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México D.F. Lunes 14 de julio de 2003
EL TERRIBLE ERROR DE LULA
Ayer,
en el marco de la conferencia de Gobernabilidad reformista que reunió
en Londres a más de una decena de estadistas empeñados en
resucitar la fórmula centroizquierdista de la tercera vía,
el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, recordó
un axioma basado en el sentido común y la experiencia de las naciones
pobres y hasta en la de las industrializadas: "Estados Unidos -dijo el
mandatario sudamericano- piensa primero en sí mismo, segundo en
sí mismo, y en tercer lugar en sí mismo".
La frase suscitó un alarmado cacareo de Tony Blair,
anfitrión del encuentro y súbdito convencido del gobierno
de George W. Bush. "Los estadunidenses que piden que Estados Unidos avance
hacia el unilateralismo son precisamente los que se beneficiarían
de una actitud como ésta", dijo Blair, con su conocida manía
de adelantarse a los deseos de la derecha estadunidense antes de que ésta
los formule. "Los gobiernos de izquierda cometerían un terrible
error si se definieran como antiestadunidenses", agregó el británico,
en un extraño afán por aconsejar a gobernantes de los que
se encuentra muy alejado, tanto en ideología como en la economía
y la geopolítica. A pesar de su afiliación partidaria formal
-el laborismo-, Blair se desempeña como un premier belicista e imperialista,
en lo internacional, y como un franco enemigo de los asalariados en el
ámbito interno.
El presidente polaco, Aleksander Kwasniewski, por su parte,
reaccionó con abierta cólera a las palabras de Lula y se
tomó la licencia de indicarle lo que debe y lo que no debe decir:
"No se pueden decir así las cosas", pontificó el gobernante
esteuropeo, sin aportar más argumentos que el "respeto" que supuestamente
merecería Estados Unidos por el hecho de que hace 60 años
ayudó a combatir el fascismo y el nazismo en el viejo continente.
Lo que quedó de manifiesto con este rifirrafe no
es el supuesto carácter antiestadunidense del presidente brasileño,
sino la abyección de Blair y Kwasniewski, quienes no son capaces
de escuchar con ecuanimidad una descripción -nada novedosa, por
cierto- de las actitudes proverbiales de Estados Unidos frente al mundo.
Se evidenció también la dificultad de que
gobernantes como el propio Lula, el argentino Néstor Kirchner, el
chileno Ricardo Lagos o el sudafricano Thabo Mbeki puedan encontrar puntos
reales de coincidencia con primeros ministros y presidentes que, como el
inglés y el polaco, parecen estar convencidos de que el camino a
la paz y la felicidad mundiales pasa por la rendición absoluta de
sus estados y sus soberanías a los designios políticos, ideológicos,
militares y económicos de Washington.
El "buen consejo" que debe darse a cualquier gobernante,
para retomar la poco respetuosa expresión de Kwasniewski hacia el
mandatario brasileño, es que al adoptar actitudes serviles para
con las autoridades estadunidenses se corre el riesgo de perder no sólo
lo que esté en juego, sino también la dignidad nacional y
la decencia. Esa regla es válida en cualquier momento, pero resulta
especialmente oportuna en los tiempos que corren, cuando la superpotencia
es gobernada por una mafia burda e impúdica que no vacila en hacer
negocios millonarios a costa de la muerte, la destrucción y la desolación
de países enteros, y que está formalmente encabezada, para
colmo, por un paranoico mendaz, fundamentalista y carente de escrúpulos.
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