.. |
México D.F. Miércoles 13 de agosto de 2003
Irak, nación dividida por el odio
Al creciente rencor contra EU se suma la pugna entre facciones político-religiosas
Robert FISK
Enviado especial
en Irak
Kerbala, 12 de agosto. Suheil recorre todo el piso de mármol del templo con una bolsa de plástico llena de trozos de metal. Me señala una mancha roja, junto a unas baldosas. "Esto fue una granada de humo rojo que arrojaron los estadunidenses", dice. "Y esa es otra marca de granada." Los fieles chiítas se arrodillan entre estas huellas quemadas. Sus ojos brillan con el reflejo de la fachada dorada de la mezquita que marca el lugar -resguardado por barrotes de plata que los feligreses besan- donde ocurrió una batalla mucho más decisiva para la historia de la humanidad que cualquier conflicto en que luchara Estados Unidos: aquella en que fue derrocado el imán Al Hussein, en el año 680 después de Cristo. Se escuchan los tintineos a medida que Suheil deposita sobre el mármol cada uno de sus "recuerdos".
Las fuerzas estadunidenses sostuvieron que ningún trozo de metralla cayó en la mezquita de Huseiniya cuando abrieron fuego en un lugar cercano, hace dos semanas. La evidencia reunida por Suheil demuestra que estaban equivocados. En una granada se leen las palabras: "Cartridge 44mm Red Smoke Ground Marker M713 PB-79G041-001". En otro explosivo se lee "White Star Cluster M 585" y en otro más está el código: "40mm M195 KX090 (un número ilegible) 010-086". Es muy extraño leer esto en un edificio religioso cuyos eruditos normalmente se concentran en las minucias del sura coránico y no en la lingüística globalizada del comercio de armas.
Pero uno de los guardias del templo de Kerbala, Ahmed Hanoun Hussein, fue muerto por los estadunidenses cuando éstos llegaron a ayudar a la policía iraquí durante un enfrentamiento con ladrones armados, cerca de la mezquita. Suheil insiste en que los soldados querían entrar en la mezquita -cosa improbable puesto que tienen órdenes de no acercarse a ella-, pero es un hecho que cuatro balas de ellos dieron en uno de sus muros exteriores. "Somos gente pacífica, Ƒpara qué queremos esto?", me pregunta Suheil, lastimero. "ƑSe acuerda usted cómo sufrimos bajo el régimen de Saddam?", me dice y apunta a la huella de otro asalto sacrílego contra el templo, en medio del oro de uno de los dos alminares principales: el rayón causado por la esquirla de una bomba disparada por las legiones de Saddam durante la gran revuelta chiíta de 1991.
Al recorrer el largo y ardiente camino entre la mezquita de Kerbala y la de Najaf, uno no puede evitar preguntarse si Saddam salvó a los estadunidenses de un odio aún mayor, si el gran dictador fue tan cruel con los chiítas que el Gran Satán parece una amenaza mucho menor, mucho menos maligna. Sigue siendo horrible ver los Humvees estadunidenses pasar a gran velocidad delante de los templos musulmanes, cuyas cúpulas doradas refulgen entre la bruma causada por el intenso calor. Sin embargo, el martirio -demos al término su sentido justo, para variar- de tantos valientes jóvenes iraquíes en las cámaras de tortura de Saddam, las ejecuciones masivas en los desiertos del norte del país, de alguna forma han aminorado todo lo que los estadunidenses hacen mal. Al menos de momento.
Pensemos por ejemplo en Amr Rajid, librero cuyo negocio, atiborrado de obras de exégetas religiosos, poesía y ediciones del Corán, está a sólo 100 metros del templo del imán Ali, en Najaf. En el atrio de la mezquita 100 jóvenes provenientes de Amara, con bandas verdes en la cabeza, se flagelan con cadenas y "mueren" simbólicamente por Ali, dándose golpes en el pecho con los puños, mientras un clérigo de turbante blanco supervisa a dos jóvenes sudorosos que empujan una carretilla en la que va montado un gran amplificador.
