México D.F. Domingo 9 de noviembre de 2003
Guillermo Fadanelli
15 años de Generación
Los años 80 estaban expirando cuando recibí una invitación para participar en una mesa redonda en el Museo de Arte Moderno. No recuerdo el tema pero sí al convocante: Carlos Martínez Rentería. Me negué porque no conocía a Carlos ni tampoco me interesaba participar en ninguna exhibición pública: como era anarquista principiante consideraba una obligación increpar a un público que en realidad despreciaba de antemano. Así que prefería evitar el numerito permaneciendo en casa.
En ese entonces Generación era un periódico tabloide que circulaba con avidez de mano en mano entre escritores y artistas. Creo que fue hasta mediados de los años 90 cuando conocí a Carlos en una cantina muy famosa en el Zócalo. Me recriminó que desperdiciara mi talento en autodestrucciones nihilistas cuando era más urgente transformar el mundo en un lugar habitable. Desde entonces Carlos continúa recriminándome, en gran medida porque es un hombre generoso e indudablemente romántico mientras yo me considero cada vez más apático. No poseo la suficiente vanidad como para sentirme agente histórico del cambio.
Con Generación he colaborado decenas de veces pues simpatizo con publicaciones que se sitúan al margen del mercado esquizofrénico: en ese sentido, Generación continúa alimentando el espíritu del fanzine o de las publicaciones subterráneas: ni posee anunciantes millonarios ni tampoco se puede comprar en almacenes donde también se venden perfumes. Sus colaboradores son diversos aunque la mayoría son o escritores incondicionales, o jóvenes artistas que encuentran en estas páginas un espacio generoso donde mostrar su obra. Yo he escrito en Generación acerca de temas que jamás imaginé pudieran interesarme: desde asuntos deportivos hasta manifiestos para salvar a las últimas ballenas.
La revista cuenta con un patronato que no sirve para nada: sus integrantes ni escriben ni se muestran interesados ni son generosos ni promueven la publicación. En cambio, el que Generación continúe con vida se debe no sólo a la insistencia de Martínez Rentería sino a esa especie de monacato que durante años ejercieron o siguen ejerciendo personas como Guillermina Escoto, Jorge Luis Sáenz, Benjamín Anaya, Francisco Oyarzábal, Juan Mendoza, Arturo García, Sergio García Legaspi, Federico Campbell Peña, Jorge Caballero, Niña Yahred (1814), Soid Pastrana y Felipe Posadas.
Se vive un tiempo de enorme confusión donde los conceptos fundamentales de cultura y humanismo se han tornado aún más complejos. No existe en estos momentos una publicación que marque rumbos o dé cobijo a una tendencia histórica del pensamiento. En realidad son rostros diversos que inclusive se modifican en espacios cortos de tiempo: nacen nuevas publicaciones que con la misma espontaneidad desaparecen. En vista de que las revistas hegemónicas que representaban el bien han perdido posiciones políticas pareciera entonces que todo está permitido: cualquiera puede representar parcialmente la verdad.
En estos días cada revista avanza aparentemente sola según sus propias conclusiones o posibilidades. Así desde hace 15 años, Carlos Martínez y sus colaboradores más cercanos han creado una publicación temperamental de carácter lúdico y contenido ecléctico: una revista que además se manifiesta con insistencia en el espacio público mediante presentaciones, borracheras o actos performáticos. Durante un tiempo Carlos me invitó sistemáticamente a participar en mesas redondas. Asistí a varias pero jamás he podido seguir su ritmo desbocado. Aunque pareciera lo contrario cada vez que me planto en el estrado con un micrófono en mano experimento cierta animadversión, ya que siempre temo caer en la retórica, cosa por demás inevitable. Sin embargo y no obstante mis inocentes prejuicios, espero que tanto la revista como las fiestas continúen pues el camino más difícil ha sido abierto. De la misma manera que dos o tres veces a la semana corro en Chapultepec pese a que mis rodillas crujen como ataúdes, así también seguiré colaborando en Generación aunque mis reflejos literarios no sean ya tampoco los mismos. Además, como Carlos Martínez, soy también lo bastante testarudo como para abandonar el camino.
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