplegaba algo más que simpatía: encanto, así como un fino sentido del humor, un anecdotario interminable y una fresca curiosidad por cuanto tuviera que ver con la fiesta de los toros, su otra pasión. En cosos de la capital o de los estados, en conferencias, exposiciones o convites, durante años su presencia fue parte del espectáculo que tanto amó y padeció.

PORQUE EL PADECIMIENTO acompaña a la pasión, tras divorciarse del español Gloria contrajo nupcias con un hermano del Volcán de Aguascalientes, Rafael Rodríguez, el banderillero apodado La Flaca, de quien enviudó al poco tiempo. Agraciada y sola, pero segura de sí misma y de la fibra de su temperamento, la Rizzo ahora apuntó alto y casó con el matador potosino Gregorio García, tal vez el hombre más apuesto, no barbilindo, que se haya enfundado en el traje de luces. Si la convivencia ya es difícil con un contador, hay que imaginarla con un torero guapo, famoso y, para colmo, auténtico ídolo de la afición portuguesa, por lo que aquel matrimonio resultó tan intenso como fugaz, concluyendo al cabo de un año.

GLORIA OPTO ENTONCES por una relación menos convencional, pero más duradera, e inició un romance que se prolongaría una década con Luis Castro El Soldado, poseedor de una personalidad y un carácter fuera de serie. Al paso de los años, La Güera comentaba: "Pudiendo tener una cama grande, prefería una individual. ƑPor qué? Porque en ruedo chico aprieta más el toro". Cierta ocasión pude hacerle un obsequio significativo: la insólita fotografía donde la ignorancia de un Páez adolescente abraza emocionado a Gregorio y a El Soldado, que no tuvieron más remedio que sonreír a la cámara.

LAMENTABA QUE AHORA los toreros no lo parecieran y en su restorán ayudó comprensiva a cuanto torerillo desfiló. Como remate, en la corrida inaugural y en el colmo de la mediocridad el juez de la México no autorizó un minuto de aplausos en memoria de tan excepcional mujer porque "desmerecía" la entrega de un trofeo a Luévano. Pero la alegría inteligente y la sensible calidez de Gloria Rizzo ahí quedan, como prendas invaluables.