México D.F. Domingo 9 de noviembre de 2003
Arturo Balderas
El acuerdo migratorio y el 11 de septiembre como excusa
El acuerdo migratorio entre México y Estados Unidos estaba en punto muerto previo al fatídico 11 de septiembre. Cualquiera que revise la prensa estadunidense en las semanas previas se puede percatar de las grandes dificultades para su aprobación.
En el Congreso de Estados Unidos había una fuerte oposición al acuerdo, y el propio presidente George W. Bush expresó serias dudas sobre la viabilidad del mismo.
La remembranza viene a cuento porque llama la atención que se siga invocando la tragedia de septiembre como razón para que el acuerdo fuera pospuesto indefinidamente.
Los problemas eran anteriores y diferentes a la era del terrorismo.
Tal vez en el futuro alguno de los protagonistas en la fracasada negociación, conocedores de las dificultades que en el sistema político estadunidense enfrenta la aprobación de un acuerdo de esas implicaciones, expliquen por qué se escogió una estrategia que tenía que ver más con la publicidad, la estridencia y la relación personal, que con la mesura, el trabajo discreto y la construcción de acuerdos en los niveles adecuados, necesarios en estos casos.
De no haber mediado la soberbia, hubiera sido de gran utilidad tomar nota de la estrategia que el gobierno mexicano instrumentó 10 años antes para que fuera aprobado el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, al margen de que se esté o no de acuerdo con él.
En todo caso, el daño está hecho. Lo que ahora tiene sentido es retomar la iniciativa y diseñar un programa que, sin golpes espectaculares, avance en la regularización de la situación migratoria de nuestros compatriotas residentes en Estados Unidos.
Es necesario evitar la sistemática referencia del 11 de septiembre como determinante en el fracaso del acuerdo migratorio. De insistir en ello, se corre el peligro de relacionar la agenda migratoria con el apoyo o disenso de las decisiones del gobierno de Estados Unidos en su lucha contra el llamado eje del mal.
Más aún, se corre el riesgo de posponer iniciativas parciales que atenúen los problemas de los trabajadores indocumentados, mientras no se capture a todos los terroristas que pululan por el ancho mundo. Es el caso de la reacción que ha provocado la autorización para que los indocumentados obtengan licencia para conducir en California, so pretexto de la infiltración de terroristas.
El riesgo se convierte en verdadero reto cuando, además, hay que responder con la firmeza que el caso amerita a la forma irrespetuosa en que una persona se refirió a los asuntos internos de México, actuando como representante del gobierno estadunidense, aunque independientemente de su nivel.
Tal vez una vía para avanzar con pasos firmes en la solución de los problemas de los indocumentados, sea el impulso de iniciativas como la presentada hace unas semanas por un grupo de legisladores de ambas cámaras y partidos para regularizar la situación migratoria de los trabajadores agrícolas y sus familias.
Es una iniciativa, como todas las que tienen que ver con asuntos migratorios, compleja y parcial. No es una amnistía general, en el sentido amplio de la palabra. Su intención es permitir la estancia temporal a los migrantes sin documentos que trabajan en el campo, los más desprotegidos por cierto. Garantiza los derechos más elementales que la ley otorga a cualquier trabajador: salud, vivienda, escuela, salario mínimo y, lo que es más importante, regulariza su situación migratoria.
No es la panacea, pero al parecer es reflejo de la preocupación genuina de algunos congresistas por resolver el problema migratorio y no verlo como un asunto electoral o de mercadotecnia. Seguramente afectará intereses y sensibilidades, por lo que habrá quienes quieran derrotarla. También habrá quienes la exploten para beneficio propio o de grupo, pero el hecho es que, de aprobarse, se habrá dado un paso en el camino correcto para la creación de un conjunto de instrumentos que en el mediano plazo beneficien a los trabajadores migratorios.
La otra vía es buen caldo para el cultivo de expectativas y vanidades, pero por lo visto, sin ningún resultado práctico para quienes aguantan el caldero.
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