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México D.F. Domingo 12 de octubre de 2003
''Desde luego que soy un nihilista, pero además
sé lo importante que es la fe''
El éxito momentáneo del capitalismo,
una quimera, sentencia Frank Castorf
PABLO ESPINOSA /II Y ULTIMA
El maestro Frank Castorf se define: ''los personajes de
mis obras de teatro tienen mucho que ver con esa forma de nihilismo y transmiten
la sensación del mundo que sostengo: que el capitalismo con ese
método del éxito momentáneo no es otra cosa que una
quimera.
"Uno -agrega- debe mantener una actitud crítica
en el sentido de la revolución permanente que preconizó León
Trotsky, debe conservar una capacidad de autocuestionamiento constante,
o en el sentido de Dostoievsky, uno de cuyos personajes mantienen actitudes
de dignidad verdadera. Dostoievsky trazó en sus obras una visión,
desde el siglo XIX, de lo que será la humanidad en el siglo XXI.
En mi teatro busco seguir estas premisas".
Frank Castorf y Michael Talheimer encabezan una nutrida
delegación de artistas alemanes que inician esta tarde, con el estreno
en México de Un tranvía llamado América, montaje
de Castorf a partir de Tennessee Williams, la Semana del Teatro Alemán
y las actividades del Festival Internacional Cervantino en la ciudad de
México, todo como parte del proyecto CulturALE2003.
En entrevista con La Jornada, Frank Castorf, quien
es la personalidad más importante del teatro alemán contemporáneo,
reflexiona en torno de sus preocupaciones estéticas. En una entrevista
aparte, que publicaremos en su oportunidad, Michael Talheimer abona en
tal sentido desde sus propios andamiajes teóricos y de praxis teatral.
En tanto, en entrevista, el maestro Frank Castorf.
Un sistema que no funciona
-La crítica social que usted establece en su trabajo
escénico, ¿descansa en una actitud nihilista, desde el desencanto?
-Seguramente.
Me gusta citar a Dostoievsky porque, entre otras cosas, sintetizó
la metáfora central que combatió: el carácter ruso
frente al nihilismo de Europa occidental. Desde luego que soy un nihilista
europeo occidental. Al mismo tiempo, sin embargo, sé también
lo importante que es la fe, que uno tiene la posibilidad de contar con
algo que nos ayude a superar la situación, de que uno tiene la obligación
de lo trascendental. Porque no hay nada más aburrido que el capitalismo,
el tener un éxito momentáneo en cualquier lugar del mundo.
Por eso resultan importantes reflexiones como recordar a Bertolt Brecht,
por ejemplo, que fue un egoísta y un individualista extremo, pero
al mismo tiempo nunca se olvidó de que este mundo sufre y de que
hay que hacer algo contra ese sufrimiento. Me parece que por eso en muchos
países de América Latina ese viejo Brecht sigue siendo joven.
Pero lo que usted dice es cierto: los personajes de mis obras tienen mucho
que ver con esa forma de nihilismo y transmiten una sensación del
mundo que sostengo: que el capitalismo con ese método del éxito
momentáneo no es otra cosa que una quimera. El capitalismo se llama
hoy en día globalización y se cree que cualquier espacio
puede ser alcanzado en cualquier momento mediante el éxito. Se trasiegan,
además, cantidades de capital de las que nadie puede responder.
Si pensamos en la crisis financiera de México de hace 10 años,
observamos cómo un problema marginal en la política financiera
general podría llevar al borde del precipicio al sistema mundial.
Sabemos que ese sistema no funciona. Observamos cómo un continente
entero como Africa es marginado económicamente, médicamente,
militarmente, y por muchas lágrimas que derramemos por Yugoslavia,
el mundo occidental no se inmuta por los problemas africanos, mientras
que mucha de esa riqueza occidental ha sido saqueada de Africa. Mi hija
vive en Cuba y por eso estoy muchas veces en la isla y es muy bello participar
en sesiones de santería y de vudú, porque esa trasculturación
da algo nuevo, una conciencia de sí mismo, un orgullo y una identidad.
Yo espero que el orgullo cubano persista por mucho tiempo y prevalezca
sobre Miami.
-Mientras otros usan teléfonos de utilería,
usted recurre en sus puestas en escena a una parafernalia tecnológica
abrumadora ¿está entre sus intenciones capturar lo que los
clásicos llamarían el espíritu de una época?
