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México D.F. Domingo 9 de noviembre de 2003

Juan Saldaña

De insolencias

Si bien una larga relación entre desiguales puede lograr que acostumbremos entendimiento y actitudes al paso de la insolencia imperial, es necesario reconocer que la política exterior de México había logrado preservar algunas dignidades para nuestro país.

Hoy podemos afirmar que el trato público ha derrumbado antiguos pudores. El señor Rick Perry, gobernador de Texas, se ha apropiado del triste mérito al volver la perspectiva de nuestras relaciones diplomáticas entre naciones soberanas a la dimensión precaria de un ex abrupto texano.

Que es un problema de forma, no me cabe la menor duda. Sobre todo cuando el problema de fondo es bien conocido como ribete de un imperialismo rampante e insolente.

Importa considerar que de este breve pero violento intercambio de palabras con el texano pueden derivar una cantidad apreciable de conclusiones que tendrán que ver con la relación entre dos países. Eso importa, claro está, pero para los fines de estas líneas interesa considerar los signos que delatan las condiciones en que se desenvuelven las relaciones de nuestro país, México, con uno de los estados de la Unión Americana.

Y es que el planteamiento todo del insolente capitoste texano está articulado con mala fe. La tibia y temerosa aclaración de que en México no se acepta la pena de muerte motiva en su declaración la afirmación monstruosa de que si los extranjeros (mexicanos) no quieren sufrir la pena capital que no vengan a matar a nuestros policías, no vengan a matar a nuestros niños.

Lo afirmado por el gobernador texano corre parejo con una actitud generalizada en los ámbitos estadunidenses de autoridad. Sin más ni menos, los migrantes mexicanos son, en principio, un irritante grupo de delincuentes que han decidido sentar sus reales en territorio gringo.

Nada importa para la rígida perspectiva estadunidense los indudables aportes que los trabajadores migratorios realizan, sistemáticamente, a favor de la economía de aquel país. Nada importa el abatimiento sistemático de los costos de mano de obra para el comercio y la industria de Estados Unidos. Nada importan, sobre todo, los siglos de historias compartidas por un solo territorio. Nada importa esto y otras muchas cosas más. Los migrantes son molestos, sucios e incómodos

Si bien la insolencia imperial del gobernador texano se ha hecho presente una vez más, la actitud del mandatario mexicano y de su canciller, funcionarios que recibieron de manera inmediata la lépera actitud, ha respondido más al espíritu genuflexo y servil de los esclavos que a la señera respuesta de los independientes.

Es lamentable que uno de los pocos bastiones de dignidad para nuestra nación, como lo es la política exterior, se vea maculado y empobrecido por las actitudes de quienes no entienden ni se interesan por esos signos vivos de la nacionalidad.

Apenas resulta creíble que los mexicanos presentes en la ofensa hayan sido, precisamente, el señor Presidente de la República y su responsable de la política exterior del país. Porque ellos fueron los que, con mansa y tolerante actitud, recibieron la insolencia del texano. El infame parangón cuya conclusión resulta en locura: mi pena de muerte para ejecutar a tus asesinos.

Y esto se da en el centro de un significativo subtexto que nos mueve a diversas inquietudes. El suceso es texano, región de la que procede el presidente estadunidense y su inefable familia. Es Texas la que primero reclamó, de forma airada, la deuda del agua. Es Texas, cuyo gobierno ha ironizado los esfuerzos de México por mantener, básicamente por conducto de sus gobiernos estatales, en sus límites objetivos tal problema de las aguas territoriales.

Y es precisamente ante el poderío de la insolente verba gubernamental texana ante el cual se doblega la primera autoridad mexicana, en un acto que confunde solidaridad respetuosa con alegre sumisión, diplomacia seca con proclive aceptación de condiciones.

Y bajo estos auspicios, Ƒexisten posibilidades para el diálogo creativo?

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