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Alejandro Brito
¿Tiene sentido invertir más en atención
que en prevención?
Son dos urgencias diferentes. El crecimiento de los fondos
para atención médica tiene como motor la demanda de los servicios,
cuestión que se percibe como una obligación de los gobiernos,
mientras que la prevención es, fundamentalmente, una decisión
de voluntad política. Es muy difícil que un individuo, o
una sociedad, o un grupo, pelee con la misma intensidad la prevención
que la atención. La prevención, entonces, juega un papel
secundario. En resumen, es preferible darle a alguien atención médica
inmediata que planear lo que va a suceder dentro de 20 o 30 años,
porque lo inmediato es la prestación de servicios.
El caso del control de los bancos de sangre, decisión
que tomó el doctor Guillermo Soberón en 1986 cuando era secretario
de Salud, tuvo un efecto inmediato. Se calcula que gracias a esa intervención
temprana se evitaron alrededor de 6 mil casos directos de transmisión
sanguínea del VIH, y eso sin contar los casos indirectos de transmisión
sexual a las parejas de quienes hubieran adquirido el VIH por esa vía.
Por desgracia, esa voluntad política no siempre ha estado presente,
porque el rédito político es de mediano y largo plazos.
El gasto en prevención se ha estancado, ¿no
debería ir a la par del gasto en atención?
En prevención hay un crecimiento del gasto. De
casi 30 millones de dólares en 1995 a alrededor de 40 millones en
2002. Es un incremento de 10 millones sobre la base de 30, y no hay muchas
cosas que crezcan 33 por ciento en pocos años. Sí ha habido
crecimiento, ¿ha sido suficiente?, no, no ha sido suficiente.
La gran discusión es que sabiendo que es poco el
gasto preventivo disponible, ¿hacia dónde debemos dirigirlo?,
¿a prevenir a las mujeres?, ¿a hacer campañas en medios
masivos?, ¿a jóvenes?, ¿a grupos vulnerables?, ¿a
los pobres? ¿a niños de la calle? Es como si se tratara de
una cama matrimonial con una pequeña cobija de la que todos jalamos
para cubrirnos, y a todos nos parece injusto que no nos toque un pedazo
de cobija suficiente. Y esto porque hay un gran déficit del gasto
preventivo.
Pero no sólo se gasta poco, sino que también
se gasta mal.
La primera cosa es muy clara, se ha gastado poco. En
los bancos de sangre se gasta lo suficiente, en prevención de la
transmisión del virus de la madre al hijo se invierte relativamente
bien, pero en prevención de la transmisión sexual del VIH
se ha gastado poco y no siempre con los mejores resultados. Y al ser poco
el gasto para prevención, se convierte en un botín que todo
mundo se pelea; y si se distribuye entre todos, queda muy poco para cada
uno que no sirve de mucho.
Lo que tienes que garantizar antes que nada es que aquellas
personas que están en mayor posibilidad de adquirir el VIH, ya sea
por riesgo o por vulnerabilidad, sean las primeras atendidas, no solamente
por una necesidad de atención directa a la población más
vulnerable, sino también para proteger al resto de la población.
Por la historia de la epidemia en México todavía
hay una alta concentración de VIH en hombres que tiene sexo con
hombres (HSH), y esto no es un castigo divino; que yo sepa, Dios no se
pone a inventar enfermedades. Lo cierto es que si los hombres en general
tienen más parejas sexuales que las mujeres, y los hombres que tienen
sexo con hombres tienen más parejas sexuales que los hombres heterosexuales,
estadísticamente es comprensible que la epidemia se concentre en
los HSH. Pero si todos los hombres gays, los hombres que tienen sexo con
hombres, usaran condón, se rompería la cadena de transmisión,
con lo que no solamente dejaría de haber nuevos casos de VIH en
los hombres gays, sino también en los hombres que tienen sexo con
hombres lo mismo que con mujeres. Si no se infectan ellos, no infectan
a las mujeres, si las mujeres no se infectan, no tienen niños que
viven con VIH/sida. Es la misma secuencia.
