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México D.F. Domingo 2 de noviembre de 2003

Angeles González Gamio

En la... muerte

Es el tema central de la revista A pie. Crónicas de la ciudad de México, de este trimestre, que publican el Consejo de la Crónica, la Secretaría de Cultura del Gobierno del DF y el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM.

Coordinado por el homenajeado arqueólogo Eduardo Matos, quien se ha especializado en la materia, el trabajo muestra distintos aspectos que ejercen fascinación y temor. En "La muerte en tres tiempos", Matos habla de cómo se manifestaba el culto en el mundo prehispánico, durante el virreinato y en el México republicano. El ensayo se complementa con una simpática crónica que nos ilustra sobre lo que cuesta morirse.

Nos recuerda, con don Antonio García Cubas, el afamado cronista decimonónico, que en el Zócalo se vendían tumbitas de tejamanil, esqueletos de barro, muertitos yacentes que representaban monjas o curas y no faltaban entierros con trinitarios con cabeza de garbanzo en procesión, sobre unas piezas de tejamanil que al estirarlas daban vida al conjunto. Maravillosamente, muchas de estas figuras se siguen produciendo y se encuentran en los mercados, aunque en muchas de ellas el plástico ha sustituido los materiales tradicionales.

Nuestros queridos colegas de estas páginas, Marco Buenrostro y Cristina Barros, platican en una crónica, sabrosa en todos los sentidos, sobre la gastronomía de los días de muertos en la capital. Explican que aquí se encuentran manifestaciones de muchos estados de la República, ya que casi desde su fundación ha sido un punto de encuentro de culturas. Sus detalladas descripciones de las ofrendas nos abren el apetito: la de los muertos chiquitos, que se coloca el día 31 de octubre, con su vasito de leche, dulces, juguetitos, atole en jarritos pequeños, tamales de dulce muy delgaditos, especiales para ellos, y la de los muertos grandes, que se instala a las 7 de la noche del primero de noviembre, con sus tamales de chile, pan, frutas, mole, pollo, arroz, un chiquihuite con tortillas recién hechas, necuatole, conservas y, según el gusto de los difuntos, cerveza, refresco, pulque o, por qué no, un tequilita.

Pero no todo es tan dulce; el escalofriante asunto de la Santa Muerte es abordado por Alejandro Suberza, y los médicos Guilherme Borges y Liliana Mondragón dan cifras impactantes del suicidio en la ciudad.

El pasado y el presente se encuentran en las crónicas de Clementina Díaz y de Ovando sobre el panteón de Santa Paula, que estuvo por los rumbos de Santa María la Redonda y fue el mejor de la capital; la del panteón de Dolores, de Ethel Herrera, con su Rotonda de Personas Ilustres, y la del arte funerario que adorna los panteones, de Margarita Domínguez, entre otros.

Este número de A pie ofrece tres ensayos excepcionales: Carlos Monsiváis nos hace una "Profecía a la entrada del sorteo de las ruinas... de la ciudad latinoamericana del siglo XXI". Jaime Labastida escribe sobre la estancia de Humboldt en la capital, a los 200 años de su llegada, y Fernando Serrano Migallón nos sorprende en "Vivir al este del Edén. La ciudad de México como personaje literario". ƑSabía usted que Zolá, Wilde, Verne, Twain, Stendhal, Dickens, Chesterton y Balzac, entre otros de esa talla, escribieron sobre la ciudad de México? Aquí se va a enterar.

A partir de este número se incluye el encarte "La voz de los cronistas", en la que los cronistas de las delegaciones, barrios y pueblos nos platican de los tesoros patrimoniales, tradiciones y leyendas que guardan y que tan poco conocemos.

Otro encanto de la revista es la imagen gráfica; excelentes fotografías la ilustran, brindando colorida vida a los textos. La de la portada, del excelente fotógrafo Francisco Mata, que nos muestra a una calaca con guadaña saliendo tan campante de la estación Zócalo del Metro, con Palacio Nacional de fondo, es extraordinaria y pinta muy bien a los capitalinos. A pie se encuentra en Sanborns y las librerías Gandhi, Fondo de Cultura Económica, Parnaso, Polanco y Madero.

Para el piscolabis de rigor nada mejor que la hostería de Santo Domingo, situada en Belisario Domínguez 72, a unos pasos de la bella plaza del mismo nombre. Con la atención personal de don Salvador Orozco, además de sus tradicionales chiles en nogada que siempre tiene, los domingos prepara su exquisito mole con receta de la casa y ofrece carnitas y barbacoa. Hay la posibilidad de pedir la mitad de un chile, por si quiere degustar antes sus quesadillas surtidas en maíz azul o su famosa enfrijolada, que es una sopa sabrosísima. Es importante dejar lugar para el postre, pues puede elegir entre š33 distintos! Mis favoritos: huevo real, pelo de ángel, chongos y flan de queso.

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