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México D.F. Sábado 18 de octubre de 2003
Gabriela Rodríguez
A 50 años del voto femenino
La historia del cristianismo ha sido la de un proceso continuo por reducir a las mujeres al silencio y colocarlas bajo tutela, como si fueran menores de edad. Si en Occidente se ha detenido este proceso, no ha sido gracias a la Iglesia, sino a pesar de ella y nunca todavía dentro de ésta.
La difamación y el menosprecio a las mujeres se reafirma desde San Agustín en los siglos IV y V hasta Santo Tomás en el siglo XIII. Fue justamente San Agustín el inventor genial de las tres K a las cuales suelen referirse los alemanes como valoración femenina y asignación de las funciones en que deben concentrarse las mujeres: kinder (niño), kuche (cocina) y kirche (iglesia). Los teólogos del siglo XIII reutilizaron a Aristóteles para reforzar el viejo desprecio agustiniano hacia la mujer, se reproducían las palabras del ilustre pensador griego: "La mujer debe su existencia a un error de conducción y a un descarrilamiento en su proceso de formación, en efecto, ella es 'un varón fallido', 'un varón defectuoso'".
Como exponente de la edad de oro de la escolástica, Santo Tomás de Aquino afirmará por su parte que: "La mujer posee menor fuerza física y también una menor fuerza espiritual. El varón tiene una razón más perfecta y una virtud (virtus) más robusta que la mujer. A causa de su mente defectuosa, que, además de en las mujeres, es patente también en los niños y en los enfermos mentales, la mujer tampoco es admitida como testigo en asuntos testamentarios".
También los hijos deben respetar la superior calidad de su padre: "Hay que amar más al padre que a la madre, por
que él es el principio activo de la procreación, mientras que la madre es el pasivo".
"El marido tiene la parte más noble en la parte marital, por eso es natural que él tenga que sonrojarse menos que su esposa cuando exige el débito conyugal. En modo alguno basta la mujer para la educación de la prole, sino que el padre es más importante que la madre para la educación. Por su inteligencia más perfecta, él puede adoctrinar mejor la inteligencia del niño, y como consecuencia de su virtus más robusta (virtus significa tanto fuerza como virtud) está él en mejores condiciones para mantenerlos a raya. En efecto, la mujer necesita al marido no sólo para la procreación y educación de los hijos, sino también como su propio amo y señor, pues el varón es de inteligencia más perfecta y de fuerza más robusta, es decir, más virtuosa..."
Pese a la fuerza cultural del catolicismo, las mujeres han sabido abrirse camino en el orden social que las excluye y apenas recientemente han logrado su calidad de ciudadanas y sujetas de derecho. El paralelismo histórico del origen del feminismo con la secularización de las sociedades no puede ser casual. Los movimientos de emancipación de las mujeres obreras y de las clases medias tan en boga, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, caminaron al lado de la erosión de la religiosidad en la vida cotidiana y de la conformación del Estado laico, de la separación del estado y las iglesias. Reacciones a la acumulación capitalista, a la descalificación del trabajo febril femenino que las convirtió en trabajadoras de segunda clase, a la imposición como consumidoras y madre-esposas, y al mismo tiempo prisioneras de familias numerosas, fueron terreno fértil para la germinación de las inquietudes feministas. Fue entonces cuando surgieron también las primeras sufragistas. El derecho al voto de todas las mujeres y a su participación en los procesos legislativos simbolizó la conciencia sobre las desigualdades de género y un mecanismo para defender sus competencias y garantizar sus libertades.
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