Además de esa población, las trabajadoras
y los trabajadores del sexo comercial, y los usuarios de drogas inyectables
en algunos lugares del país es donde sigue concentrada la epidemia.
Si logramos contenerla en estos cuatro grupos, estaremos protegiendo no
sólo a esos grupos sino al resto de la población.
Este punto no lo han entendido los secretarios de Salud
de los estados, quienes afirman que su compromiso es con toda la población
y no sólo con un grupo o sector.
Hay un ejemplo muy usado para ilustrar esto: si se está
incendiando un edificio, ¿a dónde envías a los bomberos
si no es justamente adonde se está propagando el fuego? Enviar el
carro de bomberos a los edificios donde no ocurre el incendio es un contrasentido,
y lo peor de todo, es altamente discriminatorio. En la mente de algunos
tomadores de decisiones está claro que están dispuestos a
ser discriminadores.
Lo mejor sería instruir que en todos los edificios
haya extintores, y dirigir las mangueras de agua a donde está el
fuego.
Claro, es una combinación de cosas. No tienes
porqué dejar de dar educación para que todos sepan qué
hacer en un incendio, pero si no tienes dinero para realizar una campaña
masiva en los medios de comunicación, en las escuelas, etcétera,
lo primero que tienes que asegurar con los pocos recursos es que existan
cuerpos de bomberos para responder a una emergencia, y no esperar a que
funcione la educación dentro de muchos años, eso es lo que
yo creo que no se ha entendido.
No hay peor reto que la resistencia a escuchar, y esto
es importante, porque el gasto en salud, no sólo en sida, está
descentralizado. Las campañas preventivas y la prestación
de servicios directos dependen ahora de los gobernantes locales. Si nosotros
no convencemos a los que ahora van a tomar decisiones sobre el gasto descentralizado,
lo que va a pasar es que en lugar de responder a las necesidades locales,
se va a responder a los prejuicios locales. Los prejuicios de los gobernantes
pueden llevar a una mala distribución de los recursos. Estos funcionarios
con frecuencia no están capacitados para tomar decisiones en salud
pública y no escuchan los argumentos de la epidemiología,
de la economía, siendo que son relevantes para tomar decisiones
que brinden mayor bienestar a la población. Hay una fracción
del gasto para prevención que va a los estados. La decisión
está en los estados y en los municipios, por eso hay que convencerlos
de que ese dinero disponible debe ser focalizado en los grupos más
vulnerables.
¿Cuál es el gasto óptimo en prevención?
Hay muchas formas de acercarse a ese nivel óptimo.
Te voy a dar dos alternativas. Uno es tratar de hacer un paquete preventivo
con los servicios que se requieren para disminuir los casos de VIH/sida.
Con ello determinamos que hay que hacer un cálculo como de 4 o 5
dólares por habitante para brindar un paquete óptimo. Si
se hiciera masivamente podríamos bajar a una economía de
escala hasta 2 dólares, lo que quiere decir que necesitaríamos
200 millones de dólares invertidos en prevención y sólo
tenemos 40.
Otra forma de verlo es una receta general que se ha utilizado
en las Naciones Unidas, que al menos tanto gasto como exista en atención
debe existir en prevención. Si el año pasado se gastaron
165 millones de dólares en atención, esto diría que
se deben gastar 165 millones en prevención, lo cual nos da un déficit
como de 125 millones. Evidentemente esto es hipotético, conceptual,
pero muy ejemplificativo de la gran brecha que nos falta en gasto preventivo
y que es muy necesario, porque por más que invirtamos en atención,
si dejamos descontrolado el crecimiento de la epidemia más temprano
que tarde no va a alcanzar ningún presupuesto para atender a todas
las personas que lo necesiten.
El ejemplo es el IMSS, que en el caso de sida provee fundamentalmente
servicios de atención. Lo malo es que el Seguro Social luego se
queja de que 'se incrementan los casos', ¿y cuándo hicieron
un esfuerzo para que no se incrementaran? Y no lo hacen porque en su mente
sólo está presente el dar servicios médicos, y no
prevención. Eso es parte del déficit. |