LETRA S
Noviembre 6 de 2003
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Ni gavilán ni paloma: crisálida

Mario Reyes

La luz del sol desaparece en el horizonte de la ciudad de México. Con la llegada de la noche, la vida citadina experimenta transformaciones, cambian las actividades, los hábitos, la forma de vivir de sus habitantes. Por el rumbo de Tlatelolco se hace evidente la metamorfosis del cuerpo cuando una docena de hombres deciden convertirse en mujeres.

Ante las preguntas ¿seré el único?, ¿habrá más?, ¿en dónde se reúnen?, ¿cómo los puedo identificar?, miembros del Centro de Capacitación y Apoyo Sexológico Humanista (Cecash) decidieron fundar, en 1996, el grupo Crisálida, conformado por hombres heterosexuales con gusto por el travestismo. Lorena, Berenice y Tatiana forman parte de esta agrupación que se reúne cuatro veces al mes para lucir y disfrutar las prendas femeninas. Previamente pasaron por terapias y sesiones de información que los ayudaron a desechar sentimientos de culpa y vergüenza, así como a autoaceptarse tal como son.

"¡Qué guapa se ve esta señora! ¡Cómo me gustaría usar medias, andar en tacones o ponerme una minifalda!", exclama Lorena cuando recuerda las sensaciones que le causaban las mujeres en su niñez y adolescencia. Casado, con dos hijos y dedicado a la ingeniería, Lorena señala que el travestismo "es una necesidad que en mi adolescencia sólo la calmaba masturbándome, aunque después viniera un sentimiento terrible de culpa". Ahora se considera afortunado, pues su esposa e hijos saben de sus actividades en Crisálida y hasta el momento no han surgido conflictos.

La historia de Berenice es similar. De 30 años de edad y empleado de una cadena de tiendas, proviene de una familia conservadora. Comenta que antes de conocer el grupo "llegaba a hoteles, me travestía, me masturbaba y salía sin más. Ahora cuento con todo un proceso que para mí era desconocido, pues cuando lo hacía en casa tenía que cuidarme mucho de mi familia, temo al rechazo, sobre todo al de mi padre, quien es muy apegado a la religión católica."

Tatiana cuenta con 39 años de edad. Casado y bombero de profesión, relata que después de seis años de matrimonio su esposa descubrió sus prendas y artículos femeninos. Sin más opción le reveló sus actividades travestis. La respuesta no fue la que él esperaba: "sabía de personas con esta afición, pero nunca creí que tú fueras así; no hay problema, puedes ir a tu grupo cuando quieras", le dijo la esposa.

Todos invierten en promedio 400 pesos mensuales en su arreglo personal. Vestidos de diversas telas, colores y texturas son imprescindibles; las zapatillas, medias, accesorios y estuches de maquillaje también. No hay contactos sexuales. Aquí viven y disfrutan el travestismo sin remordimientos, e intercambian experiencias que, aseguran, "enriquecen al grupo y a nosotros mismos como seres humanos".