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México D.F. Domingo 10 de agosto de 2003
El París de Man Ray
Herbert R. Lottman
Joyce frente a la lente de Man Ray se irrita de manera
diferente a como lo irritaría Rita Hayworth (¿a quién
le i-Rita Hayworth?), mientras Proust no reacciona al obturador como lo
hacía frente a la taza de té y la magdalena, pues estaba
muerto cuando Man Ray cumple el encargo familiar de retratarlo. Ernest
Hemingway, Henri Matisse, Constantin Brancusi, Georges Braque, Juan Gris,
Salvador Dalí, pero sobre todo Kiki la deslumbrante, y Lee Miller
la bella y Jacqueline Godard la enigmática, las modelos dilectas
del maestro, pasaron a la historia luego de posar para él. Por su
parte, el periodista neoyorquino Herbert R. Lottman, quien vive en París
desde 1956, busca su lugar en la historia escribiendo biografías.
Ha publicado ya la de Gustave Flaubert, los Rothschild, Pétain,
Colette y Julio Verne, así como una biografía intelectual
de París. La nueva hazaña de Lottman es el texto sobre uno
de los fotógrafos mayores de la historia, el maestro Man Ray (1890-1976),
volumen que dará a conocer Tusquets en México a partir de
mañana, cuando empiece a circular en librerías. Como primicia
para nuestros lectores y con autorización de la editorial, ofrecemos
algunos pasajes de este libro, titulado El París de Man Ray,
que efectivamente tiende una foto mural sobre la vida cultural, fascinante
como pocas, del barrio Montparnasse
Man
Ray llegó a la cumbre con una rapidez extraordinaria. En 1922, cuando
James Joyce vio publicada en Francia su obra más importante -considerada
demasiado peligrosa para Inglaterra o Estados Unidos-, Man Ray hizo unos
retratos de Joyce que pasarían a formar parte de la historia de
la literatura. En febrero de ese año, cercano el día de la
publicación de Ulises, Man Ray, ya conocido como retratista,
recibió el encargo de hacer la foto "oficial" del tímido
irlandés, ya casi ciego. La persona que se lo pidió fue una
joven y audaz norteamericana, la librera Sylvia Beach, que había
decidido publicar la peligrosa y larguísima novela con el sello
de su pequeña librería de obras en lengua inglesa, que también
funcionaba como biblioteca, maravillosamente bautizada Shakespeare &
Company y sita en la Rue de l'Odéon, justo enfrente de la de su
amiga Adrienne Monnier, que se ocupaba de satisfacer las necesidades de
los lectores franceses.
Fue un Joyce poco entusiasmado por la idea el que se presentó
en el improvisado estudio de Man Ray; salta a la vista que al escritor
no le interesaba nada la fotografía. El fotógrafo, neófito
aún, mantuvo al escritor distraído hablándole de algunos
textos breves suyos -seguramente, episodios de Ulises- que había
leído en una revista literaria, que luego perdió un juicio
en Estados Unidos por haberlos publicado.
Las luces del estudio molestaron a ese hombre que se había
sometido ya a varias operaciones de la vista. En un momento, Joyce volvió
la cabeza y se tapó los ojos con la mano; ya no soportaba la intensidad
de la luz. Man Ray se apresuró a fotografiarlo en esa pose, y el
retrato se convirtió en un clásico, aunque criticado, por
demasiado afectado, por los que no saben qué ocurrió en el
estudio.
No fue ésa la única vez que se vieron, y
Joyce demostró preferir irse de copas con Man Ray, o cantarle arias,
a hablar de cosas trascendentales. No obstante, los retratos que Man Ray
hizo de Joyce y de sus colegas de lengua inglesa residentes en París,
o de paso por la ciudad, poco a poco irían cubriendo las paredes
de Shakespeare & Co. Ray y Berenice Abbott, su futura discípula,
llegaron a ser, en palabras de Sylvia Beach, los ''retratistas oficiales''
de los angloamericanos. Y una década después, con ocasión
de la boda de Giorgio, el hijo de Joyce, Man Ray fue el elegido para hacer
el retrato de los novios.
Sin duda alguna, 1922 fue un año milagroso para
el joven fotógrafo, al que le encargaron que retratase a otra gran
personalidad literaria de la época (aunque, como en el caso de Joyce,
la mayoría de sus contemporáneos aún desconocieran
su importancia). Marcel Proust murió el 18 de noviembre. El ubicuo
Jean Cocteau, que había inspirado al escritor el personaje de Octave
en En busca del tiempo perdido, y que había hecho voluntariamente
de agente de Proust (como lo haría luego con Man Ray), le aconsejó
a Robert, el hermano de Marcel, que llamara al fotógrafo del momento
para que inmortalizara al escritor que había vivido y trabajado
en soledad. Robert aceptó, y al día siguiente, un domingo
por la mañana, el dueño del hotel le pidió a Man Ray
que bajase a recepción; tenía una llamada de Cocteau.
