México D.F. Sábado 18 de octubre de 2003
El maestro alemán estrena en México
su versión de Emilia Galotti, en el Cervantino
Thalheimer propone una catarsis contra el vacío
del individuo
''Hemos perdido valores morales como el amor y la utopía''
Vivimos en una sociedad de la diversión que nos deja un anhelo
por lo superior, dice El teatro ofrece una metáfora de la vida
PABLO ESPINOSA
Junto con Frank Castorf y Christoph Marthaler, el maestro
Mi-chael Thalheimer integra la tríada estelar del teatro alemán
contemporáneo. El 9 de mayo documentamos en este espacio el diluvio
emocional de la versión de Thalheimer al clásico de Lessing,
Emilia Galotti, que constituyó uno de los acontecimientos
más relevantes de la muestra de teatro en lengua alemana de este
año en Berlín y que hoy se estrena en México como
parte del Festival Internacional Cervantino (FIC).
A su llegada a México, el maestro Thalheimer otorga
la primicia a La Jornada.
-En su versión de Emilia Galotti no desdeña
usted el conflicto social. Aun así quisiera saber su punto de vista
a propósito del aburguesamiento del arte del teatro que, de acuerdo
con Frank Castorf, se refugia en los dramas familiares.
-Como lo mencionas, es cierto que fue mi intención
que tanto la crítica social como del individuo estuvieran presentes
en la obra. Le doy la razón a Castorf en el sentido de que el teatro
capitalista peligrosamente busca reflejarse a sí mismo nada más
y no ocuparse de otra cosa, y al hacerlo se olvida del espectador, del
público, que tiene diferentes intereses, procedencias. El arte en
general no se está ocupando del público. Sin embargo, no
se debería olvidar que cuando uno se ocupa del individuo forzosamente
se ve confrontado con la realidad, porque la definición, la concepción
que el individuo tiene de sí mismo depende de la sociedad en que
vive, conforma su identidad.
Predilección por el cine francés
''Por
eso -prosigue Thalheimer- me parece importante abogar por el individuo,
por los conflictos entre los individuos en el teatro, porque me parece
que siempre y cuando se trate de un buen montaje, estos problemas individuales,
estas tragedias individuales van a adquirir un carácter universal
y también se van a ver imbuidos de un carácter político
pero de manera indirecta. Es por eso que me gusta tanto el cine francés,
porque muestra un carácter político muy marcado sin serlo,
a diferencia del cine alemán o el teatro de Castorf.''
-¿Eligió a Lessing para contrastar o para
incidir sobre el individuo, la familia y la sociedad alemana?
-No era ese mi interés. Se trata de la primera
parte de una trilogía que versa sobre obras de duelo o de luto burguesas.
La primera fue Emilia Galotti; la segunda Cábala y amor,
de Schiller, que presenté en el teatro Thalia de Hamburgo, y la
tercera, Libelei, de Arthur Schnitzler (La Jornada, 25/05/03).
Estas tres obras tienen en común que un personaje femenino es su
figura principal y tienen paralelismos y similitudes que me permiten hablar
de una trilogía, a pesar de sus obvias diferencias.
En estas obras me interesa abordar los problemas del individuo
y de la sociedad donde proceden, porque me parece que los sistemas de valores
sociales se están desintegrando. Hemos perdido la creencia en la
religión, en la familia, en el Estado, y esto ha acarreado una pérdida
de valores morales como el amor y la utopía que nos ha dejado al
individuo solo en el centro, y el único valor que existe en la realidad
es la autorrealización, que es impulsada tanto por la propia familia
y los propios medios: lo único que vale es el yo y la autorrealización
individual. Porque vivimos en la sociedad de la diversión, del esparcimiento,
donde lo único que vale es divertirse de manera cada vez más
intensa, y sin embargo esto al final nos ha dejado con un anhelo por lo
superior, por un ente que esté más allá de nosotros
y que le otorgue un sentido a la vida.
''Arrojamos por la borda tantos valores morales que hemos
creado en el individuo un vacío que tratamos de llenar en un proceso
muy doloroso. Ese es el tema de mi teatro. Me parece que igual que los
otros valores se desintegraron, también el individuo se está
desintegrando, se está destruyendo en sus partes constitutivas.
Presentarle al individuo el estado actual de la sociedad puede representarle
un rechazo o bien un reconocimiento, donde el espectador puede reaccionar
diciendo: así es la sociedad en la que vivo, o bien así es
la vida, o bien así es pero quiero otra cosa, quiero cambiar. Eso
sería para mí la catarsis en teatro. Que la experiencia teatral
le provoque al individuo nuevos proyectos.
Los actores, centro del montaje
-Entre sus elementos de estilo, cierto minimalismo en
la cantilación de los diálogos y en la utilización
de loops de música, su crítica al mundo de la moda
y el consumo, ¿ubica en el centro el trabajo con la energía
del actor?
-Es cierto que utilizo todos estos medios que mencionas,
pero para mí lo más importante es la energía de los
actores, de lo contrario se trataría de un teatro sin vida. El trabajo
en el contenido de mis obras lo hago junto con los actores. Afortunadamente
ha habido continuidad con algunos actores en Hamburgo y en Berlín,
y esto nos permite, ya que nos conocemos con más profundidad, preguntarnos
no cómo vamos a montar una obra sino por qué, y nos lanzamos
a un viaje compartido con muchos descubrimientos. Representan mis trabajos
no sólo en el sentido de actuar sino de apoyar, demostrar, decir.
''Mi concepto de la reducción en teatro para ellos
es más difícil que trabajar en un montaje lleno de recursos,
porque tienen que lidiar con emociones muy reprimidas, sin grandes exabruptos.
