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México D.F. Lunes 10 de noviembre de 2003

Uno a uno sonaron los temas de Buenos hermanos, ganador de un Grammy

Ibrahim Ferrer se lució con la Buena Vista Social Club en el Auditorio

ARTURO CRUZ BARCENAS

¿Cómo habrá tocado, cómo se habrá oído una buena orquesta cubana "de las de antes"? Lo más cercano a eso se conjuntó la noche del pasado sábado en el Auditorio Nacional, durante el concierto abrazador en la melodía de Ibrahim Ferrer (Santiago, 1927), quien cantó como los dioses del trópico que traen música en el viento de fronda. Cada integrante de la bandota del Buena Vista Social Club ejecutó su instrumento a nivel óptimo. Acabada su interpretación el de al lado le rendía una reverencia o le hacía el grandísimo favor de quitarle la pelusa al saco.

Porque cuando un músico desafina duelen los dientes, se encaja un cuchillo en el hígado y hasta provoca neuralgia o migraña. Pero los siete mil asistentes a veces guardaban silencio; escuchaban y cerraban los ojos. Algunos seguidores incondicionales exclamaban su admiración con frases que podrían sonar cursis, exageradas, pero están en su derecho de profundizar su fe en el son.

Ibrahim había anunciado que en el concierto habría sorpresas. La mayor fue que tocaron y cantaron como se esperaba. Uno a uno fueron desgranados los temas de su disco Buenos hermanos, que requirió tres años de trabajo y que ganó el Grammy en la categoría música tropical tradicional.

Abrió con Hyde park's mambo, de Demetrio Muñiz La Valle; Bruca manigua, de Arsenio Rodríguez; No tiene telaraña, de Rosendo Ruiz; Boliviana, de Chucho Valdés, en la que la letra exalta el misterio de los ojos de una mujer por quien se siente amor; Naufragio, de Agustín Lara, y Hay que entrarle a palos a ése, del propio Ferrer.

Ibrahim bailaba a ratos, absorbido por el ritmo. Para mover la humanidad no hay que agitarse o echar brincos chapulinescos. Hay que echarle figura, castigar al piso, demostrarle a la pareja que hay dominio de la situación. Como que me quiebro, pero no; tan sólo como que me doblo. Ahora me inclino unos 30 grados y ahí me quedó. Giro la cabeza para rematar una nota, dos notas. El ritmo e Ibrahim son amigos.

La inmortal Perfume de Gardenias

El calor se incrementa y el mercurio está en riesgo de salir por los aires. Dos cuerpos se acercan y bailan pegaditos Perfume de gardenias, la inmortal de Rafael Hernández de recuerdos santaneros; Isora Club, de Coralina e Israel López; Choco's guajira, de Alfredo Armenteros, con la maestría del timbalero Filiberto Sánchez. La voz de Ibrahim lució en Herido de sombras y Cómo fue, de Pedro Vega y Ernesto Duarte, respectivamente, con un solo de antología del pianista Roberto Fonseca, que algún día alcanzará los tamaños de Rubén González.

Siguió la divertida Buenos hermanos, que escribió Miguel Matamoros en 1943. En adelante todo fue sabrosura con La música cubana, Como el arrullo de palma, Oye el consejo, Boquiñeñe, Mil congojas y Candela. Un aplauso para cada uno de los maestros: Orlando Cachaíto López (contrabajo), Manuel Guajiro Mirabal (trompeta), Jesús Aguaje Ramos, trombón y director; Demetrio Muñiz, igual, trombón y director; Javier Zalba, flauta; Toni Jiménez, saxo tenor; Ventura García, saxo barítono; Jimy Jenks, saxo tenor.

Asimismo, Yaure Muñiz, trompeta; Angel Terry, congas; Filiberto Sánchez, timbales; Alberto La Noche, bongoes, y Lázaro Villa e Idania Valdés, coros.

Acostumbrado a invitar amigos a su casa, al final Ibrahim pidió al público subir al escenario. No sabe del síndrome guarura de Lucero. Un alegre subió por una esquina y comenzó a bailar el son. Otros quisieron emularlo, pero ya no pasaron. El espontáneo le puso ganas y demostró que tiene algunas horas de experiencia en academias como La Maraka. Se lo llevaron, pero regresó orondo sin rasguño alguno. Otros bailaron in situ.

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