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México D.F. Viernes 15 de agosto de 2003

Horacio Labastida

Democracia, Caracoles y contrademocracia

La democracia moderna saltó a la historia universal del brazo de los cada vez más poderosos capitalistas, que por necesidades intrínsecas dinamitaban las organizaciones políticas y económicas de los regímenes aristocrático-feudales del pasado, fenómeno registrado en los siglos xvii y xviii, luego de la revolución cromwelliana, promotora de la única república albionense y del ascenso al trono de Guillermo III de Orange. El flamante rey había sido gobernador vitalicio en los Países Bajos (1674), y animado por sentimientos de rebelión al dominio español le fue relativamente fácil aceptar el Bill of Rights (1689), que garantizaba libertades de los señores del dinero e impedía la imposición arbitraria de cargas fiscales y donativos a la hacienda real, y posteriormente el Act of Settlement, concediendo y reconociendo la independencia de los jueces. Tales acontecimientos, que expresan la ideología de la Gloriosa Revolución, fueron alimento fructífero en la creciente expansión de las clases burguesas, especialmente en los movimientos que hicieron posible la Declaración de Independencia (1776), en las colonias es-tadunidenses, y la Revolución Francesa (1789). Un cuatrienio después, durante los comités de salud en la administración de Robespierre, publicaríase la segunda Constitución francesa (1793), cuyo sabio artículo 35 abre las puertas a uno de los caminos de la democracia verdadera: "cuando el gobierno viole los derechos del pueblo, la insurrección es, por el pueblo y para cada una de las partes del pueblo, el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes", norma especialmente citada por Fidel Castro en La historia me absolverá (1953).

Traemos a cuento los siglos xvii y xviii, porque dieron cuerpo a la adulteración democrática que viene regenerándose en la inmensa mayoría de las naciones. Los estratos capitalistas no podían sobrevivir sujetos al trono real. Siendo dueños del poder económico carecían del poder político indispensable para su existencial acumulación de capitales. El choque fue radical. No sólo se trató de sustituir al rey por representantes burgueses, sino de cambiar las relaciones de producción en función del desarrollo de las fuerzas productivas. Urgía imponer la propiedad del capital sobre la propiedad feudal, acabar con el provincialismo y abrir puertas a las naciones, devastar el régimen artesanal, ampliar los mercados, liquidar mayorazgos y la mano muerta del clero, elevar a la razón sobre la superstición y la fe, sin olvidar la purga de fueros y privilegios en la nobleza y su tradicional y falso desprecio a plebeyos y villanos, ideas que florecerían en el arsenal ideológico de las continuas victorias del capitalismo.

ƑCómo logró el capitalismo arrasar en la praxis las bien consolidadas estructuras feudales? No bastaron las importantes aportaciones de los ilustrados franceses y no franceses, puesto que sin dejar de reconocer su empuje, tal pensamiento fue intrascendente mientras no se cambiara en acto revolucionario. Del mismo modo que la Gloriosa Revolución necesitó de armas al igual que las revoluciones estadunidense y francesa, los levantamientos burgueses dispersos requirieron de masas armadas y de estrategias y tácticas de las elites militares. Pronto emergieron gobiernos que orientarían el poder político en dos direcciones opuestas. Por un lado, se procuró eliminar todo síntoma feudal y la adopción de resoluciones públicas favorables a la consolidación y prosperidad de la empresa capitalista, con base en programas expoliadores de trabajadores impedidos de acceder al aparato gubernamental. Consumarlo fue fácil antes y ahora. Antes, las fuerzas militares y policiales se encargaron de que las urnas siempre otorgaran triunfos a candidatos del sector acaudalado; enseguida se utilizó el dinero para comprar votos de hambrientos y miserables o de ambiciosos de canjearlos por ventajas presentes o futuras, y hoy la propaganda total y mediática extraña la conciencia moral de un ciudadano artificial y subliminalmente empujado a aplaudir y sufragar en favor de candidatos comprometidos con los barones de la riqueza. Es decir, en el ocaso de los pasados 400 años, los capitalistas conquistaron y conservan el poder de un Estado democrático sin pueblo. Su emblema, izado en el siglo xvii, proclama: el burgués en el gobierno y la sociedad encarna sus propios derechos y los derechos de los demás; el bien del capital es el bien del pueblo.

Las resistencias a ese emblema faccional se han multiplicado en forma de insubordinaciones multitudinarias o en fundadas opciones, según consta en los anales de las revoluciones de Octubre (1917), de enero de 1959 en Cuba, y de la zapatista de enero de 1994, acontecimientos soberbios y abanderados en los principios de la revolución verdadera, o sea, el mandar obedeciendo proclamado por el EZLN. Es un cambio sencillo y a la vez culminante hacer que el pueblo, sus demandas y de-seos sean acatados en la práctica del poder político. La democracia verdadera exige e impone al gobierno un comportamiento acorde con la voluntad de las familias. Y esto simbolizan los Caracoles y las juntas del buen gobierno que hoy funcionan en los municipios autónomos de los zapatistas chiapanecos. Pero siempre se transparenta un engaño semioculto. En el encaramiento de la democracia verdadera y la democracia falsa, Los Pinos repite sus tropiezos contradictorios. El secretario de Gobernación reconoce la constitucionalidad de los Caracoles zapatistas, y al mismo tiempo, valiéndose de sofisticaciones legaloides, el gobierno alienta ostentosas violaciones al artículo 27 constitucional. Esto es lo que implican la autorización y promoción de inversiones extranjeras en la producción, explotación y venta de nuestros recursos eléctricos y petroleros. Otra vez los hechos niegan declaraciones en la medida en que burlan los sentimientos de la nación con medidas ilegítimas y contrademocráticas.

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