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México D.F. Sábado 18 de octubre de 2003

Niega empresa petrolera texana que sobrefacture el crudo vendido en el país árabe

Mueren otros 4 soldados de EU en combates en Irak; suman ya 101

Tiroteo en Kerbala entre invasores y seguidores del líder radical Al Sadr; perecen siete iraquíes

Miles de musulmanes se manifestaron contra la ocupación en Ciudad Sader, Bagdad y Basora

AFP Y REUTERS

Kerbala, 17 de octubre. Cuatro soldados estadunidenses murieron, tres de ellos la noche del jueves al viernes en un ataque en Kerbala, con lo que son ya 101 los militares muertos en combate desde el primero de mayo en Irak, donde los actos de violencia son cotidianos.

En Kerbala, ciudad santa chiíta ubicada 110 kilómetros al sur de Bagdad, tres soldados murieron y otros siete resultaron heridos en un tiroteo que se prolongó por más de 12 horas con partidarios del líder radical chiíta Moqtada al Sadr, declaró a la prensa el teniente coronel George Krivo, portavoz de las fuerzas de ocupación.

Según explicó, "el choque incluyó un intercambio de fuego de armas cortas y cohetes lanzagranadas cuando autoridades iraquíes y policía militar angloestadunidense estaban investigando informaciones de que hombres armados se estaban congregando tras el toque de queda en una carretera cercana a la mezquita".

Otros cuatro policías militares de Estados Unidos y cinco agentes de Irak resultaron heridos durante el incidente. Hasta el cierre de esta edición, no se reportó la detención de persona alguna en relación con el ataque.

Versiones encontradas

Un testigo iraquí afirmó que las tropas estadunidenses en vehículos acorazados se acercaron a la residencia del clérigo local, Sayyid Mahmoud al Hassani, simpatizante de Al Sadr, y ordenaron a sus seguidores que se desarmaran y se retiraran a sus casas.

Uno de los seguidores de Hassani dijo que "los estadunidenses abrieron fuego y vi siete iraquíes muertos, algunos de ellos tenían (fusiles) kalashnikovs".

Agregó que ocho de sus compañeros resultaron muertos y que "atacamos luego, disparando contra el vehículo estadunidense".

Eran visibles manchas de sangre y agujeros en la puerta de la residencia de Hassani.

Las tropas polacas, que encabezan un contingente multinacional en Irak central, revisaban tejados en busca de explosivos, y dijeron que atacantes habían arrojado granadas de mano contra ellos.

Miles de chiítas se manifestaron hoy en Ciudad Sader, el suburbio daura de la capital iraquí, y en la ciudad de Basora. En esta última, los manifestantes lanzaron piedras contra los soldados británicos.

En Kerbala fue impuesto el miércoles anterior un toque de queda nocturno, después que seguidores de Al Sadr se enfrentaran en el centro de la ciudad con partidarios del ayatola moderado Ali al Sistani.

En su sermón del pasado viernes, Al Sadr anunció la formación de un Estado islámico en Irak y exhortó a "manifestaciones pacíficas" por parte de aquellos que es-tén de acuerdo. Después de en-contrar poco respaldo a su propuesta, la retiró.

Asimismo, este viernes por la mañana otro soldado estadunidense murió y dos más fueron heridos tras "la explosión de un artefacto" en Bagdad, según las fuerzas angloestadunidenses.

La muerte de los cuatro soldados eleva a 101 el número de militares estadunidenses caídos en combate desde el primero de ma-yo de este año, fecha en la que el presidente George W. Bush anunció el fin de las principales operaciones militares en Irak.

Continúan ataques rebeldes

Mientras, al oeste de Bagdad cuatro soldados estadunidenses fueron heridos en dos ataques distintos con explosivos, según testigos, aunque no se pudo confirmar la información por parte de fuentes angloestadunidenses.

En tanto, el director ejecutivo del gigante de servicios petroleros Halliburton defendió este viernes a la firma contra acusaciones de que está sobrefacturando al go-bierno estadunidense o usando sus contactos políticos para lograr contratos en Irak.

En un artículo de opinión publicado en el periódico The Wall Street Journal, Dave Lesar respondió a críticas realizadas dos días antes por dos congresistas, quienes alegaron que la empresa está cobrando precios excesivos por el combustible en Irak.

Los representantes demócratas Henry Waxman y John Dingell afirman que la firma texana Halliburton está aparentemente co-brando un sobreprecio de 65 a 75 centavos por cada galón de gasolina que vende en Irak.

El sobreprecio de Halliburton es tan importante que un experto lo calificó de "asalto de caminos", acusaron los representantes.

Los congresistas cuestionaron poco antes el número de contratos asignados a la compañía que hasta 2000 estuvo dirigida por el vicepresidente Richard Cheney, incluyendo algunos atribuidos sin licitación.

