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México D.F. Jueves 23 de octubre de 2003
Adolfo Sánchez Rebolledo
Despedida en el IFE
Los consejeros del Instituto Federal Electoral (IFE), encabezados por José Woldenberg, se despidieron tras siete años de dirigir con éxito a "la institución que contribuyó a hacer de la democracia una realidad irrevocable en México", según sus propias palabras.
El documento leído en la sesión extraordinaria por el consejero presidente, suscrito por todos los consejeros sin excepción, fue una reflexión sintética sobre el papel del IFE en la transición, subrayando los capítulos que lo definen y que no podría abandonar sin desnaturalizarse: "En las decisiones del IFE -leyó Woldenberg- sólo han influido las razones de los miembros de su Consejo General y de nadie más. Allí está la virtud de nuestro trabajo. Si las decisiones fueron correctas los responsables hemos sido nosotros, y también somos los responsables en caso de error. Ni los logros ni las fallas son transferibles. Aquí hemos ejercido la autonomía sin cortapisas y con plena responsabilidad". Más adelante, reiteró el leitmotiv de su gestión: "El acatamiento de la ley es una obligación institucional que en el IFE se cumplió cabal y puntualmente, sin una sola excepción. Allí descansa buena parte de la fortaleza institucional del Instituto". Y la regla de oro para entender lo que ha ocurrido: "Sin lugar a dudas, los grandes actores del cambio democrático fueron los ciudadanos. Su compromiso, su plena disposición a colaborar con las tareas electorales, su masiva participación en las elecciones, su madurez política y la apuesta por la vía pacífica para dirimir las controversias políticas son, sin duda, los asideros que permitieron dar vida a la nueva realidad que vivimos hoy en día". Y al final: "Las elecciones limpias y libres han llegado para quedarse. El sufragio efectivo ya es de todos los mexicanos".
Si bien es verdad, como señalan los consejeros, que "ni la ley ni el IFE inventaron la democracia", es obvio que la reforma de 1996 y el esfuerzo concreto y cotidiano de la autoridad electoral permitieron dar los pasos que aún faltaban en el terreno de la credibilidad, que era el talón de Aquiles en la tarea de potenciar las energías del creciente pluralismo partidista. En virtud de ese trabajo, atrás quedaron los conflictos "pre" o "post" electorales sin solución, los cuales envilecían la competencia, reduciéndola a la permanente simulación, pues el poder se distribuía sin contar con los partidos (de la oposición) ni la ciudadanía. Y aunque ahora hay otros problemas, nuevos desafíos que los legisladores y la autoridad electoral han de atender con prontitud y eficacia -pero también con un poco de imaginación, que no hace daño a la hora de crear leyes-, el balance del IFE es claramente positivo y nadie que tenga un dedo de frente sería capaz de negarlo.
El IFE se convirtió, gracias a una labor sin interrupción, en una institución que es modelo por el profesionalismo de sus funcionarios y la calidad de sus normas. Hay quienes critican -a veces sin saber de qué hablan- el "costo de la democracia", sin darse cuenta de que gracias al IFE hoy tenemos (junto a los logros democráticos) un registro federal de electores que expide millones de credenciales con fotografía y, tal vez lo más importante, elecciones rigurosamente organizadas y vigiladas por un ejército de ciudadanos que son capacitados por la institución para verificar que nadie tuerza el voto, es decir: la voluntad popular. Y eso, señores, no es de oquis.
Ciertamente, en el futuro próximo, habrá que ajustar el financiamiento a los partidos, acortar la duración de las campañas y emprender un vasto esfuerzo para imponer la austeridad republicana en la competencia electoral, mejorando al mismo tiempo los instrumentos legales con que cuenta la autoridad para fiscalizar los gastos. Pero ése es tema de la agenda, no una realidad.
Tengo la convicción de que la consolidación del IFE como pilar de la democracia en México se debe, en gran medida, al estilo de Woldenberg: a su inteligencia y disposición para trabajar colegiadamente, así como a su compromiso personal de comportarse siempre, bajo cualquier circunstancia, como árbitro discreto, es decir, como un funcionario responsable, desinteresado e imparcial, alejado voluntariamente de los personalismos protagónicos que al final sólo sirven para inclinar la vara a favor de alguno de los actores en la escena. Sin embargo, a últimas fechas hay quienes parecen interesados en mermar el prestigio de la institución y de quien la encabeza. Por eso, el reconocimiento unánime de los partidos al Consejo saliente y al propio Woldenberg en verdad fue un hecho extraordinario en estos días de tantas mezquindades. Juan Guerra, del PRD, se refirió al IFE como "la institución más prestigiada en esta época de transición a la democracia" y aceptó que en otros tiempos "hubiera sido inconcebible pensar que se podía sancionar a partidos que ganan la Presidencia de la República". Por su parte, Fidel Herrera guardó en la bolsa recientes impugnaciones y dijo: "El IFE ha triunfado, ha triunfado la democracia"; también elogió al Consejo y "al maestro José Woldenberg Karakowsky por su trabajo mesurado y siempre dispuesto para encontrar soluciones ajustadas a la ley, a mantener puentes de comunicación, aun en las condiciones más difíciles, con todas las fuerzas políticas y, desde luego, con el Partido Revolucionario Institucional". El PAN, por boca de su representante Rogelio Carvajal, puntualizó: "el Instituto Federal Electoral y todos sus integrantes han sido baluarte insustituible de la transición de este país. No les escatimamos nada, absolutamente nada".
Esperemos que estas coincidencias en la significación del IFE preparen el terreno para la designación de los nuevos consejeros, de modo que el resultado sea la integración de un Consejo General a la vez independiente, profesional y en el que prevalezca un mínimo de sentido común político (que la academia no da) para navegar decentemente entre tantos tiburones. Por lo pronto se ha cerrado un capítulo en esta historia. Así sea.
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