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México D.F. Lunes 6 de octubre de 2003

Carlos Fazio

ƑSeguridad o dominación?

A fin de mes se realizará en México la Conferencia Especial de Seguridad Hemisférica de la Organización de Estados Americanos (OEA). El borrador para la reunión (guía CP/CSH-558/03 rev. 5) exhibe una agenda impuesta por la diplomacia de guerra de Estados Unidos. El concepto de seguridad hemisférica impulsado por Washington desde comienzos de los años noventa con el señuelo propagandístico de la "guerra a las drogas", ahora sustituido por la "guerra al terrorismo", busca garantizar la hegemonía regional imperial. Uno de los objetivos prioritarios de la administración Bush es modificar la "misión" de la Junta Interamericana de Defensa (JID) para dotarla de capacidad operativa como fuerza multinacional de despliegue rápido bajo el mando del Pentágono. Es el viejo anhelo de convertir a la JID en el brazo armado de la OEA, que no ha prosperado debido a la resistencia de México y otras naciones del área.

En los últimos tiempos la Casa Blanca ha dado suficientes muestras de su desprecio por el multilateralismo. La reunión de la OEA, antiguo organismo político-ideológico de la guerra fría definido por el Che Guevara como el "ministerio de colonias" de Estados Unidos, no será la excepción. Washington no está dispuesto a discutir con nadie su concepto de seguridad; sólo busca imponerlo y legitimarlo.

Tras el desmantelamiento de la base Howard en la zona del canal de Panamá en mayo de 1999, que obligó al Comando Sur a trasladar sus instalaciones y las funciones de control y espionaje satelital a Florida y Puerto Rico, Estados Unidos introdujo cambios estratégicos en su arquitectura militar regional. De modo unilateral, valiéndose de la coerción para enfrentar lo que considera como "amenazas" a su seguridad nacional, Washington ha venido militarizando el paisaje hemisférico mediante la instalación de una red de bases castrenses y la presencia permanente de tropas estadounidense sobre el terreno.

El esqueleto del nuevo andamiaje de seguridad estadunidense post Panamá son los denominados Centros Operativos de Avanzada (FOL, por sus siglas en inglés), pequeños aeródromos de bajo costo emplazados en Comalapa (El Salvador); en los aeropuertos civiles de Aruba y Curazao, dos pequeñas islas del Caribe administradas por los Países Bajos que dominan el acceso al estratégico golfo de Venezuela y al lago de Maracaibo, zona petrolera por excelencia, y en Manta, sobre el Pacífico ecuatoriano.

Elegidos en función de un esquema de "infraestructura de apoyo en ruta" a la Fuerza Aérea Expedicionaria de combate estadunidense, los tres FOL cubren una área geográfica mayor que la que abarcaba la base aérea Howard (desde el sur-sureste de México hasta las regiones amazónicas de Perú, Bolivia y Brasil, abarcando toda Centroamérica, Colombia, Venezuela y Ecuador) y permiten el aterrizaje de aviones de grandes dimensiones para el transporte de armamento y tropa, así como la instalación de sofisticados equipos para la recolección de datos de inteligencia, radares y antenas satelitales, que garantizan movilidad aeroespacial estratégica al Pentágono y la posibilidad de conducir varias misiones de manera casi simultánea.

Según revela la Estrategia Militar Nacional del Departamento de Defensa de 1997, en "tiempos de crisis" el poder militar de Estados Unidos "depende del acceso al aire y al mar", para lo cual requiere de "rutas de apoyo que le permitan a sus fuerzas establecerse rápidamente y posicionarse para dominar cualquier situación". El plan señala que Estados Unidos "buscará la cooperación de los otros gobiernos (...) pero debe ser consciente de que no va a contar siempre con esa cooperación. Teniendo capacidad para penetrar a la fuerza, Estados Unidos deberá garantizar el acceso a puertos marítimos y aéreos y a otras instalaciones (...) que le ofrecerán la posibilidad de estar presente allí donde sus intereses lo requieran".

De acuerdo con Loring Wirbel, de la red global Citizens for Peace, los FOL operan como "plataformas portátiles de inteligencia" (para recabar datos de inteligencia humana, electrónica, de señales, imágenes o medición) y están en conexión inmediata con el Centro Espacial de Guerra en la Base de la Fuerza Aérea Schriever, en Colorado Springs, que coordina las tareas de contrainsurgencia para América Latina.

Una investigación del Transnational Institute, ONG con sede en Amsterdam, afirma que las bases FOL del Pentágono funcionan "bajo el mando de un 'administrador' estadunidense en las instalaciones de los países anfitriones" y gozan de total autonomía táctica, ya que no existen mecanismos de verificación o supervisión de sus verdaderas actividades. Los convenios a 10 años con los países sedes fueron establecidos con base en la "guerra a las drogas", pero fueron diseñados en el marco del Plan Colombia-Iniciativa Andina como parte de un esquema contrainsurgente dirigido contra las guerrillas colombianas (FARC y ELN), el movimiento cocalero del Chapare boliviano y la emergencia de un vasto movimiento campesino en las regiones andinas, y como eventuales plataformas para la desestabilización de gobiernos "hostiles" del área: Cuba, Venezuela y eventualmente Brasil.

Como complemento de los FOL el Pentágono ha venido impulsando una red de nuevos cuarteles en Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia y Argentina, incrementando además sus programas de ayuda, asistencia y capacitación castrense. A éstos se suman los tradicionales ejercicios combinados del Comando Sur con las fuerzas armadas del área, a través de las maniobras Unitas (defensa naval), Nuevos Horizontes y Cabañas (ingeniería militar terrestre), Fluviales (en ríos de zonas selváticas) y Aguila (guerra aérea). Esas actividades permiten a sus soldados tareas de reconocimiento y espionaje sobre el terreno en zonas de importancia geoestratégica por sus recursos petroleros, hídricos y en biodiversidad, así como el adoctrinamiento y la penetración de los ejércitos locales, visualizados como "policía interna" o "ejércitos de ocupación" en sus propios países, en el marco de un realineamiento político-ideológico de corte contrainsurgente que responda a los intereses de dominación de Washington.

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