LETRA S
Noviembre 6 de 2003
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Editorial

Es ya un lugar común afirmar que en México todo lo hacemos a medias, que proyecto emprendido a mitad del camino se queda. En el caso del VIH/sida, esto es muy cierto. En la respuesta a la epidemia nos hemos quedado a medias. Este año, se asegura oficialmente, se alcanzará a cubrir las necesidades de atención y tratamiento de ese padecimiento. La presión organizada de la demanda de medicamentos ha logrado que finalmente se apruebe el presupuesto suficiente para cubrirla. En contraste, el rezago y el déficit es lo que caracteriza a la prevención. La balanza de los recursos no está equilibrada. Se ha respondido a la urgencia, a lo inmediato, a las presiones, y se ha pospuesto para un futuro incierto la puesta en práctica de una respuesta integral.

A la falta de recursos para financiar las actividades preventivas la agravan la tozudez y los prejuicios de las autoridades sanitarias estatales que insisten en dirigir los extinguidores ahí donde no se está propagando el fuego para prevenir a poblaciones cuyo riesgo de infección, de acuerdo con los datos epidemiológicos, es lejano. Y en cambio, por una homofobia mal disimulada, abandonan a quienes tienen las mayores probabilidades de infectarse: la población masculina con prácticas homosexuales. ¿Por qué cuesta tanto trabajo entender lo que resulta lógico y hasta obvio? Focalizar los recursos ahí donde resultan más eficaces no es sólo una recomendación internacional sino del sentido común. Si para lograr una mayor eficacia los programas de combate a la pobreza en nuestro país están focalizados, ¿por qué no trasladar también ese enfoque al terreno de la prevención del VIH?

En esta nueva coyuntura, una vez alcanzada la anhelada meta de cobertura total de la demanda de tratamientos, es preciso activar la movilización para la prevención. Los activistas de la prevención deben ser ahora los protagonistas centrales en este combate.