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México D.F. Lunes 14 de julio de 2003

TOROS

Novillada en La Florecita con un encierro de Brito ejemplarmente presentado

En espléndido duelo triunfan Juan Luis Silis y Anastasio Velázquez, dos figuras en ciernes

Ambos cortaron oreja por toreras faenas Aldo Orozco, desdibujado

LEONARDO PAEZ

A la imaginativa temporada que organiza en el pintoresco coso mexiquense de La Florecita de Ciudad Satélite el empresario José San Martín acudieron los aficionados cabales, como diría Cueli, haciendo tres cuartos de entrada y anteponiendo al frágil triunfo de nuestra patrocinada selección de futbol la sólida fe de carbonero del aficionado auténtico.

Se lidió una novillada del hierro tlaxcalteca de Brito, muy bien presentada, dispareja de tipo y discreta de casta, propiedad del novel ganadero Patricio Slim Domit, vecino del municipio de Huamantla, cuya responsable afición -mandar ejemplares con la edad y trapío reglamentarios, nada más- se vio felizmente compensada con el incuestionable triunfo de Anastasio Velázquez, de Yecapixlta, Morelos, y Juan Luis Silis, del Distrito Federal.

Con una convicción en el rostro reflejada desde el paseíllo, el morelense Anastasio Velázquez se enfrentó primero a Broncudo (430 kilos), un novillo bajito, pero con un par de pitones y unos problemas propios de su edad, para probar al más templado.

Sin prisas, con una extraña convicción de querer ser, Anastasio primero se hizo del novillo, fijándolo y consintiéndolo, para luego aplicar hasta seis templadas verónicas, antes de que tomara un puyazo durmiéndose en el peto. Quitó por fregolinas con más voluntad que aseo y supo llevar la lidia con autoridad y buen criterio. Brindó al fino matador en retiro José Antonio Ramírez El Capitán y se dispuso a realizar la faena más importante de la tarde en cuanto a grado de dificultad se refiere.

En efecto, a las dimensiones de su encornadura el de Brito aunaba tauridad o, si se prefiere, transmisión sin adjetivos, clara sensación de peligro, no sólo por la cara del astado sino por su estilo poco claro y ofensivo, prueba de fuego para toda vocación torera.

En los medios, Velázquez -vaya apellido comprometedor en los toros- se puso a tragar en angustiosos e imposibles derechazos, y cuando la faena había alcanzado niveles de sereno dramatismo y sólida tauromaquia, el joven diestro decidió ¡pedir música!, sólo para importunar aquella mágica atmósfera, ignorando que hay faenas cuya musicalidad interior exige silencio.

De nuevo sin prisas, tras asegurar al novillo, Atanasio se volcó sobre el morrillo para dejar la espada ligeramente contraria. Fue una oreja cortada a ley.

Con su segundo, Amo y señor, bien comido y fuerte, pero que acabó seoseando, Velázquez volvió a dar muestras de su sólida idea de la lidia, así como del mando sobre su cuadrilla. Fue evidente que la falta de complicación del novillo redujo la importancia de lo realizado. Si el estoconazo que cobró al tercer viaje lo consigue al primero, se lleva otra oreja.

Silis, el sentimiento

Batalló el espigado defeño Juan Luis Silis con su primero, un tal Majadero, con menos cara que su hermano, pero con peores ideas y que trajo de cabeza a las cuadrillas. Pero con Lagartijo (432 kilos), corrido en quinto lugar, el alumno del maestro Mariano Ramos desplegó un torerismo poco usual entre los principiantes.

Sin haberse hecho del astado, Juan Luis le recetó bellos lances y precisa media. Luego, más fijo el bravo novillo, lo llevó al caballo por tapatías y tras un puyazo quitó por zapopinas dibujadas. Claro y alegre llegó el de Brito a la muleta para que entonces Juan Luis iniciara una labor en la que embarcó, no sólo citó, templó y mandó por ambos lados, con una intuición, un sentimiento y un gusto toreros excepcionales.

Algún creativo ordenó a la banda de música perturbar aquella soberbia faena con un pasodoble bien intencionado que sólo la enorme vocación de Silis acalló con un estoconazo en todo lo alto, para recibir una muy bien merecida oreja. Ah, si estos muchachos torearan más seguido tendríamos dos buenos toreros nuevos cada año, como dijo el catalán.

¿Y Aldo Orozco? Fue, pero no supo estar.

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