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México D.F. Jueves 6 de noviembre de 2003
Adolfo Sánchez Rebolledo
La izquierda necesaria
La viciada designación de los consejeros del IFE es la mejor demostración de lo que significan para los dos grandes partidos los "acuerdos": nada que ver con la transparencia y la credibilidad de las instituciones, es decir, con la gobernabilidad democrática que se ufana en defender el Partido Acción Nacional. El PRI quería poner en su sitio al IFE, es decir, convertirlo en una institución manipulable, a modo con sus pretensiones de revancha, sin importarle las consecuencias, como si nada hubiera cambiado en este país. Y, en primera instancia, se salió con la suya.
Por eso, la lección más importante que nos deja este lamentable episodio es que el PRI continúa siendo el partido hegemónico, pues aunque el PAN dice que gobierna, en verdad es el tricolor el que -no obstante sus fracturas internas- impone el ritmo al grupo en el poder, más aún cuando se trata de proseguir las reformas estructurales que dejaron pendientes Zedillo y sus precursores. Es obvio que tras el nombramiento del Consejo General se proyecta la sombra del 2006.
En esas circunstancias, la pregunta que sigue es si la izquierda será capaz o no de poner en pie una opción lo suficientemente amplia y fuerte para impedir que el país se hunda en el pantano de la regresión bipartidista, fortaleciendo el pluralismo y las instituciones de la democracia. Es evidente que hoy no se puede responder positivamente a dicha interrogante.
El Partido de la Revolución Democrática, que tendría la obligación de ser el eje de una gran alianza ciudadana, en vez de proyectar su fuerza potencial a la sociedad continúa mirando hacia sus propios problemas internos, dependiente menos de su trabajo político que del prestigio de sus máximos dirigentes, que son los que literalmente lo arrastran a la victoria o la derrota, y parece obstinado en avanzar en solitario con sus contingentes, sin transformarse en un polo de atracción para nuevas fuerzas ciudadanas. Aunque su presencia es muy importante en algunas regiones, es evidente que le falta arraigo nacional, labor de organización y flexibilidad para convertirse en la opción confiable de millones de mexicanos.
Para dar un salto de calidad y ganar las elecciones presidenciales, el PRD necesitará convencer a las clases medias democráticas, a los urbanos pero también a los más pobres en el campo, cuyos votos siguen escapando al PRI, a los productores agrícolas y a los trabajadores, a los intelectuales y a los ciudadanos desilusionados del foxismo que hoy nutren las filas del abstencionismo o se afilian al apartidismo bajo falsas banderas libertarias, pero también a los amplios sectores priístas que ya no aceptan el curso de acción impuesto por los círculos de poder que lo gobiernan.
Es obvio que para convencer la izquierda democrática en México requerirá de mucho más que buenas campañas mediáticas. Es importante pensar en la izquierda posible, siempre y cuando no se olvide reflexionar sobre la izquierda necesaria, es decir, la que se propone atender la modernización de la sociedad y sus instituciones sin abandonar la perspectiva social, el compromiso con la igualdad y la libertad.
El gran problema para la izquierda no estriba en "adaptarse" a la coyuntura (acomodarse, dice Perry Anderson) y a las necesidades del mercado, como en nombre de cierto progresismo piden algunos, sino en construir un conjunto de políticas que hagan viable una reforma social en favor de la mayoría vulnerable ante la irracionalidad del capitalismo, sin por ello volver atrás al corporativismo, al aislamiento nacional o, peor, a la prédica del socialismo estatal. La izquierda está obligada a poner los cimientos de una nueva ética social, ser el sustento firme de la prometida renovación democrática de la vida pública (que el panismo ni siquiera ha intentado), la cual es imposible sin cancelar la desigualdad y la polarización de la sociedad mexicana, tema que suelen olvidar los postulantes de la democracia liberal y el Consenso de Washington que, en rigor, hace mucho probó su inviabilidad.
Decir que hoy no existe una alternativa (con mayúsculas y exclusiva) al capitalismo no significa que por definición sea imposible construir un camino diferente al que nos imponen hoy la lógica del mercado y la defensa política y militar del imperio. La izquierda mexicana no puede renunciar a la crítica a la globalización realmente existente ni conformarse con que el país abdique de la defensa de sus intereses en aras de un orden mundial que es esencialmente injusto y peligroso para la convivencia humana.
El país necesita de un amplio esfuerzo de convergencia que permita desplegar una verdadera opción de izquierda a la alianza bipartidista que se gesta en los hechos, más allá de los discursos y las apariencias. Es la hora de las definiciones.
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