-A veces sólo quiero mostrar gestos muy sencillos
de la gente. A veces sólo se trata de un simple movimiento de una
mano el que me provoca llanto. Y el teatro todo lo agranda, y en ese sentido
la cámara de video proyectando en vivo es un recurso como de disección
de bisturí. Hago un corte y observo cómo funciona neurofisiológicamente
el organismo y veo también a partir de eso cómo surge la
tristeza. Puede ser a veces la tristeza de un ser humano y no la de un
ente teatral. A mí lo que interesa es la dialéctica entre
naturaleza y arte. Tomamos entonces a un ser humano como cualquiera de
nosotros y lo llevamos a escena, pero a veces surgen situaciones que aceleran
mucho al ser humano, situaciones de conflicto. Shakespeare no hizo otra
cosa que escribir sobre estas situaciones, que aceleran cada vez más
y cuanto más acelero a ese ser natural se convierte en artificial,
y entonces me interesa mucho mostrar cómo a partir de cada ser surge
una situación donde una persona ya no es capaz de hablar. Entonces,
me interesa el teatro como prolongación de lo que siempre hacen
los seres humanos, y por eso uso la cámara de video.
-¿Le agrada que su público sea joven? ¿Le
irrita la crítica?
-El público joven siempre es bueno porque es como
un joven tigre antes del salto. Todavía no sabemos que va a matar,
todavía está en el punto de partida hacia la aventura, de
convertirse en dios o en diablo, en capitalista o en subcomandante Marcos.
Respecto de la crítica puedo decir que trabajé durante
10 años en Alemania oriental y tuve el gran lujo de que no me hicieran
una sola crítica ni una sola reseña, y después de
eso uno se vuelve resistente a la crítica, sea buena o mala, aunque
la crítica buena es la peor, porque quiere corromperlo a uno.
-Atendiendo a su cita de Trotsky, ¿cómo
se formula usted la posibilidad de un autocuestionamiento constante, la
posibilidad de mantenerse en movimiento?
-La revolución permamente también se define
como movimiento permanente o esa embriaguez de la velocidad. Eso es importante,
pero también atendiendo a la Teoría del Conocimiento uno
necesita del momento de sosiego, de la tranquilidad, del estar quieto.
Me interesa esa dialéctica entre tranquilidad y movimiento, aunque
dado el caso prefiero la hipertrofia del movimiento a la sedimentación
de la inmovilidad. En la biografía de Trostky vemos varias cosas,
vemos al comisario del pueblo, vemos a quien destruyó las rebeliones,
y vemos al leninista que sabía que era importante serlo un momento
para estabilizar el movimiento que le interesaba. En ese sentido fue su
momento de calma, de inmovilidad, para poco después intentar su
propio movimiento. En su famoso ensayo Arte y revolución siempre
buscaba un partido para los vanguardistas y los defendía frente
al camino ortodoxo del arte. En tal sentido me parece que la vida y la
muerte de Trotsky en México ameritan reflexiones a lo largo de toda
una existencia. Tuvo el valor de defenderse de algo muy pesado, sabiendo
que uno es parte de lo totalitario. Lo aplicable de esto en mi caso sería
cuidarme de recibir muchos premios, eso significaría que algo anda
mal conmigo. No es higiénico que toda la gente piense igual, uniformemente,
es importante que haya voces diferentes y que inclusive se opongan.
-¿Qué sería, a su juicio, lo rescatable
del humanismo de la izquierda que terminó en debacle?
-Yo creo que es importante promover dos cosas: por un
lado la capacidad de cuestionar algo de manera radical y al mismo tiempo
tener un sistema patriarcal donde el individuo se sienta cobijado. La Virgen
es importante, la figura paterna es importante. Pero la figura paterna
que se vuelve demasiado dominante aniquila, como un Alexis Zorba o un Papacito
Stalin, ahí uno debe tener el derecho y la capacidad de cometer
parricidio. La sociedad también tiene la obligación de ofrecer
algo patriarcal, de ofrecer cobijo, porque mucha gente tiene que saber
hacia dónde orientarse. Darle protección a los débiles,
eso es importante. El comunismo pervirtió esa necesidad básica
de los humanos. Sería importante en todo caso contar con un Jesús
revolucionario, que le diga a uno cómo caminar sobre el agua.
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