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México D.F. Domingo 2 de noviembre de 2003
Bárbara Jacobs
šOh, botella!
Tal vez mis limitaciones personales son las responsables de que sostenga que la sociedad es una boca voraz que pide más de lo que da y que, si un escritor quiere formarse (y la formación, recuérdese, termina el día en que uno muere), debe darle la espalda con la mayor frecuencia posible.
Hay que forzarse al aislamiento que requiere la lectura que pide concentración. La vida está muy bien; la vida de relación ni se diga; pero llega un momento en que o vives o lees. Bueno, estas consideraciones resultan planas cuando uno se topa con un libro que se le impone, y estos libros suelen ser los llamados clásicos, esos a los que tanto miedo les tenemos y que, cuando por fin los lees, te das de topes contra la pared por haberte tardado tanto en leerlos.
Cada vez es menos posible, querido Mallarmé, leer todos los libros; pero la intuición no falla cuando de seleccionar tus lecturas se trata. La cosa es que este fin de semana leí Gargantúa y Pantagruel y, Ƒhay que decirlo?, me divertí enormemente. Es una locura desatada escrita en Francia en el siglo XVI, con lo cual Rabelais se convierte en el papá de todos los locos que han seguido el camino de la desatadura y que son, entre tantos otros, Cervantes y Quevedo, o que van desde Swift hasta Cortázar, desde Sterne hasta Melville, desde Lewis Carroll hasta Joyce; en fin.
Se trata de cinco libros en uno; de que Rabelais hubiera tenido la licencia y complacencia de un rey hasta que debió exiliarse por la puritanez de otro. La cosa es que Gargantúa, que es el primer libro, es la libertad en pleno, la desvergüenza y hasta cierto punto la búsqueda de tema después del hallazgo del tema. De modo que tiene a un hijo, que es Pantagruel, al que manda a conocer el mundo, es decir, sí, a vivir. Y en estos encuentros y búsquedas Rabelais toma cada vez más el mando de su fantasía inicial y critica y comenta el tiempo en el que vivió, con sus ideas buenas y sus estupideces, sin dejar de decirlo con todas sus letras, mismas que harían sonrojar a los pudorosos y sobre todo a los hipócritas, si los hubiera en nuestra sociedad.
De partir con seudónimo, o ser un narrador anónimo, Rabelais pasa a firmar con su nombre y añadir su profesión de doctor en medicina, casi como si con el dato pretendiera dar más autoridad a su imaginación, imaginación que, por cierto, liga con una cultura amplísima y, por fortuna, con la gracia del loco al que poco le importa la boca abierta de la sociedad para hacer y decir absolutamente cuanto quiere. Pasa a ser un narrador partícipe de los hechos, o sea que se adentra en la cueva que él mismo ha creado y se maravilla él mismo de lo que ve, de las posibilidades de sus ocurrencias.
ƑQué destacar? Que a pesar de la procacidad del lenguaje y de lo que éste expresa y representa, no es un libro vulgar. ƑPor qué? ƑPor la gracia? ƑPor qué es la gracia la que rige el largo cuento y no el deseo frustrado; no la provocación del deseo, sino de lo que Rabelais sostiene, que "lo propio del hombre es reír"? Un pasaje en el que dos personajes sostienen, ante Pantagruel y el resto de su equipo, una discusión filosófica mediante diversos trucos con los dedos y las manos y sin cruzar, en un solo momento, ninguna palabra. Frases médicas como ésta: "La virtud retentiva del nervio que estira el músculo esfínter se había disuelto por la vehemencia del miedo". Palabras como: desincornifistibulado, esperruquancluzelubeltizerireluzado, o morrambusevezenguzequioquemorguatasacbacquevezinemamfresado, entre otras un poco más propensas a provocar erratas, razón por la que me abstengo, no sin lamentarlo, de incluirlas.
Lo que quiero decir es que me dio tanto gusto leer un libro tan entretenido, culto y divertido como éste, que quería gritar mi orgullo por la calle y brincar como si la lectura me hubiera infundido energía, libertad, ilusiones y hasta expectativas. ƑCómo habría podido dedicar las horas que me pidió Rabelais para leer su libro si hubiera tenido que asistir a la entrega de una condecoración, por ejemplo, y desvelarme en ésas y amanecer inútil?
Gargantúa y Pantagruel sí combina con la vida; Ƒcómo no iba a hacerlo si la meta de la historia es el encuentro con la diosa del vino, y no hay página en la que no se hable de los mejores vinos imaginables: así que no me malentiendan. Yo disfruto del vino, de la llamada buena música (ahora mismo escucho a Rubinstein interpretando los Nocturnos, de Chopin), y por supuesto, de las buenas conversaciones, de una buena caminata. De la vida lo que no soporto es lo que me hace sentir que estoy perdiendo el tiempo, como puede ser en una reunión en la que algún acaparador grita; o una película que carezca de genio; o un libro que sea desechable, es decir, excluible; un libro residuo y no, como Rabelais anuncia en el prólogo de cada uno de los que componen su obra, quintaesencial. ƑMe siguen? Pues sea como fuere, esto es lo que tenía que decir.
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