.. |
México D.F. Lunes 10 de noviembre de 2003
José Cueli
Toro guillotinador
Otra tarde "sin toros", sin otro recurso que recurrir a nuestra botelleteca, túnel de botellas vacías en que con pequeñas notas guardadas en su interior describimos lo sucedido en tardes toreras y de amores, vinos y cantos, bailes y poemas, tertulias y polémicas, para volver a saborear y recordar duende y sensaciones, naturales y verónicas, juegos de violines corporales, con música de Falla y ritmo de Federico, guardadas en la neurona de la memoria torera, diferente de todas las otras memorias, porque la torera es memoria de ese cuerpo girando entre collares que se resbalan y cabalgan entre sangre escurriendo hasta el piso, confundido con faenas de Ordóñez o De Paula.
Perdido en el túnel de la botella, siento decir que el toreo ya no funciona en las grandes ciudades, es anacrónico y ha dado el paso a la música moderna y hoy por hoy se refugia en el campo bravo entre el color moreno y la sonrisa torera para regusto de fanáticos iniciados, religiosos, que piensan que lo importante no son las metas ni las rutinas ni lo uniformes; lo importante es el duende, la relación, lo espontáneo, en última instancia el ser y no el tener; el toreo es el ser, un drama de la muerte y la resurrección.
Pero mañana el sol volverá a nacer y nos alumbrará para ligar los cantos y los naturales rematados con el auténtico forzado de pecho; y tú, guitarra, al ritmo de las palmas, y el contoneo de tus caderas, te desbordarás vibrando, cuando en tus ojos haya brillo de luna, luz café amarillosa y sienta un vacío por dentro, sin un sol que alumbre nuestra unión, en espera del toro negro, ese torazo con trapío, de testuz rizada en los ojos, para volver a revivir el milagro de la muerte y resurrección, que no se vio ayer con los toritos de Teófilo Gómez, débiles y parados, que casi guillotinan a Luévano. La fiesta de los toros muere en la ciudad, pero resucita en el campo bravo.
|