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México D.F. Viernes 22 de agosto de 2003
Leonardo García Tsao
Bienvenidos a Sarajevo
Sarajevo. La experiencia de asistir a un festival
de cine cambia bastante la óptica cuando se desarrolla en un lugar
como Sarajevo. En su novena edición, este evento se inauguró
en tiempos de guerra -se cuentan historias de cómo la gente arriesgaba
la vida para entrar o salir de la ciudad-, pero desde el fin de las hostilidades,
en 1995, ha servido para manifestar una muy necesaria vitalidad cultural.
Aunque todavía se pueden encontrar huellas de violencia
y devastación en gran número de edificios de Sarajevo, resulta
difícil concebir que hace menos de una década la artillería
serbia se situó en las pintorescas montañas que rodean este
valle balcánico, para bombardear a su población. La gente
es tan amable y festiva -todas las noches los jóvenes salen a la
calle como si fuera carnaval- que no parece haber pasado por la tragedia
bélica.
Uno
ha sido invitado como ponente al seminario de la crítica, organizado
por tercera ocasión por el crítico neoyorquino Howard Feinstein,
y eso ha permitido un mayor contacto con un público joven, deseoso
de tener acceso a una información cinematográfica más
actualizada. Aquí la exhibición de películas denota
un especial retraso en comparación con el resto de Europa. Por ejemplo,
títulos comerciales que ya están disponibles en video en
México -como El aro o Soy espía--apenas se
han estrenado en salas. En sus multitudinarias exhibiciones al aire libre,
el festival ha proyectado como novedades La maldición del Perla
Negra y Todopoderoso.
Sin embargo, las proyecciones con mayor interés
del público han sido las dedicadas a la zona y, en particular, al
cine bosnio. Las dos películas en la competencia regional, Gori
vatra (El fuego arde), de Pjer Zalica, y Ljetno u zlatnoj
dolini (Verano en el valle dorado), de Srdan Vuletiæ,
fueron recibidas con largas ovaciones no sólo por ser las locales,
sino por su enfoque amargo de la situación de posguerra. Ambas oscilan
entre el humor negro y el cinismo para hablar de la corrupción,
la falta de oportunidades y el apabullado sentido de identidad. Las dos
son de realizadores debutantes y, por ello, comparten también un
inseguro desarrollo dramático cuyo fuerte no es la sutileza. Aun
así son interesantes en tanto sintomáticas de un malestar.
El documental ocupa en el festival de Sarajevo un lugar
privilegiado, como podría esperarse de un lugar donde la realidad
sociopolítica ha sido tan cambiante. México participa en
la sección Panorama, programada por el ya mencionado Feinstein,
con La canción del pulque, de Everardo González, y
La pasión de María Elena, de Mercedes Moncada, quienes
han asistido a presentar sus respectivos trabajos. Tal vez sea casualidad,
pero este año en que el género ha sido particularmente afortunado
dentro del cine nacional, también lo ha sido en el extranjero.
Ya he hablado del documental Autobús 174,
del brasileño José Padilha, cuando escribí sobre el
festival de Buenos Aires. Igualmente sobresaliente es Capturing the
Friedmans, del neoyorquino Andrew Jarecki, inquietante indagación
sobre un caso policiaco de abuso sexual de menores, cuyo tema es examinar
qué tan elusiva es la noción de la verdad objetiva.
La línea entre documental y ficción se ha
vuelto tan borrosa que hay trabajos difíciles de clasificar como
Klik k urcovani trpasliku aneb posledni cesta lemuela Gulliver (La
clave para determinar enanos o El último viaje de Gulliver),
de Martin Sulik, doloroso testimonio basado en los diarios del olvidado
cineasta checo Pavel Juracek, referido a su dificultad de hacer cine bajo
un clima político opresivo. Aunque la película utiliza material
de archivo, es básicamente una virtuosa recreación de los
años 60 interpretada por el propio hijo de Juracek.
Hay cabida hasta para los rescates como Nosotros, la
música..., documental filmado por el cubano Rogelio Paris en
1964, que captura diferentes aspectos de la música popular de su
país en ese entonces, con un sabroso sentido de la espontaneidad
y el ritmo que le resultó ajeno a Wim Wenders, digamos.
Sin embargo, como señalé en un principio,
no se trata sólo de ver películas y comentar sobre ellas.
La interacción con la gente que asiste y/o trabaja en el festival
adquiere otra resonancia a partir de la guerra reciente. Aunque no sea
buscado, el tema aparece en cualquier momento. Por ejemplo, en una de las
ocasiones en que el calor rebasó los 35 grados, le comenté
el hecho a uno de los conductores del festival, en uno de esos intentos
superficiales de entablar una conversación vernácula. El
joven empezó a quejarse y de inmediato interrumpió su frase.
"Sí, hace calor", añadió, "pero no me debo quejar.
Tenemos libertad y eso es suficiente."
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