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México D.F. Domingo 2 de noviembre de 2003
Decenas de personas se dieron cita ayer ante
su altar, en el barrio de Tepito
En aumento, la adoración a la Santísima
Muerte
Lo mismo le piden aliviar a un ser querido, retener
a la pareja o que nunca falte el dinero
JAIME WHALEY
Apenas en su segundo año de abierta exposición
al público, la Santísima Muerte, imagen no reconocida por
el santoral de la Iglesia católica, atrajo a un buen número
de devotos ante su altar en Tepito.
Como
suele ocurrir mensualmente, cada día primero, la feligresía
se amontonó en torno a la vitrina instalada en la banqueta de la
calle de Alfarería, en la colonia Morelos, pero al empezar el sábado,
en el empate de las manecillas del reloj a las 12, esos seguidores se hallaron
buenamente multiplicados por gente venida de otros lares para el rezo del
rosario que condujo, con previo pedimento de permiso a Dios, Jurek Páramo,
quien no tiene investidura eclesiástica alguna sino que es simplemente
un cirujano dentista que un día llegó hasta el altar en donde
se posa la llamada Niña Blanca, de cadavérico aspecto
con su guadaña y su albea vestimenta, que conservará por
todo el mes de noviembre, y se convirtió en su creyente.
Fieles con todo tipo de imágenes y figuras de la
Santísima Muerte se apretujaron en la arteria, apenas a unos metros
de la tristemente célebre vecindad de la Casa Blanca, la del libro
Los hijos de Sánchez, retrato sociológico descrito
hace ya un buen de años por Oscar Lewis, en lo que devino festejo
vecinal que se extendió hasta las primeras horas de la fría
madrugada, debido a la generosidad de los asistentes, que hicieron circular
fraternal y gratuitamente platos de arroz con mole, fruta, tamales y atole
Lo mismo la gente llevaba figuras con casco de centuriores que sobresalía
otra, de tamaño natural, hecha con papel, y una más, del
vasto catálogo, hasta se le encendió su churrito de
mota en lugar del acostumbrado purito enrollado a mano que las más
de las figuras suelen tener.
Quetita
Maledicencias en la voz del pueblo intentan acotar la
popularidad de la Santísima Muerte, le atribuyen ser la patrona
de ladrones, narcos, prostitutas, contrabandistas, en fin, de esa
grey que opera dentro de las ilicitudes, pero la santa es cada vez más
venerada por gente que tiene forma de vida honesta, como se demuestra por
el número de familias completas que asisten a sus rezos. Su estampita
es difícil de conseguir, no en todas las tiendas de artículos
religiosos la expenden.
''Tengo 57 años de edad y soy devota desde hace
42 años'', explica Enriqueta Romero, rodeada de curiosos, la fuerza
motora del fenómeno que anteayer atrajo a prensa escrita y radiofónica,
tanto nacional como extranjera, así como a estudiosos sociales extranjeros,
al igual que danzantes prehispánicos y grupos de mariachis.
''Me hizo un gran favor'', continua su relato Quetita,
como le llaman quienes la conocen, ''yo pensé que nunca más
habría de ver a mi hijo por una situación muy especial, pero
a la fecha lo tengo''.
El culto público empezó a darse hace un
par de años cuando Quetita decidió sacar de su estrecho
departamento, en el edificio 12 de Alfareria, uno reconstruido tras los
sismos de 1985, a la mayor de las imágnes que tenía de la
Santísima Muerte y colocarla en la banqueta, en donde, tan pronto
se supo que ahí estaría, los vecinos pasaron la charola y
antes de ya le construyeron su capilla, que a diario luce ornamentada con
flores y veladoras que la comunidad, fervorosamente, le coloca tras ser
tocados por algunos de los favores recibidos, como el alivio de un ser
querido o la cancelación de la amenaza del rompimiento del vínculo
familiar, como lo acepta Elizabeth Garduño, joven ama de casa que
llegó desde Ecatepec, acompañada de su marido, chofer de
una pipa de gas, con su estilizada figura de la santa y una canasta con
algunas otras figuras de distintos colores, adquiridas en el mercado Sonora,
pues la conseja popular dicta que esa diferencia ayudará a determinadas
situaciones y así, por ejemplo, el rojo es para conservar a la pareja,
mientras que el dorado es para que nunca falte dinero. Jamás la
santa deberá de llevar un atuendo negro, es como negarla, dicen,
y entonces se revierte en contra de uno.
El loco
En
tanto se efectuaba el rito de la adoración de la santa, quienes
estaban cerca de la esquina con la cuarta calle de Panaderos fueron distraídos
de su concentración: un hombre de negra y alborotada pelambrera
se azotaba contra una cortina metálica, balbuceando incoherencias.
''Ya se soltó el loco'', advirtió una voz femenina, lo que
trastocó la atención que David, Carlos y Julio César,
ponían en su partida de poliana, un juego de mesa, especie de parkasé,
muy jugado en los reclusorios, por lo que no hubo más remedio que
irlo a poner quieto; el trío dejó la improvisada mesa -dos
rines sobrepuestos- atrapó al loco, que minutos antes se había
echado directo, así, de un trago, casi un cuarto de litro
de mezcal, y entre quejidos y muy entendibles resistencias lograron maniatarlo
y ya con cinta canela lo querían fijar a un poste, ''qué
quiere, así es el barrio, jefe'', dijo Julio César a manera
de disculpa y se sentó de nuevo a darle a los dados, ''ya se le
bajará el pedo''.
El altar es el primero de esa magnitud que se instala
en el Distrito Federal, aseguró Alfonso Hernández, estudioso
de este y más fenómenos que ocurren en Tepito, y agregó
que en la calle Bravo, unas cuadras más al oriente, se piensa dedicarle
todo un inmueble. y explicó que en estas festividades se vive una
especie de tregua en la agitada cotidianidad del rumbo.
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