Lesar alegó que Halliburton "se ha convertido en un objetivo político" a causa de su relación con Cheney, y señaló que es una de las po-cas firmas que puede realizar el trabajo porque cuenta con una larga experiencia en el cumplimiento de contratos en zonas de guerra.

Luego de la invasión estadunidense a Irak, Halliburton recibió contratos exclusivos por miles de millones de dólares para reconstruir la arruinada industria petrolera iraquí, así como proveer de combustible al país árabe.


Llegar allí, hazaña peligrosa, a pesar de que Bush dice que EU está ganando

Crece el acoso de la resistencia iraquí en torno al aeropuerto de Bagdad

ROBERT FISK ENVIADO

Bagdad, 17 de octubre. En estos días se necesita llevar escolta militar para llegar a Bagdad. Sí, recordemos que cada hora que pasa las cosas van mejor en Irak, según el presidente George W. Bush, pero los guerrilleros andan tan cerca de los caminos que los estadunidenses han eliminado cada árbol, cada macizo de palmeras, cada brizna de hierba. Las granadas lanzadas por cohetes han matado tantos soldados en este segmento del camino que el ejército estadunidense -como hicieron los israelíes en el sur de Líbano a mediados del decenio de 1980- ha erradicado todo vestigio de naturaleza. Para ir al aeropuerto de Bagdad se atraviesa un páramo.

No es precisamente un aeropuerto del primer mundo. "Bien, señoras y señores, pueden dejar aquí sus maletas e ir allá adentro por sus pases de abordar", dice sonriente un ingeniero del ejército de Estados Unidos a los pasajeros que van a Ammán. Entramos, pues, en un salón con pesados muebles estilo baazista y recogemos pedazos de papel que no llevan ningún número de vuelo ni de asiento, ningún lugar de destino y ni siquiera una hora de partida.

Al otro lado hay un Burger King, pero está en una "zona de alta seguridad" que la ma-yoría de los pasajeros no pueden visitar. No hay quien venda agua. Los asientos son tan escasos que la mayoría de los pasajeros se quedan a pleno sol, afuera de la que debe de ser la oficina postal más grande del mundo, una enorme estantería de 10 metros de alto llena de paquetes de cartas para cada uno de los 146 mil soldados asignados en Irak.

Pero echemos un vistazo a los pasajeros. Hay una dama de la organización humanitaria Care, que se va de vacaciones a Tailandia -país que, calculo con rapidez, está exactamente al otro lado del mundo de Irak-; el obispo de Basora, con su sotana negra y roja y un crucifijo colgado al cuello; unos camarógrafos de televisión que van de regreso a su país, y el representante de la Cruz Roja Internacional, a quien espera en Kirkurk un pequeño avión del organismo. También un trabajador británico de la construcción, procedente de Hilla, quien pasó la noche del jueves anterior bajo fuego junto con el batallón polaco local. "Granadas lanzadas por cohetes y fuego continuo de rifle durante dos horas", murmura.

Por supuesto, las autoridades de ocupación nunca revelaron ese suceso. Porque las cosas van mejor en Irak.

Detrás de nosotros, una serie de gigantescos jets tetramotores ascienden al caluroso cielo matutino, enormes aparatos sin insignias que vuelan en círculos estrechos para despegar y descender, tan bajos que se pensaría van a rozar el suelo con la punta de las alas, lo que sea necesario para evitar los misiles tierra-aire con que los enemigos de Estados Unidos han comenzado a disparar a aviones y helicópteros en el "nuevo Irak".

Es "maniobra de rutina", nos dice con aire confidencial uno de los ingenieros estadunidenses. "Todas las noches nos disparan."

Entre los otros pasajeros hay un trabajador humanitario que muestra claros signos de colapso nervioso y unas damas iraquíes de aire señorial a quienes escolta un oficial de la Real Fuerza Aérea que lleva el pelo muy crecido tras la nuca. Más allá, unos soldados de las fuerzas especiales estadunidenses disfrutan del sol, bajo el peso de mochilas de lona, rifles y pistolas automáticas.

Hombres de negro

¿Por qué todos llevan anteojos oscuros?, pregunto. Uno se los quita y contesta: "¿Qué chica nos miraría si nos viera como somos?"

Estoy de acuerdo con él. Pero son un grupo inteligente, con conversación salpicada de ironías. Sí, tienen una casa de seguridad cerca de Fallujah y las bajas en combate a veces se "contienen" como accidentes de camino o ahogamientos. Un joven llamado Chuck quiere hacerme una confidencia. "¿Sabes cuál es el recurso más preciado de esta tierra?", me pregunta. "Los iraquíes", dice. "Tienen un montón de protoplasma."