Man Ray conoció a Proust muerto; una barba de varios
días destacaba contra la palidez de su rostro. Se suponía
que la foto -de la ''majestuosa cabeza y las manos cruzadas'' del escritor,
para citar a su biógrafo- no se daría a la imprenta. La familia
recibiría una copia, Cocteau otra, y Man Ray podía quedarse
con una si lo deseaba. Más tarde, el fotógrafo descubrió
que la fotografía se había publicado en una revista "elegante,
y que, peor aún, se atribuía a otro fotógrafo". Cuando
protestó, la revista publicó una rectificación bastante
desagradable, según la cual Man Ray "afirmaba" que la foto era suya.
Sin duda alguna, gran parte del éxito que Man Ray
tuvo tan pronto como fotógrafo profesional se debió a lo
novedoso de su medio de expresión. Si hemos de hacer caso de sus
memorias, los que querían un retrato con su firma prácticamente
tenían que hacer cola delante del estudio. Desde sus inicios, entre
los que iban a visitarle había innovadores de otras disciplinas
artísticas, como George Braque y Juan Gris. Las visitas de Picasso,
uno de sus primeros clientes, son para Man Ray un placer especial. ''En
aquella época, yo era el único fotógrafo al que Picasso
permitía que se le acercase'', dijo Man Ray más tarde en
una entrevista.
La primera aristócrata que posó para él
-y en muchos aspectos, la más singular- fue la marquesa Casati,
ex amante del legendario poeta Gabriele D'Annunzio. La marchesa
quiso posar en su salón, donde Man Ray podía fotografiarla
rodeada de sus objetos favoritos; de hecho, el salón era una suite
de hotel en la elegante Place Vendome.
Alta e imponente, y con unos ojos que, según Ray,
eran enormes, la marquesa recibió al más bien menudo y todavía
novato fotógrafo envuelta en una túnica de seda. Aunque siempre
iba cuidadosamente maquillada, el fotógrafo observó que llevaba
despeinado el cabello teñido de rojo, sin duda deliberadamente.
Ray había llevado sus lámparas, pero en cuanto las encendió
saltaron los fusibles; otro ejemplo, pensó, de la costumbre francesa
de instalar el mínimo de potencia. No se atrevió a volver
a encenderlas ni siquiera cuando el portero cambió los plomos. Ray
decidió usar solamente la iluminación normal de la suite
y prolongar el tiempo de exposición; la marquesa Casati tuvo que
posar lo más quieta posible.
Al volver a la habitación de su hotel, y cuando
se hizo de noche, reveló los negativos y descubrió que todas
las fotos habían salido movidas. Prefirió esperar a que la
marquesa le telefoneara para explicarle que las fotos eran inservibles,
pero ella le pidió que de cualquier manera le dejara verlas. Cuando
regresó al hotel de la Place Vendome, la marquesa quedó embobada
con un primer plano de su rostro que, puesto que se había movido
durante la larga exposición, tenía tres pares de ojos. "Es
un retrato de mi alma", exclamó, y le pidió docenas de copias.
Estas incursiones en lo que sus amigos escritores y artistas
pueden haber considerado territorio hostil, la confraternización
con la clase enemiga, no pareció perjudicar su relación con
ellos. En cierto sentido, la alta sociedad se introdujo subrepticiamente
en el grupo de Breton por medio de un lustroso sombrero de copa que Man
Ray diseñó para la portada de Litterature, la revista
mensual del movimiento. Primer número de una nueva serie de la revista,
publicado en junio de 1922, que marca el inicio del surrealismo. A partir
de entonces, las fotografías de Man Ray, por lo general en reproducciones
de calidad más que deficiente, aparecieron con regularidad en la
revista y constituyeron una de las raras contribuciones gráficas
al incipiente surrealismo.
Una de dichas fotos, en las primeras páginas del
número 13 de la revista (marzo de 1924), se convirtió prácticamente
en el blasón del nuevo movimiento, o, en todo caso, en su fetiche.
Era una imagen sensual de la espalda denuda de Kiki, retocada para que
pareciera un violín. Su título, Le Violon d'Ingres,
era doblemente alusivo: por un lado, una referencia a un desnudo de Ingres
y al hecho de que Ingres tocara el violín; por otro, a la expresión
coloquial francesa que significa hobby, pasatiempo.
Tocada por las impulsivas manos de Man Ray, cualquier
cosa se convertía en expresión. Hasta un accidente de laboratorio
podría dar paso a una nueva forma artística. Cosa que sucedió
una noche, en su habitación de la Rue Delambre, mientras hacía
unas copias de contacto para Paul Poiret. Una hoja de papel sensible a
la luz, no expuesta, cayó accidentalmente en la cubeta de revelado.
