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México D.F. Miércoles 6 de agosto de 2003
JOVENES MEXICANOS, SIN HORIZONTES VITALES
El
viernes pasado, en esta capital, Karina Gaytán González,
joven de 15 años aspirante al bachillerato, se suicidó después
de enterarse que no había logrado ingresar a una preparatoria de
la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). La tragedia
se repitió ayer, cuando Elizabeth Delgado, de 18 años, se
quitó la vida por no haber aprobado el examen de admisión
a la Escuela Normal Superior.
Las muertes de Karina y Elizabeth obligan a cuestionar
la coherencia de un sistema educativo que, por un lado, expide certificados
de educación secundaria a jóvenes que no cuentan con la preparación
adecuada y que los excluye del ciclo siguiente, ya sea por su nivel deficiente,
porque no se cuenta con el número de plazas requeridas o por ambas
razones. Pero las miserias, inconsistencias y disfuncionalidades del sistema
educativo, causadas en buena medida por el abandono presupuestal de la
enseñanza pública y por el empeño de privatizar todo
lo imaginable -la educación incluida-, son sólo expresiones
de un problema nacional más amplio: la incapacidad de ofrecer un
futuro personal decoroso y transitable a los millones de niños que
se vuelven jóvenes y que requieren de capacitación y de atención
por parte de la sociedad y del Estado.
Los aparatos mediáticos del país -los públicos,
los privados y los sociales- bombardean a niños, púberes
y adolescentes con los valores de la educación y del trabajo, la
primera como única vía para acceder al segundo y éste
como única vía para la sobrevivencia individual honesta y
respetable, para la realización personal y el éxito en la
vida. Tales mensajes son, en esencia, correctos, pero irrealizables para
la mayoría, en un contexto marcado por una escolaridad pública
cuya calidad se desploma año con año, cuya cobertura se contrae
y que en el paso de un ciclo al siguiente deja fuera a cientos de miles.
En esa circunstancia, la imposibilidad de acceder a la enseñanza
media superior es vivida por miles de jóvenes como una cancelación
radical y terminante de sus horizontes vitales, de sus expectativas y de
sus sueños. En las dinámicas económicas y sociales
competitivas, despiadadas y darwinianas que se han impuesto en el país,
los muchachos que se quedan sin acceso a la educación profesional
sienten, y no les falta razón, que no tienen lugar en el mundo.
La muerte de las dos infortunadas muchachas es, en muchos
sentidos, una llamada de atención para la sociedad y para las autoridades.
Las actuales generaciones de jóvenes requieren, para empezar, de
un sistema educativo que los prepare bien y que no los expulse a la nada
-porque si el mercado laboral está cerrado para muchos con licenciatura
terminada, con mayor razón resulta impenetrable para quienes no
lograron cursar el bachillerato-, pero eso es sólo el principio.
Son necesarias, además, instancias que ofrezcan orientación
vocacional eficiente, atención sicológica, educación
sexual y ofertas culturales que les enriquezcan la visión del mundo
y de sí mismos. Ojalá que las muertes de Elizabeth y de Karina
logren, al menos, evidenciar la peligrosa intemperie en que se desarrolla
la mayor parte de los jóvenes mexicanos hoy en día.
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