Ni gavilán ni
paloma: crisálida
Mario Reyes
La luz del sol desaparece en el horizonte de la
ciudad de México. Con la llegada de la noche, la vida citadina experimenta
transformaciones, cambian las actividades, los hábitos, la forma
de vivir de sus habitantes. Por el rumbo de Tlatelolco se hace evidente
la metamorfosis del cuerpo cuando una docena de hombres deciden convertirse
en mujeres.
Ante las preguntas ¿seré el único?,
¿habrá más?, ¿en dónde se reúnen?,
¿cómo los puedo identificar?, miembros del Centro de Capacitación
y Apoyo Sexológico Humanista (Cecash) decidieron fundar, en 1996,
el grupo Crisálida, conformado por hombres heterosexuales con gusto
por el travestismo. Lorena, Berenice y Tatiana forman
parte de esta agrupación que se reúne cuatro veces al mes
para lucir y disfrutar las prendas femeninas. Previamente pasaron por terapias
y sesiones de información que los ayudaron a desechar sentimientos
de culpa y vergüenza, así como a autoaceptarse tal como son.
"¡Qué guapa se ve esta señora! ¡Cómo
me gustaría usar medias, andar en tacones o ponerme una minifalda!",
exclama Lorena cuando recuerda las sensaciones que le causaban las
mujeres en su niñez y adolescencia. Casado, con dos hijos y dedicado
a la ingeniería, Lorena señala que el travestismo "es una
necesidad que en mi adolescencia sólo la calmaba masturbándome,
aunque después viniera un sentimiento terrible de culpa". Ahora
se considera afortunado, pues su esposa e hijos saben de sus actividades
en Crisálida y hasta el momento no han surgido conflictos.
La historia de Berenice es similar. De 30 años
de edad y empleado de una cadena de tiendas, proviene de una familia conservadora.
Comenta que antes de conocer el grupo "llegaba a hoteles, me travestía,
me masturbaba y salía sin más. Ahora cuento con todo un proceso
que para mí era desconocido, pues cuando lo hacía en casa
tenía que cuidarme mucho de mi familia, temo al rechazo, sobre todo
al de mi padre, quien es muy apegado a la religión católica."
Tatiana cuenta con 39 años de edad. Casado
y bombero de profesión, relata que después de seis años
de matrimonio su esposa descubrió sus prendas y artículos
femeninos. Sin más opción le reveló sus actividades
travestis. La respuesta no fue la que él esperaba: "sabía
de personas con esta afición, pero nunca creí que tú
fueras así; no hay problema, puedes ir a tu grupo cuando quieras",
le dijo la esposa.
Todos invierten en promedio 400 pesos mensuales en su
arreglo personal. Vestidos de diversas telas, colores y texturas son imprescindibles;
las zapatillas, medias, accesorios y estuches de maquillaje también.
No hay contactos sexuales. Aquí viven y disfrutan el travestismo
sin remordimientos, e intercambian experiencias que, aseguran, "enriquecen
al grupo y a nosotros mismos como seres humanos".