"Cuando Estados Unidos nos habla, lo hace con palabras de la Edad Media", dice Rajid. "Nos tratan como si estuviéramos en la Edad Media." Luego mira el retrato en la pared de su difunto padre; parecen idénticos, salvo porque el hijo no usa kuffiah, y se pone a contarme la historia de su negocio familiar. "Mi abuelo y mi padre atendían este negocio. Publicábamos libros. Es una fundación y tiene ya 45 años. Pero una vez tuvimos problemas porque quisimos publicar una pequeña guía para visitar los templos. Usted me ha dado su tarjeta de visita. Si en otros tiempos me hubieran encontrado con ella me habrían dado siete meses de cárcel y a diario me estarían preguntando qué le dije y si le di alguna información".
Rajid es partidario del joven clérigo, Muqteda al Sadr -dice tener 30 años aunque la gente de la localidad sospecha que son 22-, cuyo mérito radica en ser hijo del ayatola Mohamed Sadeq Al Sadr, el marja principal de Najaf, quien murió hace cuatro años en un muy sospechoso "accidente" de automóvil, que probablemente fue un asesinato de la policía secreta de Saddam. Pero Muqteda no es un marja, es decir, un graduado de los seminarios de estudios islámicos como sus rivales, y su reciente exigencia de que se instaure un Estado dual religioso-laico en Irak fue eclipsada por su ferviente llamado a crear un ejército musulmán chiíta... sin armas.
Tras condenar al llamado "consejo interino" instalado por los estadunidenses, en el cual figuran dos de sus rivales, Muqteda hizo una pregunta condenatoria: "ƑDe qué sirvió oponernos al régimen de Saddam si ahora tenemos que estrechar la mano de un ocupante extranjero?" Lo llamó consejo de "opresión" y, desde luego, hay quienes se preguntan si el propio Al Sadr habría aceptado la primera administración iraquí interina si lo hubiesen invitado a unirse a ella.
Para alguien como Amr Rajid, todo es cuestión de continuidad familiar, tal vez una versión en gran escala de la que existe en su editorial. "Los muros de nuestro templo llevan 200 años en pie", dice. "Pero la familia de Muqteda Al Sadr tiene una historia de 650 años. Cuando construyeron la mezquita, ya llevaban más de dos siglos aquí. Las familias de Abdul Aziz Hakim y de Al Sistani y de otros no son tan antiguas. Los marjas envidian a Muqteda porque es un hombre muy sabio y la gente lo considera un héroe. Su padre predicaba contra el 'diablo', y toda la gente sabía que en realidad hablaba de Saddam. Usaba esa palabra delante de todos los fieles en la mezquita y de todos los agentes de seguridad que iban a escucharlo".
A estas alturas varios hombres se han apiñado en la pequeña librería para escuchar esta historia, que muchos seguramente ya conocían. "El jefe del servicio de inteligencia de Najaf fue enviado a decirle que pusiera fin a esos sermones. Pero cuando el enviado de Saddam se vio frente a él, no tuvo valor para matarlo. A lo largo de la historia, las personas que tienen los principios más altos son las que crean la unidad de los pueblos".
Rajid olvida decir que Mohamed Sadel al Sadr pagó el precio de su valentía. Muqteda no tendrá que correr ya ese riesgo, al menos por la parte de Saddam.
La mayoría de los chiítas sin duda apoyan a otros hombres: a Abdul Aziz Hakim, líder del Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Irak, que es el mayor partido chiíta, y a Ali Sistani, el más popular de los marja, hombre moderado, ansioso de mantener la unidad de todas las sectas de Irak. Pero en los muros pueden verse los riesgos de que estalle la violencia en esta sociedad mayoritariamente chiíta. En Najaf, la semana pasada, un grafitti advertía que cualquier grupo chiíta que "tocara un cabello de la cabeza" de Mohamed Hussein Al Hakim, líder de una facción desvinculada de Abdul Aziz Hakim, "habrá cruzado la línea roja". En este contexto, "roja" significa sangre. Y no, al menos de momento, sangre estadunidense. ©The Independent Traducción: Gabriela Fonseca
|