México D.F. Lunes 10 de noviembre de 2003
TOROS
Puntazo a Luévano durante la segunda corrida
de la temporada de la miseria
Paleros exigen a López Obrador que levante el
castigo a Enrique Ponce
Boletos a mitad de precio y entrada raquítica
Mansos, los espantajos de Gómez
LUMBRERA CHICO
A mediados de la semana pasada, la policía capitalina
anunció que todos los domingos, a partir de ayer y en adelante,
montará un dispositivo especial en el distribuidor de San Antonio,
"en espera de aproximadamente 20 mil automóviles de aficionados
a las corridas de toros". Quien tomó esa medida, prudente pero absurda,
dio por hecho que la inconcebible alianza entre Andrés Manuel López
Obrador y la mafia de la Monumental Plaza Muerta (antes México)
iba a traducirse, porque sí, en un fenómeno de multitudes.
Pues
fíjese usted que no. Ayer, para presenciar la segunda corrida de
la temporada "alta" -que no grande- 2003-2004, a la que algunos con razón
empiezan a llamar la "temporada de la miseria", acudieron tan escasos espectadores
que los cuidadores de coches en las cercanías del embudo se quedaron
con su trapito rojo espantándose las moscas. Y eso que el cacique
de la fiesta brava ofreció boletos a mitad de precio.
¿Qué? ¿Boletos a mitad de precio
en la segunda de la temporada? ¿Para eso obligaron a los pudientes
a canjear sus tarjetas de derecho de apartado? ¿Para eso Andrés
Manuel aceptó el riesgo de quedarse sin amigos en el inframundo
de la tauromaquia? Porque sus amigos, los de la Comisión Taurina
del Distrito Federal, por él designados y que han trabajado tres
años sin sueldo y sin apoyos de ninguna índole, están
que no saben qué pensar acerca del político más querido
del país.
Carlos Mendoza, presidente de aquel organismo, ha denunciado
que el Gobierno del DF tiene un proyecto de ley que, de ser aprobado por
la Asamblea Legislativa de la ciudad, entregará a Rafael Herrerías
el control absoluto, ¿sabe usted de qué?, de la propia Comisión
Taurina. Como ésta logró que Enrique Ponce fuera suspendido
un año en castigo por el fraude cometido en la tradicional corrida
del 5 de febrero, ahora la instancia, que nos representa a los ciudadanos,
pasará a las manos del sepulturero de la México. ¡Felicidades!
Quizá por eso ayer, tras la muerte del primero
de la tarde, un grupo de paleros desplegó una manta que decía:
"Señor jefe de Gobierno del DF: ¡Queremos ver torear a Ponce!
¡La democracia y la justicia son del pueblo! ¡No al castigo
a Ponce!" Y con este mensaje, patrocinado por él, Herrerías
"pagó" el respaldo que le brinda su "amigo" López Obrador.
Ahora lo va a chantajear con este asunto hasta salirse con la suya.
¿Y los toros?
José María Luévano, Ignacio Garibay
y Fermín Spínola, jóvenes promesas de la torería
mexicana, mataron ayer un espantoso encierro de Teófilo Gómez,
el mismo que no saltó al ruedo el domingo anterior debido a la cojiniza
de repudio que los dioses arrojaron en forma de granizo durante la corrida
inaugural. Y como era lógico y esperable, todo resultó un
fiasco.
Luévano recibió un puntazo en el cuello
de parte de Talaverano, su primer enemigo; lo muleteó sin
gracia en medio de un vendabal y se fue a la enfermería, de donde
volvió para hacer lo mismo con otro esperpento llamado Tucanazo.
Garibay realizó una faena de medios muletazos en
redondo, exponiendo mucho ante Pata Salada, que no valía
un frijol, pero lo mató de estocada desprendida y escuchó
un aviso y palmas. La plaza estalló cuando salió un chivo
de nombre Luna Negra, que además estaba inválido,
lo que enfureció al público y forzó al diestro a regalar
un séptimo cajón, que nadie vio por culpa del frío,
la tristeza y la decepción de sabernos custodios de un baluarte
cultural que no le importa a nuestras autoridades.
Spínola parecía en la luna. Se aburrió,
nos aburrió y mató de tedio a Joselillo, un cárdeno
amerengado con cabeza de borrego, que repetía como perro menso pero
carecía de transmisión aunque se comía la muleta.
Y no mejoró ante Más Meresco (sic por la buena ortografía
de la empresa), que era otro espantajo pero sin bravura.
Para fortuna de los depresivos, la tarde fue negra, el
festejo un velorio y la emoción estuvo más fría que
la sangre de quienes llevan el negocio como un caballo viejo y tonto que
va, expeliendo los últimos chicozapotes de mierda, alegremente rumbo
al destazadero. Gracias a quien debamos agradecer.
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