Esto lo logro también separando el cuerpo y el lenguaje, por dos
razones: porque muchas veces cuando acontece en el transcurso de uno de
mis montajes un exabrupto emocional, en ese desgarramiento interno deja
de existir el lenguaje, ahí se separan automáticamente cuerpo
y lenguaje porque ya no están expresando lo mismo.
''En tanto que uno está exaltado el otro deja de
existir, desaparece. Y por otro lado lo hago también porque me parece
que muchas veces en el manejo conjunto de cuerpo y lenguaje hay contradicción.
Por ejemplo, estamos diciendo que deseamos a una persona pero en nuestro
lenguaje corporal demostramos lo contrario, hay una discrepancia. O bien:
sentimos en el cuerpo una gran necesidad de otra persona, pero con nuestro
lenguaje nos dedicamos a aniquilarla. Esto le implica mucho trabajo de
energía a los actores porque hay muchas contradicciones internas
en los personajes, y para llegar a esto se necesita tiempo y energía.
Resumiendo, diría que para mí los actores son el centro del
montaje.
-En cuanto a su célebre método de reducción,
existe en música el concepto de reducción de una sinfonía
a una versión para piano, pero en su caso la reducción incluye
el vector tiempo. ¿Cuáles son las claves que sigue usted
en su proceso de reducción con el fin de lograr la concentración
de energía, un summun?
-Nunca me guío por la longitud de una obra. Me
hice director de teatro porque desconfío de la actuación
teatral. No me gusta ni en la vida ni en el teatro que me digan mentiras.
Cuando hago una obra parto de que el público trae un conocimiento
previo y no me refiero a que conozca de manera explícita su contenido,
lo que quiero decir es que cuento con su conocimiento y su experiencia
explícitos de la vida.
''No me gusta tratar al público como un tonto,
eso implicaría que mis actores y yo fuésemos más tontos.
Eso es lo que da origen a las mentiras en teatro. Yo lo que quiero es presentarle
al público el estado actual de las cosas, y me he dado cuenta que
muchos perciben las cosas de manera similar a lo que hago. Es decir, que
esta reducción a la que llego lleva una percepción común,
porque en el fondo estamos hablando de arquetipos, situaciones arquetípicas,
gestos y actitudes arquetípicas.
''Por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se encuentran
en un escenario vacío eso en sí mismo es una historia, porque
el público parte de su propia experiencia para interpretar lo que
se dice, pero sobre todo lo que no se dice en el escenario, y ahí
me embarco en un viaje común con el espectador que está empezando
ya a narrar una historia desde su propia experiencia.
''La reducción que emprendo no se limita a la actuación
y a la música sino al espacio: prescindo de interiores y de utilería
porque no es importante dónde y cuándo se lleva a cabo la
obra, sino que se está realizando aquí y ahora. Para fines
estéticos y humanos, no importa ubicar en el tiempo y en un espacio
concreto el desarrollo de una historia. Esta reducción hace que
el trabajo del actor también se concentre, porque ya no cuenta con
otra cosa más que con el texto, consigo mismo y con su contraparte,
con sus compañeros actores.
''Esto es un proceso extenuante, pero tambien permite
que se libere una gran energía por este trabajo de concentración.
''En cuanto a tu pregunta a propósito del vector
tiempo, muchos directores dicen que el escenario es tridimensional, y se
están refiriendo a la altura, lo ancho y la profundidad. Para mí
en eso no consiste la tridimensionalidad del teatro, lo que le otorga tridimensionalidad,
y no estoy hablando de una cuarta dimensión sino de una tercera
dimensión, es el tiempo, que sustituye a la profundidad del escenario,
y como tengo esa percepción particular de la tridimensionalidad
del espacio y el tiempo teatrales, lo manejo diferente a como lo hacen
otros directores. Esas son las claves de mi método de reducción.''
Matemática emocional
-En Libelei y Emilia Galotti repite usted
largos laberintos, ominosos volúmenes de mármol o madera
y un abatimiento temporal que al menos en el caso de Libelei a partir
de Schnitzler llevan la mente del espectador desde la vigilia hacia los
confines de la mecánica de los sueños. ¿Le interesa
en tal sentido la metáfora de una cierta trascendencia y al mismo
tiempo una materialidad?
-Sí, podría tener algo similar a un sueño.
Hay laberintos en estas obras porque forman parte de una trilogía,
es decir por similitud estética. En Libelei recurrí
a elementos fuertes, duros, impenetrables, de mármol, a diferencia
de la madera en Emilia Galotti. Al fondo hay una puerta por la que
entran y salen los personajes, y a pesar de la arquitectura clara, se insinúa
un laberinto y que estos personajes están atrapados voluntariamente
a pesar de tener un gran espacio a su alrededor. Esto se podría
interpretar como un espacio onírico y podríamos decir que
equivale a una realidad forzada, forzosa y casi matemática.
''La obra empieza antes de que empiece: el príncipe
ve la imagen de Emilia y se enamora de ella. A partir de ese momento ya
no podrían ser de otra forma las cosas. Ya lo importante no es qué
va a pasar, sino cómo, y nos enfrentamos a una matemática
emocional de un nivel muy alto, porque confrontamos situaciones que nos
llevan a repeticiones de la vida, y aquí regresamos a los arquetipos.
Por ejemplo, cuando alguien cambia de pareja se ve en situaciones desesperadamente
parecidas.
''La vida está compuesta de repeticiones interminables,
muchas veces nos cuesta trabajo aceptarlo e intentamos romper estos arquetipos,
porque no deseamos estar atrapados en el laberinto. Lo que estoy mostrando,
entonces, es ciertamente una metáfora de nuestra vida.''
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