Mientras esperaba que apareciera la imagen, se le cayeron también
en la cubeta, sin querer, algunos utensilios de laboratorio: un embudo,
un tubo y un termómetro. Cuando encendió la luz, fueron unas
formas inesperadas las que aparecieron en el papel fotográfico;
eran las imágenes de los objetos que habían caído
en la cubeta, aunque distorsionadas y refractadas, blancas sobre un fondo
negro. En ese momento recordó que había hecho algo parecido
en su infancia al poner hojas de helecho sobre papel fotográfico
colocado en un bastidor y exponerlas al sol; pero esa noche, la copia revelada
-gracias a los objetos de vidrio que habían estado en contacto con
ella- tenía una calidad tridimensional y una gama de tonos. En una
palabra, los objetos cobraron vida.
Repitió una vez más la operación
con todo lo que tenía a mano, incluída la llave de su habitación,
y descubrió que no era necesario sumergir los objetos en el revelador;
bastaba con colocarlos sobre un papel seco antes de exponerlos a la luz.
Y disfrutó tanto con este experimento como cuando, siendo niño,
exponía al sol las hojas de helecho.
A
la mañana siguiente, mientras colgaba en la pared algunas de las
pruebas hechas durante la noche, supo cómo iba a llamarlas: rayografías.
Tristán Tzara, que vivía en el mismo hotel, pasó por
la habitación de Ray a sugerirle que fueran a almozar juntos; al
ver las nuevas creaciones, dijo que eran dadá del más puro,
mejor que todo lo que se había hecho hasta entonces (refiriéndose
en especial a las obras de Christian Schad, uno de los primeros miembros
de su grupo, cuyas fotografías no habían dado nunca la impresion
de tener relieve). Tzara regresó esa noche a competir con Man Ray
por los diseños más originales -cerillas sobre papel para
Tzara; conos, triángulos y espirales de alambre para Man Ray-, hasta
que el fotógrafo decidió poner punto final a la partida,
temiendo perder la exclusividad de su descubrimiento.
En realidad, nunca dejó de ser suyo, y Tzara llegó
a ser uno de los más ardientes promotores. Paul Poiret fue el primero
en comprarle dos rayografías, que pagó en efectivo y Man
Ray le llevó junto con una carpeta de fotos de moda. Les Feuilles
libres, una revista de arte y literatura, publicó como frontispicio
la rayografía de un resorte y un cubo yuxtapuestos. En ese mismo
número, Jean Cocteau publicó una carta abierta a Man Ray.
"En el pasado, Daguerre y, luego, Nadar, liberaron la pintura... Gracias
a ellos, los copistas pudieron acometer tareas más nobles.
"Usted acaba de volver a liberarla, pero al revés.
Sus misteriosos grupos de objetos son superiores a todas las naturalezas
muertas que intentan vencer al lienzo plano y a la prestigiosa mezcla de
colores..."
En una carta a Ferdinand Howald, el coleccionista que
seguía esperando más cuadros como los que él admiraba,
Man Ray decidió serle franco. "Es posible que lamente usted oír
lo que voy a decirle, pero finalmente me he liberado de esa materia pegajosa
llamada pintura y he empezado a trabajar directamente con la luz". Marcel
Duchamp, que también estaba al corriente de los progresos de Man
Ray, supo cómo responder al cambio de orientación de la obra
de su amigo: "Me encanta saber que te diviertes, y, sobre todo, que has
dejado de pintar".
Más tarde, mucho más tarde, Man Ray lamentó
haberse adentrado por ese camino; echaba de menos la "materia pegajosa".
Pero al final había encontrado algo que se vendía, y que
podía hacerlo famoso. Vanity Fair, la sofisticada revista
mensual norteamericana que había comenzado a publicar sus retratos
de artistas y escritores -entre otros, los de Picasso, Joyce y Gertrude
Stein-, le dedicó toda una página con el título: "Un
nuevo método de hacer realidad las posibilidades artísticas
de la fotografía". "Man Ray: el conocido pintor norteamericano actualmente
instalado en París, y estrechamente vinculado a la escuela moderna
de arte francés", comenzaba el artículo, "ha comenzado a
explorar nuevas posibilidades artísticas de la fotografía".
Una de las rayografías reproducidas se titulaba Composition of
Objets Selected with Both Eyes Closed (Composición de objetos escogidos
con los ojos cerrados).
El éxito le inspiró a Ray la idea de ser
su propio editor. Le Coeur à barbe, una pequeña revista
publicada por Tzara, Eluard y otros opositores al Congrès de París
proyectado por Breton, anunció en abril que Man estaba preparando
una edición limitada de su nueva obra con el título Les
Champs délicieux. (La dirección de la editorial sería,
en realidad, la habitación del hotel). El prólogo sería
de Tzara, quien, con toda probabilidad, se encargó también
de redactar la nota publicitaria del lanzamiento. ''Por primera vez la
fotografía se ha elevado al mismo nivel de las obras pictóricas
originales''.
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