Trataba yo de entender su definición de protoplasma cuando llegó el primer obús, un rugido atronador que hizo a todos los pasajeros agacharse como en un coro teatral; una columna de humo se elevaba perezosamente al otro lado de la avenida. Se escuchó un silbido, y luego otro estruendo.

"Van mejorando", me dice Chuck. "Ese ha de haber dado cerca de la calzada."

Los otros muchachos de fuerzas especiales hacen señales de aprobación. Los pasajeros se juntan como animales de granja alrededor de la puerta; en cambio, los estadunidenses de los anteojos oscuros se preparan para el espectáculo. Otra tremenda explosión y todos asienten con la cabeza. Otro gran círculo blanco se eleva hacia el cielo, como si un gigante adicto al tabaco se hubiera sentado sobre la calzada a fumar.

"Nada mal", dice el amigo de Chuck. "Antes teníamos un perímetro de seguridad de ocho kilómetros alrededor del aeropuerto", comenta éste. "Ahora es de tres. El má-ximo alcance de un antiaéreo es de 8 mil pies. Así que tres kilómetros es el límite."

Traducción: las fuerzas estadunidenses controlaban antes ocho kilómetros alrededor del aeropuerto, distancia demasiado grande para que un hombre con un lanzador manual pudiera darle a un avión. Las emboscadas y los ataques han reducido su control a sólo tres kilómetros. En el límite de ese radio, con alcance misilístico de 8 mil pies (2 mil 400 metros), un atacante podría darle a un avión.

Los estadunidenses dicen que hay dos aviones que vuelan a Ammán, uno a las 10 y otro a las 12 horas. Luego el Airbus de las 12 se vuelve el de la una, el chárter de las 10 se vuelve el de las 13, y finalmente se informa que el Airbus de las 13 partirá a las 23. Después otra ronda de obuses explota frente a los hangares del extremo opuesto del aeropuerto. "Esto", pontifica el obispo de Basora en dirección a mí, "es la continuación de nuestra guerra de 22 años."

Llamo a un colega en Bagdad. "Ataque al aeropuerto con fuego de obuses", le informo con aire servicial. "No he oído de eso", me contesta. "¿Cuántos obuses, dices?"

Entre tanto, los chicos de fuerzas especiales siguen divirtiéndose. Un helicóptero Apache pasa volando sobre nosotros para bombardear a los guerrilleros. "De mucho que va a servir", dice Chuck. "Ya se largaron."

Como técnicos en guerra de guerrillas, reconocen con frialdad el profesionalismo de cualquiera, incluso del enemigo.

Se aparece un ingeniero estadunidense. Si los chicos de la televisión le invitan unas Cocas a su gente, los deja visitar el Burger King. De un lugar más allá del perímetro del aeropuerto llega el sonido de fuego de rifles. Debe haber una película aquí, Walt Disney llega a Vietnam.

El Airbus pertenece, aunque parezca increíble, a la Royal Jordanian, única aerolínea internacional que se atreve a volar a Bagdad una vez al día. En la escalerilla de abordaje un grupo de agentes jordanos de seguridad que llevan calcetines blancos -los detectives jordanos y sirios siempre usan esos calcetines- insisten en revisar otra vez nuestro equipaje, allí en plena pista. Se encienden y apagan computadoras, se abren y cierran cámaras, se abren bolsas de lavandería, se sacan cuadernos, hasta un paquete de cartas de lectores se tiene que someter a escrutinio. El Apache vuela de regreso, con los cohetes aún en su nido.

El despegue es más rápido que de costumbre. Pero no hay un ascenso uniforme hasta la altitud de crucero. El Airbus da un brusco giro a babor, las fuerzas G nos aplastan contra el asiento, y afuera de mi ventanilla aparece el campo de tiendas donde los estadunidenses retienen a más de 4 mil prisioneros iraquíes sin juicio ni acusación.

Las tiendas comienzan a girar y el avión se retuerce hacia estribor y luego otra vez a babor hasta que vuelve a aparecer el campo de prisioneros en la ventanilla, pero ahora de cabeza y girando en sentido contrario a las manecillas del reloj. Echo una ojeada por la cabina y veo dedos aferrrándose con fuerza a los descansabrazos. Los motores rugen, mor-diendo el aire delgado, y nuestros ojos buscan ese delgado hilo de humo que nadie quiere ver. El Airbus gira de nuevo y las tiendas de la prisión se ven ahora más pequeñas y giran al revés que hace rato.

Luego el piloto endereza la nave. Junto a nuestros asientos aparece una azafata con una brillante blusa blanca. Las cosas mejoran en Irak. "¿Prefiere jugo o vino tinto?", me pregunta. ¿Cuál cree el lector que pedí?

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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