México D.F. Martes 4 de noviembre de 2003
Luis Hernández Navarro
Zapatismo como anticipación
Cancún y Bolivia. Dos lugares claves, en los que
se sintetizan los caminos recorridos por la lucha social contra el neoliberalismo.
En el balneario mexicano se descarriló, este septiembre, la reunión
de la Organización Mundial del Comercio. En el país latinoamericano
un levantamiento indígena tumbó, este octubre, un gobierno
de empresarios que pretendía malbaratar los recursos naturales.
Cancún es un punto crítico en las movilizaciones
contra la globalización neoliberal inauguradas por las protestas
de Seattle en noviembre de 1999. Durante casi cuatro años se han
sucedido ininterrumpidamente en los países del norte acciones masivas
contra la pretensión de escribir, desde arriba, una constitución
del mundo al servicio de las grandes empresas trasnacionales.
Bolivia es un eslabón más en la movilización
popular que, desde hace 10 años, ha derrumbado presidentes corruptos
y elitistas en Brasil, Perú, Paraguay, Ecuador, Venezuela y Brasil.
De una resistencia protagonizada destacadamente por los pueblos indios
y en los grupos de base autorganizados de la región.
Cancún y Bolivia son momentos de un ciclo de luchas
que, en buena parte, fue inaugurado por el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN). Muchas de las características
de la resistencia social al neoliberalismo presentes en estos dos puntos
de la geografía universal fueron anunciados por el levantamiento
de los indígenas mexicanos y sus distintas iniciativas políticas,
desde la realización de los Encuentros por la Humanidad y contra
el Neoliberalismo en 1996, hasta la Marcha del Color de la Tierra en 2001
y la fundación de los Caracoles en 2003. En el zapatismo
están presentes muchas de las claves que explican tanto la batalla
de Cancún como la revolución boliviana. Es decir, esta corriente
anticipa los modos en los que los nuevos movimientos sociales se han desarrollado
en el marco de la cuarta guerra mundial.
Cuando hace casi 10 años los rebeldes mexicanos
se alzaron en armas, diversos analistas señalaron que se trataba
de una lucha anacrónica. Hubo quienes los vieron como una expresión
tardía del ciclo de luchas armadas en Centroamérica, o como
un latigazo dinosáurico de un grupo de intelectuales que no se había
enterado del "fin de la Historia".
Una década después ha quedado claro que
el levantamiento fue la primera rebelión del siglo xxi. Y lo fue,
no sólo por haber utilizado herramientas como la Internet para transmitir
su mensaje y romper los cercos militares con la presión de la sociedad
civil internacional, sino porque marcó, de entrada, un punto de
inflexión en la renovación de la izquierda mundial, un dique
al corrimiento socialdemócrata de sus sectores radicales, una puesta
al día de sus anhelos emancipatorios temporalmente adormecidos.
El zapatismo iluminó al mundo con el surgimiento
de un nuevo sujeto político en América Latina: los pueblos
indios. No es que la lucha indígena no existiera antes en el continente.
Al igual que sucedió en México, la causa de los pueblos originarios
era una realidad antes del alzamiento en Ecuador, Bolivia, Perú,
Guatemala, Chile, Nicaragua y Colombia. Pero el zapatismo le dio una visibilidad
que no había tenido antes, mostró su potencialidad transformadora
y se convirtió en su frontera. El rencor social acumulado en las
etnias tras décadas de exclusión y opresión encontró
en el EZLN una salida incluyente y no segregadora que no está presente
en otros movimientos etnopolíticos.
Simultáneamente, también en Sudamérica
los rebeldes mexicanos anticiparon el nivel de agotamiento de la clase
política tradicional y los límites de la acción institucional.
El clamor argentino de "que se vayan todos", estaba de muchas maneras anunciado
en el "¡Ya basta!" de enero de 1994. Desde entonces, país
por país, las elites locales se han ido colapsando y desmoronando
una a una.
El lenguaje de los zapatistas caló hondo en un
sector de la juventud europea y estadunidense. Su convocatoria tuvo efecto
no porque estos jóvenes "tuvieran todo" e hicieran del ejemplo del
sureste mexicano la forma de jugar a la moda de la revolución fuera
de su país, sino porque veían en él la vía
para enfrentar lo que vivían en carne propia: precarización
del trabajo, desempleo, desterritorialización, individulización,
pérdida del sentido de la vida, racismo y exclusión. Sus
países se han convertido en modernas Babel pobladas de migrantes
que trabajan sin redes de protección social.
Muchos de los muchachos de países desarrollados
que viajaron a Chiapas durante estos últimos 10 años para
vivir en comunidades en rebeldía, a los que distintos personajes
de la izquierda tradicional llamaban con desprecio "aretudos", se convirtieron
con el paso del tiempo en artífices claves de la red de redes que
integra la constelación altermundista. El ejemplo zapatista, con
muchos nombres, germinó en una diversidad de movimientos y expresiones
contraculturales en lugares como Italia, Grecia o Barcelona.
Muy lejos de ser un resabio del pasado, el zapatismo ha
resultado ser, como muestran los casos de Cancún y Bolivia, un laboratorio
social que anticipa el rumbo y la naturaleza de la resistencia contra la
globalización neoliberal. Es, en el mejor sentido de la palabra,
una fuerza insurgente: sembró valores que han comenzado a germinar
en infinidad de movimientos sociales durante esta década.
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